sábado, 8 de junio de 2019

REENCARNACIÓN Y EL VIAJE ASTRAL - RECUERDOS DE INFANCIA




Cuando cumplí tres años de edad, ya sabía muy bien lo que era recibir regalos, así que ante una pregunta de mi madre, que quizá no esperaba obtener respuesta, grité alegremente que quería lápices de colores y que me enseñara a leer y escribir. La reacción de ella fue una mezcla de disgusto y sorpresa. No entendí hasta muchos años después aquella situación, pero en aquel momento me resultó chocante, como una decepción. Creo que fue, después del nacimiento, el primer enfrentamiento emocional con mi madre. Al menos el primero consciente y que recuerdo con absoluta claridad. 

Al día siguiente, que tardó muchísimo en llegar, recibí el primer regalo de cumpleaños. Era una caja de 24 lápices de colores y dos lápices negros de dibujo. El regalo venía acompañado de un cuaderno de hojas de papel para dibujo y fue suficiente para disolver el dejo amargo que me quedaba del día anterior. Nunca se borraría aquello de mi memoria, pero el dolor que no conseguía entender, había pasado. No recuerdo si había visto a alguien dibujar alguna vez, pero siendo el primogénito y con tan corta edad, en una época sin televisión, era muy difícil. Aunque mi padre dibujaba planos, su trabajo no tenía nada que ver con lo que yo estaba haciendo. Una casa y un río, un caballo que corría por el camino hacia la casa y una niña que se caía cuando el caballo estaba por cruzar el puente... Claro que el dibujo no era una obra de arte, pero con tres añitos no se puede pedir más. 

El recuerdo estaba tan fresco como si hubiese ocurrido todo ese mismo día. No tenía consciencia de la diferencia entre pasado, presente y futuro. Sentía al dibujar un dolor en el pecho, algo que tuve que reprimir para poder terminar el dibujo. Con el color rojo pinté la sangre en las piernas de la niña y apenas terminé me puse a llorar desconsolado. Ella estaba herida y era por mi culpa. Entró mi madre y vio el dibujo sobre la mesa de la cocina, pero no le dio importancia. Sólo preguntó qué me pasaba y le dije que Sonia estaba lastimada. Mi madre no entendió absolutamente nada, pero me amenazó con encerrarme en el baño como no me callara. No entendí el castigo, su sentido ni nada de lo que significaba realmente la amenaza. 

Como sentí lo mismo que mi madre por mera empatía psíquica, el vasito plástico que tenía aún un poco de leche, saltó de la mesa con el primer golpe iracundo que di en esta vida. Y recibí la correspondiente primera paliza. Si los papás supieran que los niños y los animales domésticos perciben, reflejan y aprenden a tener los mismos sentimientos e impulsos que los adultos, éstos se cuidarían un poco más por mera responsabilidad. Aunque no manifiesten ante los niños pequeños sus sentimientos, igual estos los perciben y aunque no los podrán "tangibilizar", ni podrán procesarlos adecuadamente (tanto peor por ello) terminarán siendo igual que sus padres, desarrollando lo que básicamente ha sido esbozado por James Redfield en "Las Nueve Revelaciones". Es decir, cualquiera de los cuatro tipos psicopatológicos de control de las circunstancias ("pobre de mí" haciendo sentir culpable al otro; "intimidador", amedrentando; "distante", haciendo sentir inferior al otro e "interrogador", que inhibe y hace sentir controlado y vigilado a la otra persona). 

En las relaciones paterno-infantiles, éste último es el más común, pero los otros no son poco frecuentes. La aplicación sobre los niños de esos medios de control suelen acabar con todos sus incipientes despertares psíquicos, con sus recuerdos askásicos (así se llama a los recuerdos de encarnaciones anteriores). Mi madre, culta y amable, dulce y cariñosa a veces, tuvo un infancia demasiado dura. No es mi intención en absoluto menoscabar su obra materna, pero he de confesar que nuestros enfrentamientos eran muy graves. Ello se comprenderá más adelante. Por ahora, cabe decir que pese a los malos tratos que me daba, no pudieron modificar mis percepciones, mis recuerdos, mi videncia Astral ni nada de mi personalidad. 

