sábado, 24 de agosto de 2019

REENCARNACIÓN Y EL VIAJE ASTRAL - EL KAMALOKA


En la terminología esotérica, "Cuarto Infierno" y "Kamaloka" es lo mismo. 
Kama = región o estrato, loka = desequilibrio, descomposición, disolución, ruptura. Pertenece al plano Astral, pero normalmente no quedan allí las consciencias (los Egos), sino el trasto energético o cascarón con sus parásitos de falsos egos o "yoes psicológicos", los cuales suelen ser recogidos -no siempre- por las Almas cuando reencarnan y estos parásitos vuelven a ocupar la nueva personalidad de esa Alma, dificultando su evolución. Aunque como hemos dicho, muchas veces las personas quedan allí en el Kamaloka por algún tiempo, variable según factores geomagnéticos y del propio cuerpo Astral. [Nota: No debe confundirse con "Kãma". 

La pronunciación varía imperceptiblemente para quien no habla sánscrito, pero esta palabra, con acento o cejilla en la primera "a", significa "deseo". Pero "Kama" (sin acento) significa región, estrato, mundo, ámbito... Igual otras interpretaciones en ciertos dialectos, se refieren al "Kãma Lôkah" como a la misma cosa, pues su traducción literal sería "Mundo del Deseo", y esto es tan adecuado para denominarlo como "Región de la Disolución", porque los deseos son justamente los factores emocionales que más influyen en la permanencia allí de los cascarones, así como entidades conscientes que quedan enviciados en las posibilidades de manejo de la materia y sus imágenes. Abundan allí proyecciones mentales y Astrales sensuales de todo género, desde sexuales hasta gastronómicas, incluyendo aberraciones propias de psicópatas. 

Un verdadero infierno donde no hay mucho sufrimiento, pero sí cosas desde las más hermosas (sensualmente hablando) hasta las más horribles. Se trata de una de las regiones de la magnetósfera del planeta ( que aunque no es exactamente el Áskasis, forma parte de él en su aspecto más activo y en permanente modificación). Su característica vibratoria está comprendida entre la última parte del ultravioleta y algo más allá de los Rayo X. Actualmente el Kamaloka no es lo mismo que hace millones de años. En aquella época estaba todo "casi" en su sitio, magnéticamente hablando. No obstante, parece ser que su centro debería estar entre los doscientos mil y los trescientos mil metros de altitud. Algunos de los vedas, con doce o quince mil años de antigüedad, coinciden con las descripciones de los astronautas, de una región a esa altura, en la que al pasar han oído carcajadas, sentido extrañas presencias y hasta han visto fantasmas dentro de sus transbordadores y cápsulas. 

El Demiurgo (significa Creador de pueblos) es el Homo primordialis -y/o sus sucesores, actualmente- que experimentando con la genética, la distorsionó para crear clones esclavos (necesariamente hombres mortales, para poder someterles mediante la superioridad de él y el miedo causado por la diferencia) empezaba hace unos 600 millones de años a convertir sus experimentos en "creación" expansiva. A partir de la Edda Nórdica, que es el Libro Sagrado más antiguo y detallado de la Humanidad, del cual deriva buena parte de La Biblia y otros (con infinidad de distorsiones), podemos hacer la siguiente síntesis: La primera época de la expansión demiúrgica, comienza cuando Loky (este primer Demiurgo) fue llamado Yahvé ("el Inquieto" o "Vete, Inquieto") por sus experimentos e ideas, que no agradaban a los demás Primordiales, aunque no podían comprender en profundidad los efectos de la manipulación genética. Cuando entendieron que se trataba de un desastre, pero existían ya una serie de clones, fue expulsado tras el "Juicio de los Dioses", con un nuevo cambio de nombre, asignándole el de Geohvá, que significa "Expulsado de la Tierra". 

Como no podían los "dioses" -hombres inmortales- destruir a las criaturas (la creación demiúrgica o sea criaturas genéticamente modificadas) sin aniquilar las posibilidades evolutivas para esas Almas, decidieron "tolerar" la expansión demiúrgica, previendo la posibilidad de luchar de otros modos para recuperar a esas Almas prisioneras en cuerpos mortales. (no tuvieron en cuenta la estadística ni pudieron prever el desastre que originaría esa "divina tolerancia"). [Cabe aclarar tal como lo hiciera Sócrates, que "Los dioses son hombres inmortales; los hombres somos dioses mortales".] 

En esa primera época, llamada Gran Satya Yuga, el Kamaloka era un depósito apenas ocupado por algunos de los cuerpos Astrales de los pocos que habían muerto, así como de restos orgánicos Astrales de los diversos Reinos Naturales, que se descomponían rápidamente, reciclando el Planeta esa materia. Pero dadas las densidades puras de las capas magnéticas, resultaba muy difícil sacar de allí a un Ser que hubiera quedado astralmente en esa "comodidad" del Kamaloka, donde los Egos sentían la satisfacción de "estar" sin las incomodidades de la materia física. Además, disponiendo de la posibilidad de manipular la materia aparentemente igual a la física... En fin, un lugar "donde todos tus deseos se hacen realidad"... Basta visualizar lo que se quiera para que esté allí, como un holograma. 

Pero con unas trampas muy efectivas a largo plazo, porque los primeros mortales no sabían (como no lo saben ahora la mayoría) que allí el Astral se desvitaliza y tiende a descomponerse. Por otra parte, los períodos de permanencia estaban dados de otra manera. Podían pasar eones antes que el Astral se diluyese y el Ser conociera la Segunda Muerte. También cabe aclarar que cuando se escribió el Runemandag (el Libro Primordial de la Runas, uno de los tres e la Doc-Trina, que serviría para enseñar a los mortales a dejar de serlo y recuperar su verdadera condición) no se sabía casi nada sobre el Devachán. Hoy, (desde hace algunos millones de años) hasta los más morbosos seres conscientes abandonan rápidamente el Kamaloka -unos cuántos años, a lo sumo- debido a lo saturado que está con toda clase de basura psíquica llamada "efluvia". 

Y si ya en la segunda etapa demiúrgica los únicos seres conscientes que había en el Kamaloka eran los "mumbas" (unos adefecios similares a los gnomos, producto de sucesivas manipulaciones genéticas), es comprensible que ahora mismo nadie, ni los amantes del terror de cine, -que no tienen ni idea de lo que es el verdadero terror- se aventuran a permanecer conscientes en el estrato central del Kamaloka durante mucho tiempo. 

Se trata de un auténtico basurero Astral, repleto de partes de cuerpos y cuerpos enteros, parecido a un cementerio revuelto, mezclado con toda clase de basureros y desguaces. Pueden verse todo tipo de objetos proyectados por las mentes, como elementos amorfos que contienen información sobre sensaciones, pasiones y parásitos psicológicos diversos.



En la tercera etapa demiúrgica el Kamaloka quizá estuvo tan "lleno" como ahora, pero nunca antes (a pesar de algunas explosiones atómicas en la antigüedad) estuvo tan mezclado con los demás planos vibracionales y las diversas capas magnéticas del planeta.

 En síntesis: Permanecer en el Kamaloka ahora es casi imposible por lo confuso e inaguantable. Los que lo hicieron hace millones de años, pagaron su adormecimiento con el mismo karma terrible de la gran mayoría de la masa humana actual: La Segunda Muerte o "muerte del Astral". 

No obstante las condiciones en que se encuentra, al salir en Astral sin parásitos emocionales, no se toma casi nada de contacto con las capas de baja vibración y al hacerlo sin miedo no nos afecta ninguna de las cosas horribles que se ven en algunos sitios. En cuanto a las utilidades que tiene el viaje Astral, éstas han de estar reguladas por el sentido ético, so pena de pagar caro los abusos que se cometan con esta capacidad. Quien pretenda entrar en un sitio donde no está autorizado (a menos que se trate de asuntos muy justificados), producirá un bajón automático de su nivel vibratorio, determinado por la intencionalidad. Inmediatamente tomará contacto con la región más baja del Kamaloka y puede tener consecuencias graves. 

Si nos desplazamos en la región en que abundan elementales vegetales (muchos de ellos tienen formas similares a la humana), podemos sentirnos "a salvo", porque difícilmente entren en esa parte de espectro vibratorio entidades de baja vibración. En todo caso, los beneficios de tener consciencia Astral son varios. De ningún modo excluyente a otras alternativas, digo lo que yo he conseguido con los viajes Astrales: 

1) Comprobación técnico-científica del asunto. 
2) Comprobación de que "no soy mi cuerpo", sino que éste es un vehículo (ya no es una "teoría", sino algo vivenciado, puesto que puedo estar consciente fuera de él). 
3) Conseguir información de distintas cosas, a las que no podría acceder físicamente. 
4) Mal que me pese confesarlo, cuando he violado en Astral alguna pauta ética, he sufrido las consecuencias (una única vez y , muy tonto sería repetir el error). 

Por lo tanto, se obtiene una reafirmación de los criterios éticos, como no entrar donde no está autorizado a hacerlo físicamente. Cabe la excepción de asuntos oficiales, porque se supone que cualquier documento u organismo "público" no han de tener restricciones. En una casa de gobierno, oficinas administrativas oficiales, o en una legislatura, el único lugar donde no puedo entrar en Astral, es al baño de las damas. Aunque se pueda pasar por cualquier sitio sin obstáculos físicos, el Ser Interno no autoriza a entrar en la intimidad sexual de una pareja, en la intimidad fisiológica de un servicio (porque tenemos pudores que han de respetar tanto personas físicas como en Astral). Cierto Hermano que me ha guiado Astral y Espiritualmente, y cuya presencia es sólo Astral, tuvo una vez un "accidente", porque me encontró en el baño, haciendo mis necesidades. 

Se puso más "colorado" que una dama que entrara sin querer y sentí su pudor. Aunque le autoricé desde esa vez -sobre todo porque es un varón- a presentarse aunque me hallara en tales ocasiones, lo ha evitado cuidadosamente. 

La LEY en Astral es la misma que tenemos en cualquier sitio, o sea la Máxima Ley del Amor Universal: El RESPETO. 

5) La consciencia onírica, derivada de la consciencia Astral, facilita el proceso de purificación emocional. 
6) Comprensión de la realidad post-mortem y actividades de servicio: Durante unos veinte años he estado ayudando a personas recién muertas a encontrar la solución a sus conflictos, a definir su situación, ya sea abandonando el cuerpo Astral (Segunda Muerte) en mejores condiciones o volviendo a encarnar rápidamente -lo que es mucho mejor- , eligiendo mejores perspectivas para su nueva encarnación. Pero este servicio no obligatorio ni deben hacerlo todos los viajeros Astrales. Corresponde sólo a un grupo de "voluntarios" y también hay un tiempo, tras el cual hay que dedicarse a otras cosas, ya por ser más útiles al Plan Divino y/o por ser necesarias a la propia persona. En mi caso, ambas se dan en sincronía. No trabajo más ayudando a los muertos, porque hay más necesidad de enseñar a los vivos. 
7) Fácil desarrollo de facultad de diagnóstico médico y curaciones psíquicas (a las capacidades de ver y salir en Astral hay que sumar muchos conocimientos en el área de la medicina). Puedo asegurar que más gente que la que precisa decirlo, hace viajes Astrales conscientemente. 
No callan porque les importe que se diga que están locos, sino porque el viajero Astral va desarrollando su consciencia en otro orden de asuntos. 
¿A quién le interesa enseñar a caminar a los niños de un año?. ¿Cuántos tienen vocación para enseñar a contar o a leer y a escribir a los párvulos?. Pues los "maestros" en estos temas, somos apenas maestrillos de primaria, aunque sepamos de otras cosas más avanzadas y vislumbremos cosas más elevadas aún. Cada cual tiene su misión a cumplir en cada etapa de la vida o en toda una vida en particular. 

