Cuando cumplí tres años de edad, ya sabía muy bien lo que era
recibir regalos, así que ante una pregunta de mi madre, que quizá no
esperaba obtener respuesta, grité alegremente que quería lápices de
colores y que me enseñara a leer y escribir.
La reacción de ella fue una mezcla de disgusto y sorpresa. No
entendí hasta muchos años después aquella situación, pero en aquel
momento me resultó chocante, como una decepción. Creo que fue,
después del nacimiento, el primer enfrentamiento emocional con mi
madre. Al menos el primero consciente y que recuerdo con absoluta
claridad.
Al día siguiente, que tardó muchísimo en llegar, recibí el primer regalo de cumpleaños. Era una caja de 24 lápices de colores y dos
lápices negros de dibujo. El regalo venía acompañado de un cuaderno
de hojas de papel para dibujo y fue suficiente para disolver el dejo
amargo que me quedaba del día anterior. Nunca se borraría aquello de
mi memoria, pero el dolor que no conseguía entender, había pasado.
No recuerdo si había visto a alguien dibujar alguna vez, pero
siendo el primogénito y con tan corta edad, en una época sin televisión,
era muy difícil. Aunque mi padre dibujaba planos, su trabajo no tenía
nada que ver con lo que yo estaba haciendo. Una casa y un río, un
caballo que corría por el camino hacia la casa y una niña que se caía
cuando el caballo estaba por cruzar el puente...
Claro que el dibujo no era una obra de arte, pero con tres añitos
no se puede pedir más.
El recuerdo estaba tan fresco como si hubiese
ocurrido todo ese mismo día. No tenía consciencia de la diferencia entre
pasado, presente y futuro. Sentía al dibujar un dolor en el pecho, algo
que tuve que reprimir para poder terminar el dibujo. Con el color rojo
pinté la sangre en las piernas de la niña y apenas terminé me puse a
llorar desconsolado. Ella estaba herida y era por mi culpa. Entró mi
madre y vio el dibujo sobre la mesa de la cocina, pero no le dio
importancia. Sólo preguntó qué me pasaba y le dije que Sonia estaba
lastimada. Mi madre no entendió absolutamente nada, pero me amenazó
con encerrarme en el baño como no me callara.
No entendí el castigo, su sentido ni nada de lo que significaba
realmente la amenaza.
Como sentí lo mismo que mi madre por mera
empatía psíquica, el vasito plástico que tenía aún un poco de leche,
saltó de la mesa con el primer golpe iracundo que di en esta vida. Y
recibí la correspondiente primera paliza. Si los papás supieran que los
niños y los animales domésticos perciben, reflejan y aprenden a tener los
mismos sentimientos e impulsos que los adultos, éstos se cuidarían un
poco más por mera responsabilidad. Aunque no manifiesten ante los
niños pequeños sus sentimientos, igual estos los perciben y aunque no
los podrán "tangibilizar", ni podrán procesarlos adecuadamente (tanto
peor por ello) terminarán siendo igual que sus padres, desarrollando lo
que básicamente ha sido esbozado por James Redfield en "Las Nueve
Revelaciones". Es decir, cualquiera de los cuatro tipos psicopatológicos
de control de las circunstancias ("pobre de mí" haciendo sentir culpable
al otro; "intimidador", amedrentando; "distante", haciendo sentir inferior al
otro e "interrogador", que inhibe y hace sentir controlado y vigilado a la
otra persona).
En las relaciones paterno-infantiles, éste último es el más
común, pero los otros no son poco frecuentes. La aplicación sobre los
niños de esos medios de control suelen acabar con todos sus incipientes despertares psíquicos, con sus recuerdos askásicos (así se llama a los
recuerdos de encarnaciones anteriores).
Mi madre, culta y amable, dulce y cariñosa a veces, tuvo un
infancia demasiado dura. No es mi intención en absoluto menoscabar su
obra materna, pero he de confesar que nuestros enfrentamientos eran
muy graves. Ello se comprenderá más adelante. Por ahora, cabe decir
que pese a los malos tratos que me daba, no pudieron modificar mis
percepciones, mis recuerdos, mi videncia Astral ni nada de mi
personalidad.
La razón -como pude comprobar- era que mi cuerpo Astral
o "emocional", es decir la personalidad misma, el cuerpo magnético
formado para conectar el Ser Humano, mundano, con el Ser Espiritual,
era el mismo que tuve en la encarnación anterior.