La razón -como pude comprobar- era que mi cuerpo Astral o "emocional", es decir la personalidad misma, el cuerpo magnético formado para conectar el Ser Humano, mundano, con el Ser Espiritual, era el mismo que tuve en la encarnación anterior. Al haber nacido sin perder el Astral que fue formado en la vida anterior, mi carácter personal no debió rehacerse como ocurre a la mayoría de los niños, que son libros abiertos a toda vibración, a todo aprendizaje, a toda influencia. Yo sólo necesitaba "recordar" algunas cosas para volver al nivel de consciencia que había tenido poco antes de nacer en este cuerpo. 

También era lógico que muchas cosas chocaran con el medio familiar, porque quien yo sentía ser no se parecía mucho al niño que representaba por fuera. Aunque no tenía consciencia de ello ni estaba seguro hasta después de una serie de comprobaciones efectivas y realizadas aplicando rigurosamente el método científico, la simple memoria instintiva me condujo siempre. Unos días después de aquel episodio donde el dibujo de la niña caída del caballo terminó roto y en la basura, mi recuerdo también quedó depositado lo más lejos posible, en el subconsciente. Sabía que Sonia había sobrevivido y no había muerto en la caída, así que pude seguir con mi vida de niño... Hasta los cinco años y medio, en que no fueron los recuerdos askásicos sino los viajes Astrales, el problema. 

Para colmo, no eran viajes al tejado de mi casa, ni a la esquina de mi barrio... Pero volviendo a aquellos días de la primera infancia, poco después de aquel regalo estupendo de los lápices de colores comprendí que había algo extremadamente importante que debía saber, por eso el pedido de que me enseñaran a leer y escribir volvió a molestar a mi madre y tras varias semanas de responder con negativas y hasta gritos, me dijo que me enseñaría a leer y escribir. Me emplazó en tres días, al cabo de los cuales, si no aprendía, me daría la paliza más grande del mundo o algo así. Aunque ya sabía lo que era una paliza, la alegría fue inmensa y la amenaza -aunque acusé recibo- no tenía sentido. Así que empezó a decirme el significado de las letras y su pronunciación, utilizando el sistema Becker. Aquellos símbolos, dados con mnemotécnicas, eran algo complicado -para mi- por las relaciones entre el símbolo puro y los elementos mnemotécnicos añadidos. 

La araña entrelazada al dibujo de la "A", además de resultarme repugnante me confundía y no me ayudaba. Así que lo primero que hice fue copiar en un papel las letras en sí, libres de todo añadido. Recordaba algunas de ellas, pero no como si mi madre acabara de decirme el sonido que representaban. Una imagen vino a mi mente, sobre una "M" y una "A" entrelazadas. (Hoy pienso que los pedagogos que diseñaron el sistema Becker eran un poco sádicos. Podrían haber empleado palabras como Amor, Árbol, Arco, etc., para hacer la regla de memoria de la primera letra del abecedario). Le pregunté a mi madre que significaban esas letras solas (M y A), y me respondió que la M era la inicial de mi nombre y que la A era la del nombre suyo, pero yo veía las letras entrelazadas en un óvalo, algo que me pertenecía de alguna manera. Tras repetirme el sonido correspondiente a cada letra y un ejemplo de inicial, no hizo falta más. Sólo necesitaba "recordar", más que aprender. Seguí repasando mentalmente los sonidos mientras volvía a escribir cada una de las letras y al cabo de un rato escribí "Alisia". 

Mi madre se emocionó al leer su nombre, pero su "yo distante" no le permitía reconocerlo, así que me reprendió por el error y me explicó la excepción de las sílabas "ce" y "ci" en algunas palabras. Tardé unos días en leer de corrido, pero empecé a escribir cuanto podía. Cuando dominé completamente el trazo, me encantaba darles a las letras formas diferentes y alternaba los escritos con dibujos. Pero todo lo que escribía y dibujaba resultaba curioso para papá y molesto para mamá, porque al mostrar los dibujo les hacía preguntas que no podían responder y en algún momento noté que se alarmaban. Sobre los escritos, mi madre pensaba que serían letras amontonadas sin sentido. Pero no era así y se lo dije. Era el idioma que conocía... Pero no era español. Hablaba "esas cosas" como decía mi madre, cuando estaba solo e incluso a veces con ellos, que no podían entender. Cuando escribía con letras "recién aprendidas", recordaba que había escrito eso antes, pero nadie me hizo caso, así que finalmente empecé a escribir sólo en español y con ello a olvidarme de aquel idioma. 