No hay "niveles de importancia". No es menos importante el camarero o el recepcionista del hotel, que el director general de la cadena de hoteles (sus caras y su atención me harán quedarme o buscar otro hotel, sea el director o el camarero). En lo esotérico como en todos los órdenes de la vida, pasa lo mismo. ¿Qué haría mi cabeza si los intestinos no funcionan o mis pies no me llevan donde quiero ir?... Pero las personas honestas son las que mejor aprovechan para sí mismas y para la Humanidad, los poderes paranormales, como saber salir en Astral o cualquier otra aptitud. 
En lo personal: Comprender más cosas sobre lo Trascendente, disfrutar de sensaciones como volar (me encanta), contactar con personas encarnadas que sólo tienen consciencia plena cuando están en Astral, visitar lugares preciosos (Ojo, que no me refiere a "viajes imaginarios", sino a sitios que luego podemos visitar materialmente); podemos contactar con el entorno Astral inmediato, como plantas y animales, cuyos cuerpos Astrales son más bonitos y su consciencia (mediante la telepatía astral, que es común a casi todos) no tiene limitaciones de lenguajes, entonces se aprende y se enseña -de y a- las mascotas, los árboles, etc. Si hay vida mágica que merezca tal nombre, es la del viajero Astral. 

En el Servicio: ayudar a los demás, descubrir cosas que sirvan a la Humanidad, aliviar el sufrimiento de los que acaban de morir y están en una confusión infernal, aliviar el sufrimiento de los encarnados curando algunas cosas, enseñando lo que sabes y mientras más sepas más podrás aliviar sufrimientos y acelerar procesos evolutivos en los demás. Cuando digo "los demás", en realidad estoy hablando de "YO MISMO" en el sentido más espiritual. Porque "los demás" son islas aparentes, porque bajo las aguas de la apariencia, somos UN MISMO SER. Y esta maravilla de la realidad Absoluta sólo la palpamos cuando podemos experimentar el contacto Astral respetando las Leyes Espirituales.

Granada Ramiro 

miércoles, 21 de agosto de 2019

CONCENTRACIÓN Y MEDITACIÓN / Formación del carácter

Hay tantos métodos de meditación como personas que meditan, pero el objetivo último es siempre el mismo. En cuanto al fin inmediato, suele estar vinculado con la formación del carácter o la elevación de la conciencia. Talbot Mundy, en Om, expresa bien la relación entre ambas cosas: «Quien desee conocer las Llanuras ha de ascender a las Montañas Eternas, desde donde los ojos de un hombre pueden otear el Infinito. Mas el que quiera hacer uso de lo que conoce deberá bajar a esos mismos Llanos en que convergen Pasado y Futuro y donde los demás hombres le necesitan». 

La importancia de moldear el carácter radica en la necesidad de proporcionar una base sólida a la poderosa estructura de una mente ya iluminada. El pensamiento, en efecto, es fuerza, y de nada sirve adquirir un tremendo poder si ha de usarse con fines torcidos y sin otro resultado que el de destruirse a sí mismo. La última guerra, todavía fresca en nuestro recuerdo, es un modelo imperecedero de lo que entraña el abuso de la ciencia por naciones cuyos conocimientos han rebasado toda conciencia moral. Ahora bien, si es fácil, como vemos, utilizar mal las fuerzas de la naturaleza sometidas a la ciencia, lo es aún mucho más abusar de los poderes de la mente desarrollados por la meditación. 

De ahí el peligro de considerar ésta como un fin en sí mismo o, peor todavía, como un fin concretado en la adquisición de poder personal, y no como un medio de ayudar a la humanidad a caminar por la senda del propio renunciamiento. Las fuerzas mentales que se desarrollan en la «pequeña meditación» son ya considerables, ¡cuánto más lo serán las reavivadas en la «gran meditación»!. Debemos pues, con interés creciente, atender a la formación de nuestro carácter, a fin de controlar esos poderes de la mente a medida que vayan manifestándose. 

Dada la amplitud del tema, nos contentaremos aquí con sugerir ciertos principios que, a modo de orientaciones, nos permitan obtener los máximos resultados con el mínimo de esfuerzo inútil. Ante todo, conviene persuadirse de que la tarea que uno tiene entre manos, si bien requiere paciencia, no es intrínsecamente difícil. Nadie que se proponga de veras mejorar su carácter y persevere en su intento quedará sin recompensa. El éxito es fruto de esfuerzos tranquilos y constantes, más que de arranques esporádicos de energía. Se trata, por otra parte, de una actividad que puede ejercerse — y esto deberá ser el objetivo final — a todo lo largo del día. Por eso recomendamos al estudiante que vea en la formación metódica del carácter el cometido principal de su jornada, considerando el mundo de sus actividades laborales y sociales como una escuela donde aprender esos principios de actuación que tarde o temprano ha de transformar en cualidades permanentes. Repetimos, pues, que no es éste un ejercicio destinado únicamente a «llenar las horas libres», y que no hay nadie, ni hombre ni mujer, que no pueda practicarlo todo el tiempo. 

El tiempo y el espacio limitan el cuerpo, pero no tienen por qué limitar el espíritu. El inválido clavado en su lecho de por vida, el prisionero que languidece tras los barrotes de su celda, el hombre que se queja de falta de tiempo y oportunidad para dedicarse a esto o lo otro..., todos ellos pueden aprender a utilizar la mente de modo constructivo con el premeditado fin de deshacerse de sus malos hábitos de pensamiento y acción, sustituyéndolos por aquellas virtudes cuya ausencia o deformidad suele llamarse vicio. Por encima de todo fortalézcase la mente. Más vale una mente fuerte, aunque derroche su energía en cosas improductivas, que una demasiado débil para actuar. 

La primera podrá en cualquier momento darse cuenta de su error y cambiar de dirección, mientras que la segunda, incapaz de moverse, no está en condiciones de seguir los pasos del Gran Iluminado. A este respecto es instructiva la anécdota de cierto individuo, conocido por su extrema ineficacia, que fue a ver a un Maestro y le pregunto: «Maestro, ¿qué debo hacer para ayudar a la humanidad?». 
El anciano, traspasando al hombre con la mirada, replicó: «¿Que puedes hacer?». 

Según una antiquísima sentencia, «la Naturaleza arroja lo tibio de su boca». Y la misma enseñanza se desprende del siguiente versículo del Dhammapada: «Lo que tuviere que hacerse, hazlo con toda decisión. Un seguidor tibio del Buda siembra mucho mal en su derredor». No sólo la fuerza mental es necesaria para destruir el mal e irradiar el bien, sino que la inacción negativa puede llegar a ser un mal en sí misma. Como dice La voz del silencio, «La inacción en una obra de misericordia es acción en un pecado mortal». Por lo común es mejor, al acometer la tarea de mejorarse a sí mismo, comenzar por la mente. A su debido tiempo se transformarán sin dificultad los hábitos exteriores para conformarse con los nuevos modos de pensar. 

Concéntrese el ejercitante en lo esencial, y recuerde, por ejemplo, que el comer y el vestir no son cosas esenciales, sino de escasa importancia en orden a los valores del espíritu. No pierda el tiempo, por otra parte, en detenerse a medir sus progresos interiores. No existen patrones para evaluar el adelanto espiritual, y ese hábito lleva precisamente al egotismo que la «formación del carácter» trata de destruir. Evite también las comparaciones. Sepa que sólo la vanidad le impele a investigar si él o su vecino está más «adelantado» y que, de todas maneras, ningún medio le permite averiguarlo. Basta con tener presente que siempre hay formas de vida por encima y por debajo de nosotros. Finalmente, cultive el sentido del humor. El hombre capaz de reírse de sí mismo y aun de sus propios esfuerzos por mejorarse no corre el riesgo de caer en las redes de la ilusión, donde muchos pasan tantos días tediosos e improductivos.
Dana 

Los sistemas de desarrollo moral son incontables, pero hay uno, en el propio corazón del budismo, que encierra gran sabiduría. Dana, la caridad, Sila, la vida moral, y Bhavana, el desarrollo de la mente, constituyen la suma del progreso humano según las Escrituras palis. Es interesante apreciar el orden en que se exponen estos tres factores. Antes que Sila pueda siquiera empezar a manifestarse, debe el estudiante centrar su atención en Dana, pues hasta que no haya hecho de su mente un conducto de fuerza espiritual, para transmitir los frutos de su propia experiencia a todo el que los necesite, será él mismo como una vasija hermética, llena de líquido, pero incapaz de contener una gota más. Por eso La voz del silencio exhorta: «Indica el “Camino” — por vago que parezca su trazado, perdido en la multitud —, como la estrella del crepúsculo se lo muestra a quienes avanzan entre sombras». 

De ahí también la importante declaración que leemos en la página precedente del mismo manual: «Vivir en beneficio de la humanidad es el primer paso. Practicar las seis excelsas virtudes, el segundo». En esta actitud mental reside el auténtico significado de la caridad, pues en tanto las puertas del espíritu no se hayan abierto de par en par a la compasión, cualquier dádiva es de escaso valor para el donante y puede incluso perjudicar al que la recibe. Foméntese, por consiguiente, lo que W. Q. Judge llama «la devoción mental que suspira por dar» experimentando así a tiempo ese «vaciarse del corazón», como dicen los taoístas, ese sublime desprendimiento, capaz, él solo, de conducirnos a la pobreza espiritual que exigen todos los Maestros de la Vía. 

Sólo después de haber pasado por esta experiencia, aunque sea en grado mínimo, dejan de parecemos simples tópicos las exhortaciones de los grandes Maestros acerca de la caridad. «Renuncia a tu vida si deseas vivir» refleja algo tan real como «Al ir desapareciendo el yo, el Universo se transforma en “Yo”». Pero uno debe primero renunciar a las cosas pequeñas, en el sentido de perder el «apego» a ellas, para poder captar el profundo significado de la «Gran Renuncia». Una vez que este principio ha quedado bien impreso en la mente, se da un cambio radical en nuestra actitud respecto a la caridad externa. En lugar de ceder con despreocupación una parte de nuestros haberes materiales, debemos considerar todo cuanto poseemos como bienes pertenecientes a la humanidad, de los que no somos sino meros usufructuarios con el deber de utilizarlos en su beneficio. 