Al haber nacido sin perder el Astral que fue formado en la vida
anterior, mi carácter personal no debió rehacerse como ocurre a la
mayoría de los niños, que son libros abiertos a toda vibración, a todo
aprendizaje, a toda influencia. Yo sólo necesitaba "recordar" algunas
cosas para volver al nivel de consciencia que había tenido poco antes de
nacer en este cuerpo.
También era lógico que muchas cosas chocaran
con el medio familiar, porque quien yo sentía ser no se parecía mucho al
niño que representaba por fuera. Aunque no tenía consciencia de ello ni
estaba seguro hasta después de una serie de comprobaciones efectivas
y realizadas aplicando rigurosamente el método científico, la simple
memoria instintiva me condujo siempre.
Unos días después de aquel episodio donde el dibujo de la niña
caída del caballo terminó roto y en la basura, mi recuerdo también quedó
depositado lo más lejos posible, en el subconsciente. Sabía que Sonia
había sobrevivido y no había muerto en la caída, así que pude seguir con
mi vida de niño... Hasta los cinco años y medio, en que no fueron los
recuerdos askásicos sino los viajes Astrales, el problema.
Para colmo, no
eran viajes al tejado de mi casa, ni a la esquina de mi barrio...
Pero volviendo a aquellos días de la primera infancia, poco
después de aquel regalo estupendo de los lápices de colores comprendí
que había algo extremadamente importante que debía saber, por eso el
pedido de que me enseñaran a leer y escribir volvió a molestar a mi
madre y tras varias semanas de responder con negativas y hasta gritos,
me dijo que me enseñaría a leer y escribir. Me emplazó en tres días, al
cabo de los cuales, si no aprendía, me daría la paliza más grande del
mundo o algo así.
Aunque ya sabía lo que era una paliza, la alegría fue inmensa y la
amenaza -aunque acusé recibo- no tenía sentido. Así que empezó a decirme el significado de las letras y su pronunciación, utilizando el
sistema Becker. Aquellos símbolos, dados con mnemotécnicas, eran
algo complicado -para mi- por las relaciones entre el símbolo puro y los
elementos mnemotécnicos añadidos.
La araña entrelazada al dibujo de
la "A", además de resultarme repugnante me confundía y no me
ayudaba. Así que lo primero que hice fue copiar en un papel las letras en
sí, libres de todo añadido. Recordaba algunas de ellas, pero no como si
mi madre acabara de decirme el sonido que representaban. Una imagen
vino a mi mente, sobre una "M" y una "A" entrelazadas. (Hoy pienso que
los pedagogos que diseñaron el sistema Becker eran un poco sádicos.
Podrían haber empleado palabras como Amor, Árbol, Arco, etc., para
hacer la regla de memoria de la primera letra del abecedario).
Le pregunté a mi madre que significaban esas letras solas (M y A),
y me respondió que la M era la inicial de mi nombre y que la A era la del
nombre suyo, pero yo veía las letras entrelazadas en un óvalo, algo que
me pertenecía de alguna manera. Tras repetirme el sonido
correspondiente a cada letra y un ejemplo de inicial, no hizo falta más.
Sólo necesitaba "recordar", más que aprender. Seguí repasando
mentalmente los sonidos mientras volvía a escribir cada una de las letras
y al cabo de un rato escribí "Alisia".
Mi madre se emocionó al leer su nombre, pero su "yo distante" no
le permitía reconocerlo, así que me reprendió por el error y me explicó la
excepción de las sílabas "ce" y "ci" en algunas palabras. Tardé unos días
en leer de corrido, pero empecé a escribir cuanto podía. Cuando dominé
completamente el trazo, me encantaba darles a las letras formas
diferentes y alternaba los escritos con dibujos. Pero todo lo que escribía
y dibujaba resultaba curioso para papá y molesto para mamá, porque al
mostrar los dibujo les hacía preguntas que no podían responder y en
algún momento noté que se alarmaban. Sobre los escritos, mi madre
pensaba que serían letras amontonadas sin sentido. Pero no era así y se
lo dije. Era el idioma que conocía... Pero no era español. Hablaba "esas
cosas" como decía mi madre, cuando estaba solo e incluso a veces con
ellos, que no podían entender. Cuando escribía con letras "recién
aprendidas", recordaba que había escrito eso antes, pero nadie me hizo
caso, así que finalmente empecé a escribir sólo en español y con ello a
olvidarme de aquel idioma.