Mi infancia siguió en medio de una vida interior que nada tenía que ver con el medio en que crecía. Dibujaba cosas que ni yo mismo alcanzaba a comprender ni en mediana profundidad. A veces, eran objetos que veía y otras simplemente eran recuerdos. Tan incomprensibles las unas como las otras para mis padres y parientes, que ya empezaban a mirarme como "bicho raro" sin que yo pudiera entender el porqué. Preguntaba a mi padre si era tan raro que alguien dibujara o si es que dibujaba demasiado mal o demasiado bien, pero sus respuestas tampoco me eran muy comprensibles y por lo general eran un bombardeo de preguntas. Así que en vez de aclararme, enseñar mis cosas era motivo de angustias y agobios. Finalmente decidí no mostrar más mis dibujos. Pero aún no venía lo peor. 

El primer "gran problema" para mi mente objetiva comenzó a los cinco años y medio, ahí donde mis vivencias se alejaron completamente de lo normal para el resto del mundo. Una tarde fui a recostarme bajo una hermosa parra de moscatel y comencé a hacer un viaje fantástico, que por no poder relacionar mejor con la ciencia oficial, he descrito como una fantasía. Pero la verdad es que me iba al Interior de la Tierra, donde estaba mi familia. Papá y Mamá, cinco hermanos mayores que yo y... Que no tenían nada que ver con Papá y Mamá de este cuerpo. Pero eso duró sólo un año y medio y lo relato como "ciencia ficción" en otros libros, en los cuales sólo algunas circunstancias son ficticias. No obstante esas vivencias que eran cotidianas, mi vida no parecería a un observador externo, demasiado diferente de la de cualquier niño. Pocos meses después de los primeros viajes, comencé la escuela primaria y cierto era que las maestras siempre se extrañaron mucho de mi conducta y conocimientos, pero yo aprendí a diferenciar lo que realmente "sabía", de lo que "recordaba" y de las otras vivencias que apenas las hablaba empezaban los problemas. 

Lo que "sabía" era lo que aprendía desde que iba a la escuela y había escuchado o leído con estos mismos ojos que uso para escribir ahora. Lo demás, que componía un noventa por ciento de mi vida personal, estaba cada vez más guardado, más secreto y me causaba cada vez más dolor. Pero finalmente, ese miedo de hablar ante las represalias de toda clase, se convirtió en norma de vida. Las pocas indiscreciones que cometí, me pesaron tanto que escribir este libro es un verdadero desahogo psicológico y espiritual, a la vez que una esperanza de ser útil a aquellos que hayan tenido las mismas o algunas de las experiencias mías. Aún estaba en plena cuestión cotidiana aquello de viajar cada día al interior del Planeta, cuando se me ocurrió preguntarle a mi primera maestra de escuela como debía hacer para conseguir "los colores de afuera", es decir los colores "que se mueven". Tras varios intentos de explicación, la maestra dedujo que yo tenía algún grave problema visual, así que me puso una nota en el cuaderno para mis padres, que debían acudir inmediatamente. 

Al día siguiente tuve que intentar nuevas explicaciones a la maestra y a mi madre, que había visto algunos de mis dibujos pero no había reparado en ellos y las posibles implicaciones. Hice algunos dibujos en el pizarrón y mostré uno de un perro con el áurea energética alrededor, tal como veía las cosas, pero eso sólo fue la "certeza" para mamá y maestra de que me tenían que llevar al médico. El oftalmólogo del centro médico escolar comprobó que no tenía problemas visuales, así que me derivó al psicólogo. Ahí las cosas se agravaron, porque tras algunas pruebas no me encontró ningún síntoma anormal. Me mandó a un psiquiatra y éste a otros colegas; en total una de idas y venidas que no conducían a ninguna respuesta. Uno de estos profesionales me metió en un armario donde apenas cabía y me dejó allí como dos horas, según mi madre. Cuando me aburrí al extremo golpeé la puerta y pedí que me sacaran, que estaba aburrido. El psiquiatra llamó a mi madre, que había quedado en sala de espera mientras el hombre atendía otras cuatro o cinco consultas y le dijo con cara de desesperado que yo estaba al borde de una crisis porque sufría de claustrofobia. 