El dinero, por ejemplo, es una forma de poder, y por ello ha de manejarse cuidadosa y prudentemente. El que tiene más de lo que necesita ha de estimarse dichoso de la inmensa oportunidad que se le ofrece para hacer el bien. Pero igualmente inmensa es su responsabilidad, y de todos cuantos piensan «¡Ojalá pudiera contribuir con mi dinero a ayudar en esto o aquello!», muy pocos en verdad, si de pronto se materializaran tales deseos, se revelarían capaces de utilizar bien y con juicio recto su poder económico. Mirando de cerca las cosas, a todos nosotros nos es posible hacer algo en este sentido, por poco que sea, ya aplicando juiciosamente a socorrer a otros en sus necesidades lo que nos sobra después de atender a las nuestras, ya trabajando para incrementar ese caudal con vistas al mismo fin. En uno de los textos del Mahayana se lee: «Aticemos, pues, esa diminuta llama, el deseo que podamos tener de dar a quien necesita».

Sila 

Sila engloba el tema que estamos examinando, mientras Bhavana abarca el conjunto de la concentración y meditación. Se trata aquí del campo de aplicación del Esfuerzo Recto, en otras palabras, de «impedir que nuevos males se introduzcan en nuestra mente; eliminar todo mal que ya esté en ella; desarrollar el bien que contiene; adquirir más y más sin descanso». Un buen sistema de desarrollo moral consiste en observar los cinco clásicos «preceptos» budistas, no matar, no robar, evitar los excesos sexuales, no difamar y no embriagarse, tratando al mismo tiempo de fomentar las virtudes contrarias. También puede resumirse nuestra tarea en la extinción gradual de los «Tres Fuegos» que nos consumen: Dosa, el odio, Lobha, la codicia, y Moha, el error. 

En cualquiera de ambos casos, recuérdese que las virtudes opuestas a esos vicios son principios morales, no meros hábitos físicos, y que cada término abraza un campo de actividad mental mucho más amplio que lo que da a entender su acepción ordinaria. La advertencia del Nuevo Testamento, por ejemplo, de que «todo el que mira a una mujer deseándola ya cometió adulterio con ella en su corazón» nos muestra bien cómo debemos atenernos al espíritu y no a la letra de una ley moral. 

Ascetismo 

Sea cual fuere el sistema escogido, hemos de seguir la Vía Media. Evítense los extremos, aun en la propia abnegación, y si para llegar a un mayor dominio de sí mismo uno se impone una serie de prácticas en este sentido, no olvide nunca que tales prácticas sólo tienen valor en la medida en que facilitan a la voluntad el control de sus «vehículos». 

La índole de los ejercicios carece de importancia, si bien conviene empezar por los que no suscitan una oposición demasiado violenta en nuestra naturaleza. Con ellos adquiriremos la fuerza que nos permita fijarnos metas más difíciles. Así, prescindir del desayuno durante una semana no cuesta gran cosa ni hace daño, lo que no impedirá que mil razones acudan en tropel a la mente, todas ellas buenísimas, para demostrar lo inoportuno de tan incómoda decisión. Más arduas, por ser también más sutiles, resultan las prácticas destinadas a desarraigar un hábito mental. 

Inténtese, por ejemplo, renunciar al uso de la palabra «yo» o de la conjugación de los verbos en primera persona durante una sola hora de conversación, y entonces entenderá de veras el significado de la palabra egotismo. Tampoco los sentidos son fáciles de dominar, aun cuando lo que se les prohíbe nada tenga que ver con la moral. Trátese de recorrer una calle llena de comercios, reprimiendo por entero la curiosidad de echar una ojeada a los escaparates; o, si uno viaja en tren, decida no posar ni una sola vez la mirada, durante todo el viaje, en el rostro de la persona sentada enfrente. Después de estos ejercicios elementales se pasará al control muscular. ¿Cuánto tiempo puedo yo permanecer con el brazo levantado por encima de la cabeza sin moverlo?. 

En la India son innumerables quienes lo hacen hasta que el brazo se vuelve insensible. 
No aconsejamos, desde luego, llegar a tales extremos que el mismo Buda condenaba como infructuosos, pero ello no es óbice para admirar la tremenda fuerza de voluntad capaz de controlar hasta ese punto los músculos.



Deseo


Todo esfuerzo por dominarnos a nosotros mismos sería innecesario, no obstante, si aprendiéramos a sujetar y encauzar los deseos de nuestra personalidad, pues si éstos llegaran a armonizarse con los ideales de la mente superior, la voluntad no tendría por qué intentar reducirlos a la obediencia. De ahí la exhortación del Buda a sus monjes con estas palabras citadas en el Dhammapada: «No por la disciplina y los votos, ni por lo profundo del saber, ni por los progresos en el meditar, ni por vivir aparte, alcanzo esa dicha inefable que ni siquiera vislumbra el hombre mundano. ¡Oh bhikkus!. No descanséis hasta haber logrado destruir el deseo». Cualquier estudiante se habrá dado cuenta de que estos deseos son especialmente fuertes durante la juventud y que la edad los va poco a poco mitigando. No hay mérito alguno en refrenar un deseo ya casi muerto.

Hemos de controlar los deseos y orientarlos a altos fines cuando todavía el Yo se halla en pleno vigor juvenil y ellos mismos en toda su fuerza, ya que sólo entonces nuestras facultades podrán liberarse por completo de la tiranía de las cosas exteriores para «asaltar el baluarte de la Realidad». Cuidado, pues, con la voz de sirena de nuestros deseos, que nos habla a través de la envidia, la mezquindad, el engaño y mil otros vicios que sólo mueren cuando muere el deseo. Eliminación del vicio Queda por ventilar la controvertida cuestión de la actitud que debe adoptarse frente a los vicios, entendiendo por tales los hábitos de la mente cuya desaparición veríamos con agrado. Digamos primero algo sobre la naturaleza del mal. Es cosa bien sabida que «todo cuanto somos es fruto de nuestro pensar, se cimenta en nuestros pensamientos, consta de nuestros pensamientos»; el mal no se exceptúa de esta regla. Ya lo dice Mahatma en sus Cartas a A. P. Sinnett: «El mal carece de existencia per se; es la ausencia del bien y existe sólo por aquel que se convierte en su víctima...

El verdadero mal procede de la inteligencia humana; su única fuente es el hombre que, con su razón, se disocia de la .Naturaleza. En la Humanidad, y sólo en ella, radica el auténtico origen del mal.
El mal es la exageración del bien, la progenie del egoísmo humano». Si aún subsistiera alguna duda sobre este punto, léase con toda atención el resto de la célebre Carta 10, de donde proviene nuestra cita. Según cierto pasaje de las Escrituras budistas, las fuentes del mal son; el deseo, el odio, el error y el miedo. En otras palabras, el hombre, cediendo al impulso de esas tendencias, comete actos cuyas consecuencias «kármicas» le desagradan, y por ello les da el nombre de «mal». Tales causas del mal son a su vez llamadas «vicios»; de donde se sigue que, para suprimir el mal, deben primero eliminarse las tendencias viciosas. El proceso de eliminación es doble.

Debemos empezar por disociarnos personalmente del vicio de que se trate o, diciéndolo con un término psicológico, «objetivarlo», para luego pasar a su destrucción mediante uno de los tres métodos que suelen proponerse con tal fin, escogiendo el más apropiado a nuestro caso particular. Se asegura que podemos llegar a dominar todo lo que consideramos independiente de nosotros mismos, pero que, al contrario, no tenemos poder alguno sobre lo que a nuestro juicio forma parte de nuestro propio ser. Así pues, antes de lanzarnos al ataque contra cualquier vicio, debemos, como quien dice, poner tierra por medio y mirarlo de lejos. Mientras uno se identifique, por ejemplo, con el odio que siente, le será imposible hacer nada contra esa pasión. Como ya hemos dicho, es lo mismo que si tratara de elevarse tirando de su propio cinturón.

Póngase el estudiante en el lugar de un hombre de ciencia e intente llevar ese vicio a «la mesa de operaciones». Examínelo, analice su causa, su índole, sus resultados... y afronte el hecho de que está tolerando que «eso» le domine mentalmente. Este ejercicio, que en realidad es una especie de psicoanálisis autodirigido, prepara en la mayoría de los casos el camino a uno de los tres principales métodos de eliminación arriba mencionados, todos los cuales tienen el mérito de no acrecentar la fuerza del vicio pensando en él. Ya hemos visto que el pensamiento es poder y que, por tanto, al pensar en una cosa tendemos a fortalecerla. Cada uno de los tres métodos — huida, sustitución y sublimación — resulta el mejor para combatir determinados vicios o defectos, por lo que en cada caso debe elegirse el más idóneo. Por ejemplo, no es posible sublimar la cólera, pero ésta puede fácilmente sustituirse por el amor. En cuanto a los pensamientos sexuales, lo más práctico es tratar de sublimarlos, mientras que a otras tentaciones se les hace la guerra huyendo de ellas.



1. Huida


Hay hombres que luchan denodadamente contra sus flaquezas, consumiendo no poca energía en ese continuo batallar. La voz del silencio puede servirles de autoridad: «Ahoga tus pecados y haz que enmudezcan para siempre, antes de levantar un pie para ascender toda Escala». Aunque es evidente que, con uno u otro método, todo vicio debe acabar por desaparecer, la elección del método adecuado incumbe al propio individuo. Este primer método consiste, como su nombre indica, en «rehuir» todo pensamiento acerca del vicio en cuestión y llenar al mismo tiempo la mente de ideas nobles; así, el vicio, como un fuego olvidado, se va apagando por falta de combustible. Desde luego, el ejercicio resultará mucho más fácil si se pone buen cuidado en evitar también todas las cosas, personas y lugares que tiendan a desviar la mente de su propósito y atraerla de nuevo al mal camino.

Así, el aficionado a beber huirá de los amigos que tengan la misma afición, y el vanidoso hará bien en apartarse de los aduladores. No hay por qué avergonzarse de este proceder, que parece poco valiente. ¿Qué necesidad tenemos de dificultar aún más la tarea de nuestra purificación moral?. El principio básico del judo, arte japonés de lucha fundado en la filosofía budista, se ha descrito con frecuencia como un modo de «vencer cediendo». De igual suerte, la mente que aprende a rehuir un mal pensamiento logra su propósito con mucho menos esfuerzo que si se enfrentara con él. No caigamos, con todo, en la trampa de imaginar que podemos suprimir un vicio dándole rienda suelta. Lo que se dice de la concupiscencia en La voz del silencio es aplicable a todos los males: «No creas poder jamás llegar a matar la concupiscencia cediendo a ella o saciándola, pues es una abominación inspirada por Mará. Si alimentas el vicio, éste crece y se fortalece, como la larva en el tálamo de la flor».