Mi infancia siguió en medio de una vida interior que nada tenía
que ver con el medio en que crecía. Dibujaba cosas que ni yo mismo
alcanzaba a comprender ni en mediana profundidad. A veces, eran
objetos que veía y otras simplemente eran recuerdos. Tan
incomprensibles las unas como las otras para mis padres y parientes, que ya empezaban a mirarme como "bicho raro" sin que yo pudiera
entender el porqué. Preguntaba a mi padre si era tan raro que alguien
dibujara o si es que dibujaba demasiado mal o demasiado bien, pero sus
respuestas tampoco me eran muy comprensibles y por lo general eran
un bombardeo de preguntas. Así que en vez de aclararme, enseñar mis
cosas era motivo de angustias y agobios. Finalmente decidí no mostrar
más mis dibujos.
Pero aún no venía lo peor.
El primer "gran problema" para mi
mente objetiva comenzó a los cinco años y medio, ahí donde mis
vivencias se alejaron completamente de lo normal para el resto del
mundo. Una tarde fui a recostarme bajo una hermosa parra de moscatel
y comencé a hacer un viaje fantástico, que por no poder relacionar mejor
con la ciencia oficial, he descrito como una fantasía. Pero la verdad es
que me iba al Interior de la Tierra, donde estaba mi familia. Papá y
Mamá, cinco hermanos mayores que yo y... Que no tenían nada que ver
con Papá y Mamá de este cuerpo. Pero eso duró sólo un año y medio y
lo relato como "ciencia ficción" en otros libros, en los cuales sólo algunas
circunstancias son ficticias.
No obstante esas vivencias que eran cotidianas, mi vida no
parecería a un observador externo, demasiado diferente de la de
cualquier niño. Pocos meses después de los primeros viajes, comencé la
escuela primaria y cierto era que las maestras siempre se extrañaron
mucho de mi conducta y conocimientos, pero yo aprendí a diferenciar lo
que realmente "sabía", de lo que "recordaba" y de las otras vivencias que
apenas las hablaba empezaban los problemas.
Lo que "sabía" era lo que
aprendía desde que iba a la escuela y había escuchado o leído con estos
mismos ojos que uso para escribir ahora. Lo demás, que componía un
noventa por ciento de mi vida personal, estaba cada vez más guardado,
más secreto y me causaba cada vez más dolor. Pero finalmente, ese
miedo de hablar ante las represalias de toda clase, se convirtió en norma
de vida. Las pocas indiscreciones que cometí, me pesaron tanto que
escribir este libro es un verdadero desahogo psicológico y espiritual, a la
vez que una esperanza de ser útil a aquellos que hayan tenido las
mismas o algunas de las experiencias mías.
Aún estaba en plena cuestión cotidiana aquello de viajar cada día
al interior del Planeta, cuando se me ocurrió preguntarle a mi primera
maestra de escuela como debía hacer para conseguir "los colores de
afuera", es decir los colores "que se mueven". Tras varios intentos de
explicación, la maestra dedujo que yo tenía algún grave problema visual,
así que me puso una nota en el cuaderno para mis padres, que debían
acudir inmediatamente.
Al día siguiente tuve que intentar nuevas explicaciones a la maestra y a mi madre, que había visto algunos de mis
dibujos pero no había reparado en ellos y las posibles implicaciones.
Hice algunos dibujos en el pizarrón y mostré uno de un perro con el
áurea energética alrededor, tal como veía las cosas, pero eso sólo fue la
"certeza" para mamá y maestra de que me tenían que llevar al médico.
El oftalmólogo del centro médico escolar comprobó que no tenía
problemas visuales, así que me derivó al psicólogo. Ahí las cosas se
agravaron, porque tras algunas pruebas no me encontró ningún síntoma
anormal. Me mandó a un psiquiatra y éste a otros colegas; en total una
de idas y venidas que no conducían a ninguna respuesta. Uno de estos
profesionales me metió en un armario donde apenas cabía y me dejó allí
como dos horas, según mi madre. Cuando me aburrí al extremo golpeé
la puerta y pedí que me sacaran, que estaba aburrido. El psiquiatra llamó
a mi madre, que había quedado en sala de espera mientras el hombre
atendía otras cuatro o cinco consultas y le dijo con cara de desesperado
que yo estaba al borde de una crisis porque sufría de claustrofobia.
Ese
fue el diagnóstico, como si no fuese normal que un niño de menos de
siete años no tuviera impulso de llamar a la puerta y pedir que lo saquen
de su encierro. Mi madre tuvo buen criterio y se acabaron por un tiempo
esas consultas.