Ese fue el diagnóstico, como si no fuese normal que un niño de menos de siete años no tuviera impulso de llamar a la puerta y pedir que lo saquen de su encierro. Mi madre tuvo buen criterio y se acabaron por un tiempo esas consultas. No sabía nada de la vida aún, pero me daba cuenta de lo absurdo, porque mi reclamo no había sido un escándalo, sino unos leves golpecillos en la puerta del armario, donde estaba casi asfixiado porque había un ventilete al que apenas llegaba poniéndome en puntas de pie. La investigación de mi "problema" siguió con otros oftalmólogos, psicólogos y no sé cuantos profesionales, curanderos, curas y otros personajes más. Cada uno daba un diagnóstico diferente y para colmo había iniciado una etapa traumática en otro sentido: Me orinaba en la cama. Supuestamente se trataba de una reacción psicológica a las presiones, pero con esto también cada diagnóstico era por completo diferente a los demás. Finalmente terminaron -para mi suerte- por no hacerme más caso. Pero mi padre siguió investigando y de vez en cuando me hacía preguntas. 

Un amigo y compañero suyo de trabajo dio en la tecla. Me puso ante un espectroscopio y me hizo decir qué colores veía. Finalmente, tras una hora de mirar y decir colores, dijo: - Lo que el chico dice que ve, lo ve realmente. Sólo que nosotros no podemos ver normalmente en ese tramo del espectro de luz. Ve como los perros y los gatos, por eso también ha de ver muy bien de noche. Y efectivamente, una preocupación de mis padres era que me gustaba jugar en la noche, donde parece que nadie veía nada pero para mí sólo existía la oscuridad cuando cerraba los ojos. Pregunté al hombre si realmente no era un "poseído del demonio" como decían algunos, ni un "enviado del Señor" como decían otros. - Nada de eso. -concluyó el buen científico, analista de materiales- Hace media hora que estoy induciendo en el espectroscopio una serie de colores que elijo al azar y los meto en el aparato en una longitud de onda que no vemos pero que están en todas partes. Yo mismo no puedo ver los colores que meto ahí, pero sé cuáles son por una cuestión matemática. 

Lo que ves es la radiación magnética de la materia, que está en una parte de la luz que normalmente no es visible. Es algo muy simple, pero la gente no puede verlo y sabe poco de estas cosas. Lo de "longitud de onda" fue algo que entendí luego, tras varias preguntas a mi padre, pero comprendí que la ciencia y no la religión, era lo que podía contestar a las preguntas y resolver los problemas. Desde ahí, -dos años después de comenzar aquella debacle de consultas y temores- se acabaron las angustias y preocupaciones al respecto. Pero mis vivencias extrañas no hacían más que empezar. Extrañas sólo por el hecho de chocar con el medio y circunstancias en que me tocó desarrollarme. Si mis padres hubiesen tenido una formación esotérica más completa como tuvieron después, nada de eso les habría preocupado. Mi padre sospechaba la respuesta antes de conseguir la confirmación, pero mi madre sufría mucho por no poder comprender lo que ocurría. Cuando yo decía a ciertos familiares que veía a determinadas personas que hacía poco que habían muerto, el pánico que les apresaba y las reacciones que tenían, hicieron que decidiera callar todo lo que veía. 

Finalmente, logré hacer una especie de lista mental de las cosas que debía callar y de los temas que no debía hablar. Vivir así es difícil, pero más difícil era enfrentarme con las reacciones de incomprensión. Muchas de estas cuestiones se empezaron a disolver cuando mi madre empezó a ir a una escuela espiritista: La Escuela Científica Basilio, a la que debo la satisfacción de encontrarme por primera vez en un medio donde muchas personas, bajo determinadas condiciones podían ver lo mismo que yo. Tenía muchos interrogantes, pero al menos mi videncia Astral quedó demostrada como cosa normal y no tan poco común como se cree, aunque siendo una minoría quienes la poseemos, recibimos los mismos rechazos sociales -por temor y prejuicios- que cualquier otra minoría social. Años después hice los cursos de esa Institución, pero finalmente la abandoné por causa de la incompletitud de las enseñanzas y porque el carácter científico decayó, convirtiéndose en un dogma de fe sobre asuntos en los que ningún investigador puede quedarse estancado. Además, veía el peligro que representa dicho estancamiento y ciertas prácticas. 