2. Sustitución


Muy parecido al método anterior, aunque no idéntico, es el de sustituir el vicio, cada vez que «asoma la cabeza», por la virtud o cualidad opuesta. Su esencia se resume en esta famosa frase del Dhammapada: «El odio no se extingue con odio, sólo se apaga con amor». Supongamos, por ejemplo, que alguien le resulta antipático. Trate primero de suscitar en su mente un sentimiento de puro afecto, que pueda evocar a voluntad. A continuación diríjalo con toda la fuerza posible hacia ese individuo, a intervalos regulares o cuando le venga su imagen al pensamiento. Con este ejercicio se obtienen resultados sorprendentes, pero sólo la experiencia puede demostrarlo.

En una primera etapa, la antipatía va disminuyendo poco a poco hasta que se disipa por completo; luego, también gradualmente, el que antes era nuestro enemigo se nos revela a una luz cada vez más favorable, pues el poder del amor nos hace ver en él virtudes hasta entonces desconocidas; y por fin, esa misma fuerza «se le contagia» y suscita en su espíritu sentimientos recíprocos. Todos cuantos han pasado por esta experiencia están de acuerdo en que constituye uno de los usos más bellos, por su pureza espiritual, del poder que posee nuestra mente. Recordemos que ésta no puede abrigar dos fuerzas contrarias a un tiempo; si la fuerza «buena» es su habitante ordinario, la opuesta será automáticamente rechazada. A la larga, todo este proceso se desarrollará de una manera maquinal. 

 3. Sublimación 

Un tercer método, el mejor para cierto tipo de defectos, es el de la sublimación. En Magic (Magia), de Hartmann, hay un sabroso pasaje, citado en Practical Occultism, que lo explica bien: «La energía acumulada no puede aniquilarse; debe transferirse a otras formas o cambiarse en emociones distintas; ni puede seguir existiendo en estado de inactividad. Es inútil tratar de resistir a una pasión que no somos capaces de controlar. Si la energía que esa pasión va acumulando no se encamina por otros cauces, aumentará hasta ser más fuerte que la voluntad e incluso que la razón. Para controlarla, debemos encauzar dicha energía por otro canal, un canal superior. Así, el amor cuyo objeto es bajo o grosero puede enderezarse hacia algo más elevado, y el vicio transformarse en virtud cambiando simplemente el fin a que tiende». Este método es el mejor para aprender a dominar esa fuerza creadora que, en el plano físico, llamamos sexualidad. 

La raíz de los «problemas sexuales» parece ser la incapacidad de distinguir entre dominio y supresión. Es posible llegar a contener el torrente más impetuoso, pero ni siquiera puede hacerse lo mismo con el más humilde de los riachuelos si no se da alguna salida a su energía. Así sucede con el impulso sexual, fuerza creadora, de por sí pura, impersonal y tan natural como el agua que discurre por el lecho de un río, pero también a veces inquieta y turbulenta como el mar. En el plano físico recibe el nombre de impulso o instinto sexual; en el de las emociones se traduce por el temperamento artístico, el entusiasmo y cualquier tipo de fuerza emotiva; por último, en la esfera de la mente constituye lo que muchos denominan espíritu o «soplo» creador, esa tendencia responsable de todo lo producido por el hombre, e incluso de él mismo.

En esto radica la esencia de la sublimación, es decir, en escoger el canal por donde queremos que fluya toda esa fuerza. Se trata de transferirla poco a poco de un nivel puramente físico a niveles superiores, gracias a un autodominio y vigilancia incesantes.
En los tres métodos que acabamos de examinar, y que no son sino aspectos de uno solo, óptese por lo que parezca más adecuado para erradicar el defecto que molesta, sin acceder a componendas de ninguna clase. Es mejor fracasar en nuestro intento y admitir claramente el fracaso que triunfar recurriendo a transacciones turbias y medios engañosos. 

En cualquier etapa de la ascensión por la Escala del Devenir hay siempre algo que. en esa etapa precisa, está bien o está mal. Persígase el bien sin la más mínima vacilación, cueste lo que cueste a la propia personalidad y digan o piensen los ignorantes lo que quieran. No hay nada vergonzoso en el fracaso, sino sólo en la cobardía de no intentar la empresa. Vale más fracasar mil veces en la tentativa de alcanzar un ideal claramente percibido que lograr una victoria mediocre y deshonrosa pactando con el enemigo. 
Como escribió Tennyson en su Oenone, nuestro ideal debe ser Vivir conforme a una ley aplicarla sin temor; y pues lo bien está bien, ir en pos de tal bien, con sabio desdén de las consecuencias.

Christmas Humphreys

domingo, 18 de agosto de 2019

REENCARNACIÓN Y EL VIAJE ASTRAL - Los Tulpas / El Alma

La palabra "Tulpa" es de origen tibetano, pero también las antiguas meigas gallegas hacían el "Espellatu", y los Magos germanos hasta el siglo XV hacían el "Engeisgest", o sea lo mismo: Una imagen proyectada mentalmente, con suficiente fuerza y consistencia como para ser visible. Por lo general, una imagen de sí mismo que es lo más útil en muchas ocasiones. Algunos, incluso tan consistentes como para ser tocados. Los que he hecho yo no eran palpables ni audibles -ni falta que hacía- pero sí bien visibles. Modernamente, algunos fenómenos ovni pueden explicarse por la proyección mental -no consciente- de ciertos sujetos, que cuando tienen un montón de acólitos esperando un avistamiento, terminan fabricándolo. (Esto no niega en absoluto la existencia de los ovnis, pero es algo más a tener en cuenta sobre los grupos "misticovnis" que manejan el tema sin parámetros objetivos. Si bien hay algunas alegorías y "leyendas" sobre los Tulpas, porque la Iglesia y el judaísmo se han encargado de aplastar todo conocimiento sobre el tema -como de muchos otros- todavía hay mucha gente que sabe hacerlos. 

Aunque se trata de conocimientos un tanto peligrosos, tanto para quien los hace como para sus ocasionales testigos, no dejan de tener utilidad para el Mago. Para quien los hace, hay que tener en cuenta que son elementos "programables", pero una vez que los has soltado son difíciles de deshacer, a menos que hayas generado unas pautas que te permitan reabsorberlo, recuperando la energía empleado (nunca toda) y si son elementos muy densos la cantidad de energía que entra al cuerpo astral es demasiado grande. O sea que hay que hacerlos inteligentemente, con una elaboración de diseño previo, para no tener problemas. Quien me enseñó la técnica básica (un poco envuelta en misticismo, pero efectiva) es el Tuchal macuxí del oeste de Roraima, no tenía inconvenientes porque en su territorio -casi del tamaño de España- apenas hay gente. 

Mi tarea en un vivero forestal y floral estatal, en el que trabajé unos meses, era cuidar el lugar desde las 14:00 del viernes hasta las 07:00 del lunes, es decir el fin de semana, día y noche. Y tras un intento de ingreso de dos sujetos para robar, salí de la teoría e hice un perro enorme, absolutamente fiel a mí, pero terrible para cualquier persona que entrara de noche al lugar. Desde ya que este Tulpa no podría realmente morder a nadie, pero nadie se atrevería a enfrentarle. La "orden" mental al Tulpa canino, que hice en una semana de intensa visualización, era cuidar el lugar, haciéndose visible sólo desde el atardecer hasta la salida del sol, pero a partir de cuando yo decidiera ponerlo en "efectivo". Lo puse en funciones en cuanto ocupé mi puesto el viernes al medio día, con la orden de recorrer el perímetro del vivero, de unas tres hectáreas. En la tarde fue el capataz a llevar comida para un caballo, y tuvo que llamarme desde la calle porque el perro no lo dejaba entrar. 

Cuando salí de la oficina, el Tulpa estaba encaramado en la verja de alambre, mostrándole sus impresionantes dientes. Le mandé a irse al establo y esconderse tras una parva de leña, y el capataz estaba alucinado con el "monstruo mudo". No funcionó la "programación nocturna". Le dije al hombre que me descargara los fardos de forraje allí en la entrada, porque realmente me preocupaba el bicho, y él me dijo que no estaba mal la idea de llevar mi perrazo para que me ayude a cuidar, pero que le parecía "un poco peligroso". Allí había otros tres perritos mansos, que mientras estuvo el mío, desaparecieron de la escena. Volví a programarlo y ya no se vio durante el día. Pero olvidé que en invierno, la gente empieza durante la semana a trabajar a las siete de la mañana, cuando aún es de noche. El lunes, cuando empezaron a llegar los obreros, mi engendro me dio un buen problema, porque tuve que llamarlo e irme con él, anulando la orden de cuidar el sitio. 

En cuestión de segundos, que me descuidé, desapareció. Volví a llamarlo y no venía, así que corrí los doscientos metros de parque que había andado, hasta el vivero. Allí estaba todo el mundo, acojonados, amontonados en la sala de herramientas y el perro babeando en la puerta y mostrando su dentadura. Volví a llevármelo y comencé a deshacerlo. Tardé en ello casi todo ese día, pero durante la semana volvieron a verlo allí, aunque aparecía por momentos y desaparecía. A los dos que los vieron y presentaron sus quejas al capataz, les dije que era producto del susto que se habían llevado. 
El siguiente fin de semana tuve que dedicarlo a deshacerlo completamente, y no fue fácil. 

Así que el segundo Tulpa que hice, fue con mi propia imagen, con todas mis características, criterio independiente y sentido ético... Pero aún así tuve que pensar muy bien su programación, porque aunque comprendía la utilidad extraordinaria del Tulpa, me resultaba difícil adecuar algunas cosas. Más de una vez me dijo el capataz, -que solía pasar cerca del vivero- que no necesitaba andar cuidando el sitio durante todo el día, o andar cuidándolo en la noche, durante la semana... La orden del Tulpa era permanecer en mi ausencia, dentro de una vieja lancha abandonada, pero parece que al igual que yo, no podría estarse quieto. O sea que se copian aspectos del subconsciente, lo cual podría ser peligroso en algún caso. 

Cuando abandoné ese trabajo para volver a Brasil, donde tenía otros experimentos pendientes, tuve que deshacerlo. Allí sufrí por otro error: No sabía que la incorporación de una cantidad tan grande de energía psíquica era igual que meter los dedos en el enchufe... El Tulpa con mi imagen fue hecho con mucha más energía que el del perro. No perdí consciencia en ningún momento, ni se me saltaron los tornillos, pero por los síntomas, creo que estuve al borde de un ataque epiléptico o algo por el estilo, durante un largo rato, y algunas leves convulsiones esporádicas hasta días después. Si alguna vez hago otro, lo tendré que programar para una reabsorción automática y gradual. Como aún no he descubierto cómo sería posible eso, y no conozco a nadie que me ayude en ello, mejor me abstengo de hacer esas cosas, aunque no descarto de hacerlo en alguna situación especial. Como he dicho siempre, el mayor de los peligros está en no hacer nada, así que quien desee hacer algún Tulpa, me avisa y lo diseñamos, vemos sus posibles utilidades y luego lo pone en práctica. 

Veamos un par de cositas más... Y nada despreciables. 