No sabía nada de la vida aún, pero me daba cuenta de lo absurdo,
porque mi reclamo no había sido un escándalo, sino unos leves
golpecillos en la puerta del armario, donde estaba casi asfixiado porque
había un ventilete al que apenas llegaba poniéndome en puntas de pie.
La investigación de mi "problema" siguió con otros oftalmólogos,
psicólogos y no sé cuantos profesionales, curanderos, curas y otros
personajes más. Cada uno daba un diagnóstico diferente y para colmo
había iniciado una etapa traumática en otro sentido: Me orinaba en la
cama. Supuestamente se trataba de una reacción psicológica a las
presiones, pero con esto también cada diagnóstico era por completo
diferente a los demás. Finalmente terminaron -para mi suerte- por no
hacerme más caso. Pero mi padre siguió investigando y de vez en
cuando me hacía preguntas.
Un amigo y compañero suyo de trabajo dio
en la tecla. Me puso ante un espectroscopio y me hizo decir qué colores
veía. Finalmente, tras una hora de mirar y decir colores, dijo:
- Lo que el chico dice que ve, lo ve realmente. Sólo que nosotros no
podemos ver normalmente en ese tramo del espectro de luz. Ve como
los perros y los gatos, por eso también ha de ver muy bien de noche.
Y efectivamente, una preocupación de mis padres era que me
gustaba jugar en la noche, donde parece que nadie veía nada pero para
mí sólo existía la oscuridad cuando cerraba los ojos. Pregunté al hombre si realmente no era un "poseído del demonio" como decían algunos, ni
un "enviado del Señor" como decían otros.
- Nada de eso. -concluyó el buen científico, analista de materiales-
Hace media hora que estoy induciendo en el espectroscopio una serie de
colores que elijo al azar y los meto en el aparato en una longitud de onda
que no vemos pero que están en todas partes. Yo mismo no puedo ver
los colores que meto ahí, pero sé cuáles son por una cuestión
matemática.
Lo que ves es la radiación magnética de la materia, que
está en una parte de la luz que normalmente no es visible. Es algo muy
simple, pero la gente no puede verlo y sabe poco de estas cosas.
Lo de "longitud de onda" fue algo que entendí luego, tras varias
preguntas a mi padre, pero comprendí que la ciencia y no la religión, era
lo que podía contestar a las preguntas y resolver los problemas. Desde
ahí, -dos años después de comenzar aquella debacle de consultas y
temores- se acabaron las angustias y preocupaciones al respecto. Pero
mis vivencias extrañas no hacían más que empezar. Extrañas sólo por el
hecho de chocar con el medio y circunstancias en que me tocó
desarrollarme. Si mis padres hubiesen tenido una formación esotérica
más completa como tuvieron después, nada de eso les habría
preocupado. Mi padre sospechaba la respuesta antes de conseguir la
confirmación, pero mi madre sufría mucho por no poder comprender lo
que ocurría.
Cuando yo decía a ciertos familiares que veía a determinadas
personas que hacía poco que habían muerto, el pánico que les apresaba
y las reacciones que tenían, hicieron que decidiera callar todo lo que
veía.
Finalmente, logré hacer una especie de lista mental de las cosas
que debía callar y de los temas que no debía hablar. Vivir así es difícil,
pero más difícil era enfrentarme con las reacciones de incomprensión.
Muchas de estas cuestiones se empezaron a disolver cuando mi madre
empezó a ir a una escuela espiritista: La Escuela Científica Basilio, a la
que debo la satisfacción de encontrarme por primera vez en un medio
donde muchas personas, bajo determinadas condiciones podían ver lo
mismo que yo. Tenía muchos interrogantes, pero al menos mi videncia
Astral quedó demostrada como cosa normal y no tan poco común como
se cree, aunque siendo una minoría quienes la poseemos, recibimos los
mismos rechazos sociales -por temor y prejuicios- que cualquier otra
minoría social.
Años después hice los cursos de esa Institución, pero finalmente
la abandoné por causa de la incompletitud de las enseñanzas y porque el
carácter científico decayó, convirtiéndose en un dogma de fe sobre
asuntos en los que ningún investigador puede quedarse estancado.
Además, veía el peligro que representa dicho estancamiento y ciertas
prácticas.
Lo que allí se hace no tiene mucho de espiritual
verdaderamente, sino un constante contacto con el plano Astral. Los
"espíritus" que supuestamente toman contacto con los miembros y
afiliados son meros cascarones Astrales o -lo que es peor- muchas
veces impostores que sustraen energía psíquica a los practicantes.