Lo que allí se hace no tiene mucho de espiritual verdaderamente, sino un constante contacto con el plano Astral. Los "espíritus" que supuestamente toman contacto con los miembros y afiliados son meros cascarones Astrales o -lo que es peor- muchas veces impostores que sustraen energía psíquica a los practicantes. También descubrí que los "fluidos" dados para curaciones (como los de muchos reikistas que no diferencian su propia energía de la energía cósmica) sólo son entregas energéticas donde la persona que los da se desvitaliza y quien los recibe absorbe una carga vital contaminada con las vibraciones impuestas por los problemas psicológicas del "fluidante". No obstante, fue para mí un alivio encontrar personas que ven el plano Astral, aunque sea temporalmente y de modo incompleto. La pérdida del método científico en la E.C.B. la ha convertido en una secta con un poco de conocimiento del Astral, donde éste es confundido con lo espiritual. Y como en casi toda organización, existe enquistamiento de sus dirigentes (con motivos económicos, curriculares, etc.) de modo que cualquier intento de hacer evolucionar su enseñanza termina en conflictos. También por esa razón la E.C.B. denosta a la parapsicología científica y la engloba entre "Las Categorías del Mal". Y habiendo entrado yo en estudios parapsicológicos objetivos y serios, auspiciado por el Panamerican Parapsichology Institute a pesar de mi juventud, me vi obligado a retirarme del espiritismo, ante la impotencia para insuflar nuevos aires realmente científicos. 

Así y todo, es una Institución útil a la humanidad a la que han de reconocerse sus méritos y la buena fe de las gente que concurre a ella. Volviendo a mis recuerdos de infancia, en el segundo grado ocurrió un episodio del que sólo tomé consciencia varios años después. La maestra hablaba de México y algo se empezó a remover en mi cabeza. Levanté la mano y cuando la maestra me autorizó, dije que el Toxumolpia, o sea la "atadura de los años", se festejaba en México para recordar a los hombres que debían convertirse en seres voladores como las águilas, y que me encantaba jugar al Popotecle. Expliqué con tantos detalles el "Juego del Volador" (consistente en un palo alto, con un marco en que se enrollan cuatro cuerdas y los chicos u hombres corren y hacen acrobacias colgados de los pies) y otras tantas cosas de las costumbres y significados de los juegos, que la maestra sorprendida me preguntó dónde había leído tanto sobre México. 

Le dije que no lo había leído, sino que me acordaba... La risa de la maestra y de mis compañeros me hizo sentir como un idiota. Seguramente entendieron que me acordaba de haberlo estudiado o leído. Cierto es que a esa edad llevaba cuatro años de lector asiduo, pero aquello no estaba en ninguno de mis libros ni en la cuantiosa biblioteca de mi padre. Tardé meses en encontrar una referencia al Popotecle en un viejo librito de la biblioteca municipal, en el que no había ni siquiera una imagen (que yo no necesitaba), pero confirmé mis recuerdos, aunque con muy escasa consciencia de la importancia y las repercusiones futuras de aquella vivencia. Todo se borró de mi memoria luego, durante décadas, porque estaba absorbido por otras preocupaciones científicas, existenciales y familiares. Algunos de mis pocos juegos en solitario, que normalmente se olvidan en los niños, permanecieron incólumes en mi mente, de modo que haciendo retrospección cuando mis conocimientos de psicología superaban lo meramente profesional, pude aprovecharlos para análisis cuidadosos y terapias en "casos difíciles". 

Yo mismo no tenía -lógicamente- idea de la importancia de esos juegos. Un buen psicólogo puede extraer, mediante la observación metódica de los juegos infantiles -en especial los juegos en solitario- una enorme cantidad de información que es imposible contrastar con las cosas vistas u oídas por los niños. Aunque ahora mismo, con el bombardeo de información que la mediática produce, sería harto difícil diferenciar los factores adquiridos, de los innatos, a menos que se trate de niños de zonas rurales y -hoy por hoy- marginadas de la tecnología. 

 Ramiro de Granada

4 comentarios:

  1. Excelente! Me identifico mucho con tu escrito, vivi cosa parecidas, sueños, viajes astrales de pequeña que no entendía, cosas que veía,etc...
    Permiso comparto tu escrito...

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  2. Interesante, Pero y el resto del escrito? Me dejaron picado o sea deseoso de leer el resto, creo que allí termino el escrito, creía que seguia😞

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    1. Hola Werrior los vamos a ir publicando paulatinamente, hoy miso va la segunda parte, gracias por comentar. Abrazo fraternal

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    2. https://formulasesenciales.blogspot.com/2019/06/reencarnacion-y-el-viaje-astral_15.html

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