1) Quien no practique Tantra, mejor se olvide de hacer un Tulpa, porque es como mantener alimentado dos cuerpos astrales. Los que aún derraman su energía vital en orgasmos fornicarios ("hacia abajo"), aparte de no saber lo que es gozar del sexo, no tendrán energía para hacer ni un Tulpa de peluche. 

2) Quien no lleve una vida catártica, basada en principios éticos claros y firmes, lo único que puede conseguir es proyectar en un Tulpa sus propios demonios interiores. ¡Cuidado!, que la Magia es para la gente que Ama y Respeta. 

 EL ALMA

El Alma, como adelantamos en el primer capítulo, es un cuerpo magnético de alta vibración y forma ovoide, compuesto de ocho Esferas de Consciencia cuyo orden interno es imposible de describir en los mismos términos de la fisiología del físico o del Astral. Ya la mente nos resulta un tanto complicada de describir y apenas si podemos esquematizarla en sus funciones, porque se trata de materia magnética que no responde completamente a los parámetros de percepción e interpretación de la materia atómica. ¿Cómo podríamos trasladar a un estudio fisiológico, un cuerpo radiante cuyas partículas están en perpetuo movimiento sin un orden aparente, del mismo tipo que el campo magnético de un disco duro de ordenador? Sólo un aparato tan genialmente diseñado como el cerebro, es capaz de decodificar lo que esa mente contiene y lo que en ella ocurre.


Siendo el Alma una Mente Superior, pero en la que la oscilación de las partículas supera los cientos o miles de quintillones de ciclos por segundo, se hace imposible hacer un estudio "fisiológico". Quienes podemos verla, por lo general vemos solamente su aspecto exterior, que es cambiante, mostrando en imágenes, elementos Arquetípicos esporádicamente, dependiendo de los procesos de consciencia del individuo. Pero para introducirnos en ella es preciso una práctica que sólo puede hacerse con el Alma propia de cada uno. No obstante esta imposibilidad de hacer una "disección" del Alma, podemos esquematizarla breve pero didácticamente, a fin de comprender la relación entre algunos de sus contenidos, con la razón de ser de nuestros cuerpos mundanos. 

En ese esquema, en la siguiente imagen observamos los siguientes elementos: 

a) Arkeón: Esta "piel" del Alma, a la vez que una coraza protectora, es una pantalla en la que se reflejan algunas de sus actividades y cualidades. Los espiritistas la llaman "periespíritu", así como llaman "pericuerpo" a la parte del Astral y el mental que excede del volumen del físico. En la imagen lo represento como de color violeta, porque suele ser el predominante en algunos casos, pero en realidad suelen manifestarse en su exterior, muy diversas imágenes, con una dinámica variable, según la actividad de la persona. Se supone que es la parte del Alma que se forma primero, durante su creación en el Reino Mineral. 

También en el Arkeón es donde se acumula la información correspondiente a los "traumas", aquellas emociones acumuladas durante las diversas vidas, que deben ser catartizadas mediante el recuerdo askásico consciente. Para ello es preciso que el Alma cuente con un cuerpo Astral y una mente que convierta esos dolorosos recuerdos en simple información intelectual. De ese modo, el Alma guarda la experiencia -incluso con sus valores emocionales y hasta el sentido del dolor- poro no como un trauma, sino como una experiencia de la que puede disponer para evitar pasar por lo mismo otra vez. 

Las Almas muy puras, ya sea porque son "jóvenes" en el Reino Humano, o las muy experimentadas, que han ido catartizando sus traumas a lo largo de sus reencarnaciones, presentan en el Arkeón un aspecto muy similar, pues son visibles casi exclusivamente los dibujos de sus Arquetipos, en vez que imágenes de sus circunstanciales vivencias. Otras, lastimosamente, presentan en el Arkeón una sucesión de imágenes vivenciales mezcladas con arquetipos religiosos, elementos que en algunos casos son francamente horribles. Sin embargo, lo que allí puede verse no es indicio de la "calidad" del Alma, cuya pureza interior está a salvo, justamente porque el Arkeón obra como coraza, reteniendo en si mismo esas informaciones distorsivas, traumáticas y dolorosas, producto del fanatismo, la maldad y todos los desequilibrios psicológicos no transmutados, de las personalidades con que ha encarnado. 

Cuando este tipo de información distorsiva logra penetrar el Arkeón, afectando a las Esferas de Consciencia, el Alma "se pudre", se desequilibra y tiende a disolverse, ya en el mismo Devachán o más habitualmente en el Avitchi, lugares estos de los que luego explico en detalle. No suelen ser los yoes psicológicos simples que pudren la personalidad, los que pueden causar este estrago en el Alma, sino aquellos elementos de la terrible magia negra sofisticada, que son los arquetipos religiosos. 
Los yoes psicológicos enferman el Astral y por consecuencia, se somatizan en el físico y descomponen el cuerpo Mental, pero algunos símbolos religiosos (no todos) son "antiCristos", como lo son el propio Cristo crucificado y la Estrella de David y la rueda de Samsara del Induismo. Expliquemos brevemente los efectos subjetivos pero efectivos en el Alma, de estos símbolos: La cruz católica, aparte de generar un constante complejo de culpa en los fieles, mantiene la idea de autodestrucción, puesto que se supone que para llegar a Dios hay que someterse a la tortura. 

Todo esto, basado en un historia falsa. En el Evangelio Apócrifo de Nerón puede leerse algo muy diferente sobre la vida y personalidad de Iesus el Esenio, cuya historia bíblica es más o menos cierta hasta la lavada de manos de Poncio Pilatos, acto éste que significaba que no podía entregar al reo pedido porque no lo tenía. Pero el fanatismo y persistencia del crucifijo vida tras vida, termina plasmándose en las Almas hasta que por saturación, penetra más allá del Arkeón y causa su efecto deletéreo en el Cuerpo Krístico. Con la Estrella de David pasa algo similar, pero siendo un símbolo menos burdo y más subliminal, cuesta más al Alma diferenciarlo y aislarlo. 

El triángulo con la punta hacia arriba significa la Santísima Trinidad (Amor, Inteligencia y Voluntad), cuyo equilibrio perfecto produce el equilibrio en las demás Esferas de Consciencia. Pero el triángulo con la punta hacia abajo, entrelazado al anterior, implica el desequilibrio en las relaciones de cada uno de los tres factores con los demás. Este símbolo representa la esclavitud del Espíritu y sus efectos, siendo el arquetipo más efectivo de la magia negra más antigua. Infiltrado en todas las religiones y en todas las instituciones, corrompe como un virus el ámbito donde se instala. 
Es el símbolo de Jehová (Geohvá o "Expulsado de la Tierra") dominando y sometiendo a todas las Naciones. Sus efectos en el Alma de los individuos son tan destructivos como en el mundo político y social. 

La Rueda de Samsara, instaurada como símbolo religioso, dificulta al religioso salirse de ella. Los que toman la reencarnación como ley natural obligada e inevitable, con infinidad de distorsiones místicas y puerilidades, sólo consiguen con ello permanecer más y más, en la trampa demiúrgica de la reencarnación, pero no para luchar contra la ignorancia, sino, esclavos con grandes riesgos evolutivos. No obstante, no es para el Alma tan deletérea como los otros símbolos. 

b) Esferas de Consciencia: Estas son 

1) Amor (rojo), 
2) Abundancia (anaranjado) (ó Suministro y Riqueza) También se la llama Esfera del Espíritu, porque se relaciona con el entorno, indicando a la personalidad los medios de mantenerse, pero lo hace desde el plano vibracional más alto de la materia, que es el Espíritu como Principio Universal inmanente y emanante de todo lo que existe. 
3) Inteligencia (amarillo) (ó Consciencia), 
4) Vida (verde) (ó Salud), 
5) Voluntad (azul) (o Poder); 
6) Transmutación (violeta) (ó Perdón y Evolución), 
7) Pureza (blanco) (ó Verdad y Perfección) y 
8) Eternidad (ó Vida Eterna). 

Esta Esfera de Consciencia se manifiesta en el propio Corpus Cristae (Cuerpo Krístico). c) Cuerpo Krístico: Es, más que un cuerpo, un molde para el cuerpo que deberemos ocupar cuando Trascendamos al Reino Natural que sigue al Humano. Aunque en el plano más alto de la materia como tal es un puro vacío, cuando el Ego entra momentáneamente en el Cuerpo Krístico siente algo parecido ante el terror, pero no es un terror psicológico, sino el efecto de la individualidad que parece disolverse ante la Nada. Sin embargo, no se trata de la "nada", a pesar de la sensación, sino de que se está entrando en comunión con el Todo. 

El Cuerpo Krístico, al ser un vacío absoluto en el plano del Alma y dentro de ella, está imbuido únicamente de la más pura esencia Divina. Se va formando lentamente y en realidad debería bastar una sóla encarnación humana suficientemente prolongada, para formarlo completamente. Cuando está completo, tiene la forma del Hombre Perfecto, varón ó mujer (como hemos dicho ya, el Alma tiene sexo, y este se corresponde con el que se tendrá en el Reino Natural siguiente, el Reino Krístico. El pasaje desde el Reino Humano al Krístico, que se llama Ascensión, es algo espontáneo e inevitable en los Primordiales. Tan natural y automático como crecer y desarrollarse, sólo que esta Ascensión, es más rápida mientras más armoniosas son las condiciones del individuo. En un instante, toda la materia que constituye todo el conjunto corpóreo se convierte en energía, con un efecto similar a un "flash", y la persona "desaparece". 

La radiación -un poco de energía perdida en ese proceso- apenas si afecta al medio, como fue el caso de miles de "samanas" que hicieron, como Iesus el Esenio, su Ascensión, dejando sólo la sábana con que acostumbran envolverse. La mayoría de casos registrados de "autocombustión espontánea", no son algo macabro, por más que así lo tome la prensa ignorante de estas cosas. Se trata de Ascensiones que suelen ser incompletas, porque las personas no tienen suficiente conocimiento de lo que está por ocurrirles, se asustan y bloquean en parte el proceso. Por eso es que se producen elevadísimas temperaturas que -sin embargo- suelen dejar intacta la ropa y otros efectos curiosos, que hacen del suceso, algo completamente diferente a una simple "combustión". 

El Alma es quien guía los procesos de selección genética desde que entra en el Reino Vegetal, y en el caso de los Primordiales llega a la cumbre de conocimientos en este ámbito de las estructuras genéticas. El desafío evolutivo siguiente el manejo de la materia en todos los órdenes, y lo aprendido culmina con este proceso de Ascensión, que se hace tras algunos milenios de vida. Nosotros, en cambio, sólo podemos lograrlo mediante la dedicación de todos nuestros esfuerzos a la práctica de la Doc-Trina. En el fondo, la diferencia más grande que hay entre los Primordiales y nosotros, es la mortalidad, pero ello acarrea muchos problemas, como la descomposición psicológica y los riesgos de involución del Alma. La diferencia más grande entre los Primordiales (auténtico Reino Humano) y los Kristos, es que estos tienen potestad absoluta sobre el Universo material. 