También descubrí que los "fluidos" dados para curaciones (como
los de muchos reikistas que no diferencian su propia energía de la
energía cósmica) sólo son entregas energéticas donde la persona que
los da se desvitaliza y quien los recibe absorbe una carga vital
contaminada con las vibraciones impuestas por los problemas
psicológicas del "fluidante". No obstante, fue para mí un alivio encontrar
personas que ven el plano Astral, aunque sea temporalmente y de modo
incompleto. La pérdida del método científico en la E.C.B. la ha convertido
en una secta con un poco de conocimiento del Astral, donde éste es
confundido con lo espiritual. Y como en casi toda organización, existe
enquistamiento de sus dirigentes (con motivos económicos, curriculares,
etc.) de modo que cualquier intento de hacer evolucionar su enseñanza
termina en conflictos.
También por esa razón la E.C.B. denosta a la parapsicología
científica y la engloba entre "Las Categorías del Mal". Y habiendo
entrado yo en estudios parapsicológicos objetivos y serios, auspiciado
por el Panamerican Parapsichology Institute a pesar de mi juventud, me
vi obligado a retirarme del espiritismo, ante la impotencia para insuflar
nuevos aires realmente científicos.
Así y todo, es una Institución útil a la
humanidad a la que han de reconocerse sus méritos y la buena fe de las
gente que concurre a ella.
Volviendo a mis recuerdos de infancia, en el segundo grado
ocurrió un episodio del que sólo tomé consciencia varios años después.
La maestra hablaba de México y algo se empezó a remover en mi
cabeza. Levanté la mano y cuando la maestra me autorizó, dije que el
Toxumolpia, o sea la "atadura de los años", se festejaba en México para
recordar a los hombres que debían convertirse en seres voladores como
las águilas, y que me encantaba jugar al Popotecle. Expliqué con tantos
detalles el "Juego del Volador" (consistente en un palo alto, con un
marco en que se enrollan cuatro cuerdas y los chicos u hombres corren y
hacen acrobacias colgados de los pies) y otras tantas cosas de las
costumbres y significados de los juegos, que la maestra sorprendida me
preguntó dónde había leído tanto sobre México.
Le dije que no lo había
leído, sino que me acordaba...
La risa de la maestra y de mis compañeros me hizo sentir como
un idiota. Seguramente entendieron que me acordaba de haberlo
estudiado o leído. Cierto es que a esa edad llevaba cuatro años de lector
asiduo, pero aquello no estaba en ninguno de mis libros ni en la
cuantiosa biblioteca de mi padre. Tardé meses en encontrar una
referencia al Popotecle en un viejo librito de la biblioteca municipal, en el
que no había ni siquiera una imagen (que yo no necesitaba), pero
confirmé mis recuerdos, aunque con muy escasa consciencia de la
importancia y las repercusiones futuras de aquella vivencia. Todo se
borró de mi memoria luego, durante décadas, porque estaba absorbido
por otras preocupaciones científicas, existenciales y familiares. Algunos
de mis pocos juegos en solitario, que normalmente se olvidan en los
niños, permanecieron incólumes en mi mente, de modo que haciendo
retrospección cuando mis conocimientos de psicología superaban lo
meramente profesional, pude aprovecharlos para análisis cuidadosos y
terapias en "casos difíciles".
Yo mismo no tenía -lógicamente- idea de la
importancia de esos juegos. Un buen psicólogo puede extraer, mediante
la observación metódica de los juegos infantiles -en especial los juegos
en solitario- una enorme cantidad de información que es imposible
contrastar con las cosas vistas u oídas por los niños. Aunque ahora
mismo, con el bombardeo de información que la mediática produce, sería
harto difícil diferenciar los factores adquiridos, de los innatos, a menos
que se trate de niños de zonas rurales y -hoy por hoy- marginadas de la
tecnología.
Ramiro de Granada
Excelente! Me identifico mucho con tu escrito, vivi cosa parecidas, sueños, viajes astrales de pequeña que no entendía, cosas que veía,etc...
ResponderEliminarPermiso comparto tu escrito...
Interesante, Pero y el resto del escrito? Me dejaron picado o sea deseoso de leer el resto, creo que allí termino el escrito, creía que seguia😞
ResponderEliminarHola Werrior los vamos a ir publicando paulatinamente, hoy miso va la segunda parte, gracias por comentar. Abrazo fraternal
Eliminarhttps://formulasesenciales.blogspot.com/2019/06/reencarnacion-y-el-viaje-astral_15.html
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