No quiere decir que un Kristo pueda hacer o deshacer un planeta a gusto e piacere, porque también tienen sus limitaciones, también son "individuos", pero en su grado de evolución no hay para ellos, secretos respecto al Universo material. Su claridad de vivencia interior les permite realizar una existencia en un orden espiritual perfectamente balanceado entre el Todo Absoluto (la Unidad del Ser), y sus infinitas manifestaciones individuales. Nosotros podemos, a pesar de nuestras condiciones fatales, limitaciones y cortedad intelectual, llegar a vivenciar esa Unidad del Ser, sentir que "el otro" no es más que una manifestación individual "de mí mismo" en el Aspecto Divino que nos une a Todos los Seres del Universo. Lo que hay dentro del Cuerpo Krístico en formación no es un mero vacío de partículas, sino una "Chispa Divina", un punto atemporal y aespacial, un vórtice que es el Verdadero Ser en si y allí, en el interior del Alma, prepara las condiciones para hacer un nuevo salto evolutivo. Repito un párrafo muy importante con que finalicé el ítem anterior: Hay que respetar tanto la UNIDAD, como la DIVERSIDAD; ambos aspectos de Dios son reales, pero hemos de considerar a ambos con la misma importancia. 

Es decir que la aplicación de la Doc-Trina implica reconocer ambas verdades integradas. Si sólo atendemos a la Unidad y nos olvidamos de la Diversidad, caemos en el error de no ver los factores discordantes en las demás individualidades. Si sólo vemos la Diversidad, nos creemos entes aislados, separados de la Gloria del Creador Universal. Mientras que el Alma avanzó por los Reinos Mineral, Vegetal, Animal y Humano, aprendió todo cuanto al Universo material se refiere, conociendo la Diversidad. En el Reino Krístico comienza su aprendizaje sobre la Unidad y la Interacción Espiritual en el Universo. Pero aún mientras somos humanos, vamos vislumbrando esa fundamental cuestión del equilibrio entre Unidad y Diversidad.

Granada Ramiro 

sábado, 10 de agosto de 2019

Concentración y Meditación - OBJETOS DE MEDITACIÓN

El Canon pali menciona unos cuarenta temas de meditación, aunque, por supuesto, las diversas escuelas de Mahayana («Gran Vehículo») utilizan en conjunto muchos más. Los primeros aparecen bien descritos y clasificados en el volumen II del Camino de la pureza (el Visuddhi-magga de Buddhaghosa) y en el capítulo IV de Buddhism in Translations de Warren, mientras que en Spiritual Exercises de Tillyard se repasan todos los aspectos de la meditación budista. Generalmente hablando, pese a la dificultad de hacerlo en una cuestión tan variada, los cuarenta temas citados por las Escrituras palis pretenden combatir el apego a los sentidos y llevar al ejercitante a la convicción de que toda existencia no es sino mera sombra de la realidad. Este proceso es un preliminar necesario a la adquisición positiva de la auténtica sabiduría mediante el desarrollo de las facultades superiores. En definitiva, toda esa serie de temas se resume en los cuatro «Fundamentos de la Atención»: el Cuerpo, las Sensaciones, la Mente y los Elementos del ser. Por esta y otras razones, la forma de meditar a la que aquí damos el nombre de «meditación sobre los cuerpos», donde la estrecha analogía con los «Fundamentos» es obvia, encabeza en este libro las demás divisiones de los temas de meditación, reducidas sólo a las principales dado el espacio de que disponemos. 

Meditación sobre los cuerpos 

A pocas personas cultas se les escapa el hecho, por vaga que sea su conciencia del mismo, de que el cuerpo físico no abarca la totalidad del Yo. Así, para llegar algo lejos en la meditación, el estudiante debe no sólo liberarse de la esclavitud en que lo mantiene su cuerpo visible, sino sacudirse también las cadenas del sentir y el pensar. Con todo, como ya hemos explicado, cada uno de esos vehículos de la conciencia posee cierta vida propia, y será preciso no poco esfuerzo para irlos sometiendo a nuestra voluntad hasta convertirlos en un único instrumento que la conciencia superior pueda utilizar a discreción. Con este fin, recomendamos a los estudiantes que empiecen por el principio, dedicando un rato de la meditación a cada uno de los tres vehículos de la conciencia a través de los cuales entramos respectivamente en contacto con las esferas física, emocional y mental de actividad. Una vez vistos por separado, en cuanto a su naturaleza y función especial dentro de la compleja personalidad del ser humano, siempre habrá tiempo para comenzar a meditar sobre ellos considerándolos como un todo. 

La manera más sencilla de hacerlo es la que se describe en The Servant de Lazenby: 

Yo no soy mi cuerpo físico, sino el que lo usa. 
Yo no soy mis emociones, sino el que las dirige. 
Yo no soy mis imágenes mentales, sino el que las crea. 

El cuerpo físico 

Primero, debe aprenderse a observar el cuerpo objetivamente y estudiarlo como entidad con hábitos, deseos y aun pensamientos propios. Nótese cómo a veces da muestras de inquietud, exigiendo ejercicio y movimiento, mientras que en otras ocasiones le cuesta moverse. Pide también comer y beber. Anhela el calor o el frío, sabores agradables, aromas fragantes, contactos suaves. No soy yo quien aspira a solazarse en un baño caliente, sino mi cuerpo. Tres, al menos, de los cinco sentidos buscan así su satisfacción. Los otros dos, la vista y el oído, están más vinculados con el placer mental. Una vez bien convencido de todo esto, entrénese el estudiante en grabarlo a fondo en su memoria y mantener siempre presente la diferencia entre sus propios deseos y los de su cuerpo. 

Dominio de los sentidos 

Aquí pueden sentarse ya las bases de un mayor dominio de nuestras reacciones sensoriales. En el capítulo segundo del Bhagavadgita, leemos: «Provecto en doctrina espiritual es aquel que, como una tortuga, logra retraer todos sus sentidos y apartarlos de sus sólitos fines». Un poco de práctica en esto facilitará grandemente la meditación, tanto particular como general. Lo que resultaba útil para aprender a concentrarse, se convierte en verdadera necesidad al meditar, pues la energía, siempre pronta a correr en pos de cualquier novedad como la mente veleidosa de un niño, no puede todavía aprovecharse para el propio desarrollo. Vigílense, por tanto, esas puertas del espíritu que son los sentidos, recordando en todo momento que no es a mí a quien interesan las múltiples distracciones del mundo exterior. 

Las emociones 

Dando el hecho por consumado, hemos aprendido a decir: «Yo no estoy nunca enfermo, ni inquieto, cansado, descontento, incómodo...». Abordemos ahora la naturaleza de esas emociones, razonando con la misma seriedad. Caiga el estudiante bien en la cuenta de que él no está nunca irritado, celoso, asustado o deprimido, y podrá entonces acometer esa difícil tarea que consiste en dominar su universo emotivo o, como vulgarmente se dice, el «humor». Las emociones no son malas en sí, ni hay por qué aniquilarlas, pero, dado su carácter salvaje y rudo, requieren un constante suministro de vibraciones en perpetuo cambio, lo cual, como es manifiesto, va en contra de la serenidad mental. Aprendamos, pues, a disociarnos de dichas emociones, a fin de poderlas dominar mejor. Para la mente, el peligro es el mismo si se trata de las «buenas» como de las «malas». El placer del éxito, por ejemplo, contribuye al desequilibrio personal tanto como el abatimiento provocado por el fracaso, y hasta un afecto, si no se controla, puede causarnos grave daño. Aquí se recomienda, entre otros métodos para dominar las emociones, el uso de la respiración profunda. Todas ellas reaccionan y funcionan a través del sistema nervioso, y ya se sabe que una respiración rítmica calma los nervios con más eficacia que cualquier droga. 


La mente 

«Yo no soy mis emociones: yo no siento nada...» Hemos conseguido persuadirnos también de esto, y nos preparamos así a resolver un problema todavía más arduo: el de la mente. Esta palabra abarca, en la terminología occidental, todo un vasto sector del ser humano, que aún es necesario subdividir. Atendiendo a los fines de la meditación, debemos ver en la mente nuestra «máquina de pensar», creadora y utilizadora de conceptos que pueden ser saludables o nocivos, tomados de fuera o forjados por ella misma. La mente es sede de la «herejía de la separación», sakkayaditthi, que consiste en creer que la personalidad separada es el hombre real. En efecto, la «mente inferior» tiende a aferrarse a su propia importancia y sentirse por encima de las necesidades e intereses de otras mentes. 
En ella residen también los prejuicios y el orgullo, muy difíciles de superar, ya que en este nivel de la conciencia se mueve la mayor parte de nuestra vida, si no su totalidad. 

Comiéncese por considerar este aspecto de la mente, como morada del Odio, la Concupiscencia y la Ilusión, llamados por el Buda los «Tres Fuegos», que arden en toda mente y nos cortan el paso hacia la iluminación. 
El odio aquí descrito significa «antipatía» u hostilidad mental en las más diversas modalidades, cualquier sentimiento de separación respecto a otras formas de vida; la concupiscencia comprende todo tipo de ambición y codicia; y por ilusión se designan las infinitas redes de la ignorancia, que nos fuerzan a obrar el mal, al impedirnos apreciar el bien. 

Contemplemos cómo nacen y pasan los pensamientos en la mente. Y notemos luego la diferencia que existe entre pensar acerca de un tema y fundir la propia conciencia en él hasta comprenderlo, por decirlo así, «desde dentro»; lo primero es típico de la mente inferior, lo segundo pertenece a la mente más intuitiva o superior. Trátese de destruir el egotismo inherente al espíritu inferior, evitando conjugar los verbos en primera persona. En vez de decir «pienso o estoy pensando en una idea noble, tengo un pensamiento de odio, etc.», dígase: «He ahí un pensamiento noble o colérico que brota, crece... y se va». De aquí no hay más que un paso a la nueva actitud que debemos adoptar para con nuestras «posesiones», tanto si son bienes materiales como conocimientos o ideas. 

Cuidemos de ser nosotros quienes poseamos esas cosas, y no ellas a nosotros. A este propósito, recuerdo la graciosa historia de un marido que describía así la compra de un sombrero por su mujer: «Durante un buen rato, su deseo y el sombrero se examinaron el uno al otro, y por fin el sombrero la compró». Más aún, con un poco de reflexión llegaré a ver claramente que yo no poseo en realidad este traje o ese automóvil, y menos si se trata de ideas. Todas estas cosas no son sino «accesorios» de mi personalidad, y mientras están conmigo he de considerarlas en la misma perspectiva que el cuerpo, es decir, como materiales a mi disposición para ayudarme, si los utilizo con prudencia y buen juicio, en la incesante tarea de iluminarme e iluminar al mundo. Cuando el estudiante esté ya bien familiarizado con cada una de estas tres divisiones de la meditación sobre los cuerpos, pasará a meditar sobre todas ellas en conjunto, con el deliberado fin de elevar el nivel de su conciencia desde los «instrumentos» inferiores a los superiores o más nobles. 

Al principio usará de ciertas analogías, como la de subir a niveles más altos pasando a través de los cuerpos, o la de retraerse hacia el centro de sí mismo pasando igualmente a través de una serie de círculos o cuerpos concéntricos, o bien la de avanzar por las sucesivas «regiones» de la materia hacia esa meta distante que es la conciencia universal. Sea cual fuere la analogía escogida, llega un momento en que se trascienden, por fin, los vehículos ordinarios de autoexpresión. 

El estudiante marca entonces una pausa, frente al umbral de un mundo desconocido. Ahí, detrás de ese umbral, está la Realidad, aunque todavía envuelta en velos o «vehículos» de materia cada vez más tenue... Llegado a este hito de la Senda hacia la iluminación, el peregrino debe darse nuevos ánimos antes de reemprender la marcha. En las últimas etapas de la meditación sobre la mente, uno habrá ya descubierto que «los pensamientos son meras cosas.» y habrá aprendido también a manejar los conceptos, como el cantero maneja los bloques de piedra labrada, para construir con ellos un edificio aún más noble de sabiduría. Pero llega el momento, decíamos, en que tales conceptos se trascienden, y el estudiante, con fe nacida de una íntima convicción, da un salto en las tinieblas para encontrarse por primera vez en una región de la conciencia donde el cognoscente y lo conocido, el meditador y el tema de su meditación, se funden en una sola cosa. 

La meditación sobre los cuerpos tiene por finalidad inducir lo antes posible ese estado mental en que, desaparecidas las barreras del espacio y tiempo, la mente se siente como inmersa en un sereno mar de luz. De ahí la utilidad de practicar este ejercicio antes de intentar cualquier otro tipo de meditación. Aun en etapas más avanzadas, se recomienda iniciar toda meditación con un rápido «paso a través de los cuerpos», a fin de desconectarse por completo y cuanto antes del mundo exterior. Desde este reducto espiritual, uno puede ya dirigir el reflector de su intuición a cualquier otro tema que haya escogido. 

Las cosas tal como son 

El budismo es una religión de «conocimiento», por tener como meta la Iluminación. Mas, para «conocer», se requiere primero «desear conocer». En verdad, de muy pocos puede decirse esto último. A muchos les atrae el estudio de la sabiduría espiritual porque su intuición les dice que en ella se encierra la Verdad. Pero al enfrentarse directamente con ésta, se echan atrás, atemorizados. Algunos, por no estar dispuestos a renunciar a la cómoda rutina diaria que constituye lo principal de su existencia; otros, mentalmente más activos, se percatan de que los vientos de la verdad darán al traste con la artificiosa estructura, levantada a fuerza de creencias y prejuicios «de segunda mano», en la que su mente se ha dejado perezosamente aprisionar y, temiendo que ese edificio se desmorone, no se ven con la suficiente audacia y energía para construir de nuevo. Nadie, empero, contempla el rostro de la Verdad hasta que desea contemplarlo «con toda su voluntad y toda su alma». 

Estudia, pues, la Verdad, ya te parezca placentera o desagradable, pero no impongas a otros por la fuerza tus propias miras. La regla de oro para practicar esta meditación es aprender a examinar las cosas e ideas impersonalmente, sin referencia alguna a sus efectos sobre uno mismo o a sus relaciones con uno mismo. ¿Quién es capaz de analizar sin pasión un asunto que le toca de cerca, por ejemplo los respectivos méritos de sus hijos y los del vecino, y quién puede hablar con minuciosidad de su casa, cónyuge, ingresos o planes para el futuro sin referirse en absoluto a lo que espera de ellos, lo que cree que deberían ser o lo que desea que sean?. Trate el ejercitante de contemplar las cosas, detallada y desinteresadamente, tal como son, es decir, en su pura objetividad, y deje para más tarde el examen de su propia relación con ellas, si la hubiere. Prolongue luego este ejercicio en la observación, igualmente impersonal y desapasionada, de sí mismo y de todos sus actos. 
Este tipo de meditación implica quitarse una serie de «vendajes» mentales que, a la mayoría, nos impiden ver más allá de lo que queremos ver. En primer lugar, cuando nos ponemos a reflexionar sobre cualquier cosa, por ejemplo la marcha de nuestros negocios o la elección de un régimen dietético, lo hacemos con toda una multitud de prejuicios que nos vienen del ambiente, la educación, los criterios de la prensa, las opiniones de nuestros amigos, etc. Una y otra vez, sin tregua, debemos preguntarnos: «¿Cuáles son los hechos?». Cuando éstos hayan quedado bien establecidos, aún nos sobrará tiempo para considerar qué haremos o no haremos con ellos. 

En segundo lugar, a menudo nos dejamos seducir por la forma exterior de las cosas. Nos desagrada un hombre por el color de su piel o un coche por el color de su pintura. Nos gusta, en cambio, un libro por su elegante presentación o un amigo porque posee una casa de campo para pasar en ella los fines de semana. Tales características, sin embargo, no constituyen las funciones esenciales de esas cosas; sólo son accidentes de la forma. Apréndase a juzgar un objeto por sus propiedades y funciones esenciales, y no por su forma externa, ya que el mismo objeto puede ser visto de una docena de modos diferentes por otras tantas personas. Un tercer obstáculo que nos impide llegar a ver mentalmente las cosas «tal como son» es el nombre que damos a cada una de ellas, o la «etiqueta» que les colgamos. Dirán algunos que «una rosa, aun con el nombre cambiado, exhala el mismo perfume», y que un sombrero sigue siendo un sombrero por más que centenares de vocablos distintos lo designen en centenares de lenguas. 

Todos sabemos que «llamar al pan pan y al vino vino» es una virtud, pero pensamos en algo muy diferente cuando nos referimos por separado a cada uno de esos alimentos. Esta clase de «venda» mental es aún más perceptible en el mundo de las ideas. Ciertas doctrinas, por ejemplo, son tan antiguas que en el transcurso de la historia han dado origen a numerosísimos «nombres» diferentes, y muchas personas todavía creen que la verdad contenida en ellas varía con las denominaciones. 
La doctrina del karma podrá ser o no verdadera, pero no lo es ni más ni menos por hallarse en las Escrituras palis, el Nuevo Testamento o las páginas del Daily Mail. 

No pocos estudiantes se comportan así de cara a esos «estuches» mentales de diversos colores que llamamos religiones. Si un hombre permanece fiel a ciertos principios y se esfuerza por vivir de acuerdo con ellos, ¿Qué más da que se presente con la etiqueta de budista, teósofo o trascendentalista?. A la inversa, el hecho de designar una doctrina por el nombre de budismo o por cualquier otro de los innumerables «ismos» existentes no la hace ni más ni menos verdadera. Finalmente, examínense todas las cosas a la luz de la ley del cambio. Lo que fue verdad en 1900 puede muy bien no serlo hoy. Ninguno de nosotros está en grado de afirmar que posee la verdad absoluta; sólo nos es accesible una verdad relativa, nuestra verdad. 

De sobra sabemos que, aun para uno mismo, lo que hoy es cierto puede ser falso mañana, y que lo que para mi es verdad no lo es para otro. Pero una mesa es siempre una mesa, argüirán algunos. No hay tal: en cualquier momento podrá romperse y sus restos servirán para construir una valla; o bien, dentro de millones de años se habrá convertido en piedra por la acción del agua, si no se ha podrido y descompuesto en cualquier otra sustancia. Sólo son permanentes las leyes del Universo, y la Vida, cuya evolución dichas leyes orientan y ayudan a expresarse. Se objetará que los antedichos principios apenas constituyen un tema de meditación. La respuesta es que, una vez asimilados y entendidos, pueden aplicarse a cualquier tema, cuanto más personal mejor. 

Estás fumando una pipa. ¿Qué estás haciendo?. Aspirar el humo de hojas secas que arden. 
Quizá no estés de acuerdo con esta descripción, porque piensas que no hay nada malo en el hábito de fumar. Pero esto es otra cuestión, que no cambia el hecho fundamental: aspirar el humo de las hojas secas. Si quieres hacerlo así, no te prives, hazlo, más con plena conciencia de lo que haces, aunque el conocer la verdad te disminuya un poco el placer de fumar. Tan a menudo vivimos en el engaño, en falsos paraísos, que no nos viene mal «despertar» de vez en cuando, lo más y con la mayor frecuencia posible. Cultívese el hábito de analizar las cosas con crudo realismo, planteándose incesantemente la pregunta «¿qué?» ante cualquier fenómeno y tratando de darle respuesta. 

Más adelante nos interrogaremos también sobre el «¿por qué?». A algunos les sirve este ejercicio de valiosa ayuda para refrenar sus deseos sexuales. La misma imaginación, que durante la adolescencia alimenta las llamas del apetito sexual, puede ahora utilizarse para apagar ese fuego. Analícese con toda objetividad y sin ahorrar detalles la naturaleza y procesos de dicha tendencia, comparándola con su análoga entre los animales y meditando sobre el cúmulo de enfermedades y sufrimientos que su expresión desbordada provoca a lo largo y ancho del mundo. Luego, una vez considerados con minuciosidad y realismo los aspectos anatómicos, biológicos y aun otros más desagradables del tema, piénsese en los llamativos adornos «románticos» que el deshonesto y lascivo ingenio de ciertas mentes ha ido añadiendo a los procesos puramente biológicos de la reproducción física. Si todavía el deseo subsiste, como es probable, pues los simples razonamientos no bastan para matarlo, decídase si conviene o no satisfacerlo, pero tomando esta resolución a la luz de la realidad desnuda. 

Al recurrir a la imaginación, de ordinario obstáculo, para utilizarla como ayuda, tal vez el deseo, siervo suyo, acabe por doblar la cerviz. No crea el lector que este enfrentamiento directo con los hechos, hasta donde nuestros sentidos — aun los más imperfectos — pueden llegar a captarlos, es incompatible con el culto a la belleza. El sonido que un músico arranca a su violín no es menos bello porque resulte del frotamiento de unas crines de caballo contra intestinos de gato. 

La belleza reside en el espíritu del oyente, y es suscitada por el ritmo, tono y tipo de sonido que el artista produce con su instrumento. Así también el cuerpo humano no es menos bello por constar de elementos humildes. Éstos no son, de por sí, ni bellos ni feos; la belleza y fealdad están en otra parte, es decir, en la mente del que los contempla y reacciona ante ellos de uno u otro modo. Aprenda, pues, el estudiante a controlar su propia reacción frente a la belleza que expresan las cosas exteriores, sin dejarse llevar por ideas convencionales. El carbón, por ejemplo, es un material bello se mire por donde se mire, y sin embargo jamás se le ocurre a nadie tallar un trozo del mismo para colocarlo, junto a otras cosas bellas, en la repisa de la chimenea o en la vitrina del salón. 

El campo de esta meditación sobre «las cosas tal como son» es amplísimo, ya que el budismo se basa en un intrépido y desapasionado examen de los fenómenos de la vida. Del análisis de temas personales podemos pasar al de los que tocan al quehacer diario, y de aquí al de los sucesos importantes de la actualidad. Considérense luego las causas, advirtiendo cómo el hombre propende a limitar sus esfuerzos por mejorarse y se contenta con paliar los efectos. La guerra, por ejemplo, es fruto del odio, y a su vez éste nace de la envidia, la codicia y el miedo. Después de remontarnos a las causas de nuestros actos, tanto nacionales como personales,tratemos de ver el futuro como un inmenso campo de efectos cuyas causas se «plantan» en el momento presente. De este modo daremos a nuestra sabiduría un mayor alcance temporal. Elevando así nuestra conciencia al plano de las causas por encima de toda consideración personal, estaremos en grado de observar sin pasión el flujo y reflujo de los acontecimientos, nacionales e internacionales, así como los ciclos de la evolución natural y humana. La creciente capacidad para comprender las cosas en su verdadera esencia nos irá acercando más y más a nuestra meta definitiva: la Iluminación. 




El motivo 

Habiendo respondido hasta cierto punto a la pregunta «¿qué?», empecemos a formularnos con la misma machacona insistencia esta segunda: «¿por qué?», teniendo siempre bien en cuenta que, por un lado, conviene pensar lo peor de nuestras propia motivaciones, a menudo menos puras de lo que parecen, mientras que, por otro, es de corazones sabios y magnánimos dar por buenas las del prójimo, a menos que se demuestre lo contrario. Naturalmente, esta meditación tiene un alcance mucho mayor que la que se refiere a las fuentes de los actos humanos, mas para casi todos nosotros el gran «por qué» al que debemos responder es el del motivo. Comencemos por examinar nuestros motivos en cosas pequeñas. Decido ir al cine. ¿Por qué?. ¿Para «dar descanso» a la mente tras una larga jornada de trabajo, como me explico a mí mismo, o para sustraerme al esfuerzo de ese estudio serio al que la mejor parte de mi ser me incita a entregarme?. ¿O lo hago porque mi mujer o un amigo me han pedido que les acompañe, y no tengo valor para negarme?. ¿O acaso busco el estímulo emotivo que me procuran las películas modernas, impregnadas de erotismo?. 

Así podemos también interrogarnos sobre otras actividades: ¿por qué me levanto por la mañana a tal hora, y no antes o después?. ¿Por qué hago cuatro comidas al día, cuando sé muy bien que dos son suficientes?. ¿Por qué me compro ahora ropa nueva o leo estos libros?. Para todo hay razones: nuestra labor consiste en descubrir las verdaderas. Al hacerlo, quedaremos siempre sorprendidos, y muchas veces totalmente desconcertados. Analicemos luego los motivos de nuestras opiniones. He aquí lo que dice Coster en Yoga and Western Psychology: «¿Cuánto debe tu opinión a tradiciones familiares, al temor o el deseo de cambios, a prejuicios clasistas, al miedo de sufrir pérdidas personales o desmerecer ante los demás? Si tus opiniones se basaran enteramente en tu facultad emotiva, en lo que te gusta o disgusta a ti con independencia de otros factores, tu problema sería mucho más sencillo. Lo que agudiza el conflicto, haciendo tan rara y difícil una auténtica imparcialidad, es la intrincada mezcla de hechos y emociones, la astucia con que el deseo personal elabora y te presenta excelentes razones en apoyo de la opinión más grata». 

Pasemos a temas más amplios. ¿Qué finalidad tiene, por ejemplo, la rutina de cada día, tanto a corto como a largo plazo?. Nacemos, crecemos, nos educamos, trabajamos para ganarnos el pan, nos casamos, criamos hijos, envejecemos, nos retiramos y morimos. Todo eso ¿para qué? Cada vez es mayor el número de quienes se plantean angustiosamente esta cuestión. El hombre interior debe estar preparado para responder a ella por completo y sin ambigüedad, explicando la razón de ser, la naturaleza y el fin último de la Senda. En conclusión, hagámonos la siguiente pregunta y tratemos de contestarla con toda honradez: «¿Por qué estoy meditando?». Si la respuesta no nos parece lo bastante clara, volvamos a la misma pregunta de cuando en cuando hasta que los perfiles de nuestra motivación sean claros y definidos, coincidiendo por entero con los de la mente que medita. 

Este ejercicio puede también extenderse con provecho a los motivos que nos impulsan a creer en una doctrina determinada. ¿Por qué creo en el karma y la reencarnación?. ¿Porque así me educaron desde la infancia, porque mis amigos me han inculcado a la fuerza esa creencia, o porque me gustaría que tales doctrinas fueran ciertas y espero que lo sean?. Recuérdese que, en lo tocante a la Verdad, no existen «autoridades» de ninguna clase, y que no hay doctrina verdadera hasta que uno mismo la ha examinado, comprobado y, a la luz de la propia intuición y experiencia, descubierto como tal. 

Las doctrinas particulares


Detengámonos un instante en el concepto de Verdad Absoluta. Ésta es, como tal, claramente inaccesible a mentes finitas, pero podemos aproximarnos a ella mediante símbolos y analogías, examinándola a la luz de un sinnúmero de doctrinas o leyes que constituyen otros tantos aspectos o facetas del todo único. De ahí se sigue que ninguna doctrina es «absoluta», o absolutamente verdadera, y que ninguna tampoco puede captarse de modo directo en su totalidad. La comprensión se da por grados; cuando nos aplicamos una y otra vez al estudio de ciertos principios fundamentales, vamos penetrando cada vez más hondamente en su significado y mutuas relaciones. Con ello se incrementa al mismo ritmo nuestra tolerancia respecto a los distintos métodos de acercarse a la Verdad y respecto a puntos de vista que no difieren sino temporalmente.

Hay una tendencia general a creer que no nos va a costar nada entender una doctrina porque esté formulada de tal modo que el intelecto pueda asimilarla con facilidad. Sin embargo, entre esa asimilación intelectual y una auténtica comprensión media un buen trecho de ardua labor. Cada doctrina o ley debe ser meditada por separado, analizada, examinada, comparada con otras y, como si dijéramos, asimilada por la intuición. Entonces, por vez primera, podrá llegar a comprenderse. Sólo entonces se habrá convertido en móvil principal de nuestros actos y fuerza de desarrollo espiritual. No es posible aplicar una ley o doctrina a la vida diaria basándose en una fe frívola o «distraída». Para que esa creencia pase a ser una genuina cualidad de nuestro carácter es necesario someterla al doble proceso de una meditación profunda y una aplicación experimental. Por ejemplo, por cada hombre para quien la ley del karma es una ley de vida, tan real como la ley de la gravedad, existen diez para los que no es sino una teoría improductiva. Alguien ha dicho, con gran perspicacia, que sólo creemos auténticamente en una doctrina cuando nos comportamos como si fuese verdadera.

Hasta entonces es un mero alimento mental aún no digerido y, por tanto, sin valor para el organismo. Haga el estudiante, pues, una lista de esas leyes y doctrinas en las que le parece tener fe, y examínelas una por una. Si quiere, puede empezar por las cuarenta que figuran en el Canon pali como temas de meditación, entre otra los «Tres Refugios»: Buddha, Dhamma y Sangha. ¿Qué significan estos conceptos?. Quizá nunca se haya hecho antes la pregunta. Considere luego los «Tres Signos del Ser». ¿Hay sólo tres?. ¿Son verdaderos en todo o nada más que en parte?. ¿Qué relación existe entre ellos?. ¿Brotan unos de otros?. En caso afirmativo, ¿Cuál es la causa y cuál el efecto?. Pase después a las «Cuatro Nobles Verdades». ¿Es la última de ellas, la «Noble Senda Óctuple», sólo una forma del Raja Yoga, y qué cabida tiene entonces la mística en esa «Verdad»?. ¿Van necesariamente juntas?. Y en tal caso, ¿Qué es lo que renace?. ¿Se aplica el karma a los animales, a un arhat, a un dios?. ¿Qué son esos «Tres Fuegos» que sujetan a los hombres a los doce radiós de la «Rueda del Devenir», y cómo puede uno escaparse de esta Rueda?.

Tales preguntas son sólo una pequeña muestra de las muchísimas que uno puede formularse a sí mismo para estar seguro de que posee la necesaria actitud crítica ante cualquier idea que su mente acepte como creencia. Dada la abundante literatura actual sobre el budismo, sencilla y al alcance de todos los bolsillos, poco trabajo se requiere para aprender sus principios básicos. Pero por ello es también muy fácil olvidar que de nada sirve conocerlos si no se captan intuitivamente y se aplican con inteligencia. Reanudando pues a esta luz el estudio del budismo — o del «ismo» que de momento estemos utilizando para acercarnos a la Verdad —, examinaremos primero las doctrina del Theravada y a continuación las del Mahayana, decidiendo, quizá por vez primera, si éstas nacieron de aquéllas, y reflexionando sobre cómo ambas filosofías reunidas aciertan a presentar la Verdad de una manera tan completa, dentro de lo que nuestras mentes abarcan por ahora. La meditación finalizará con un esfuerzo especial, mantenido día a día, por profundizar en los fundamentos mismos del Dhamma, la unidad de la vida. ¿Hemos pensado alguna vez en lo que esto implica, o nos sigue pareciendo un ideal encantador pero poco práctico?.

Los estudiantes con imaginación y deseo de explorar nuevos campos de pensamiento pasarán luego a considerar la relación entre todas esas doctrinas. ¿Cuál es la que existe, por ejemplo, entre el karma y la compasión?. En La voz del silencio leemos: «La Compasión no es atributo. Es Ley de leyes, eterna Armonía». En otro lugar se dice que la llave que abre una de las puertas de acceso a la Vía es sila, descrita como «clave de la Armonía en palabras y actos, la que equilibra la causa y el efecto, no dejando ya paso a la acción del karma». ¿No se oculta una verdad altamente reveladora en esta idea de relación entre compasión, karma y armonía?. Al cabo de algún tiempo, esas doctrinas que hemos examinado a través del prisma de la intuición dejarán de ser meras fórmulas estáticas para revelarse como fuerzas dinámicas, aplicables a la propia regeneración al igual que las leyes de la mecánica se aplican para materializar nuestros grandiosos proyectos en piedra y acero.

El Yo


En cierto modo, la exhortación délfica «conócete a ti mismo» es un buen resumen de la finalidad de la meditación, pues quien de veras se conoce a sí mismo domina el Universo. Desde este punto de vista, la meditación sobre el Yo incluye todas las demás. Sin embargo, como decíamos, la evolución del espíritu avanza en espiral, por lo que de vez en cuando el estudiante se encontrará, durante su ascensión, en un punto ya antes recorrido, aunque ahora lo haga en un plano superior. 
El estudio del Yo no acaba nunca, pero el hecho de que en esta etapa resulte imposible llegar a una perfecta comprensión de nosotros mismos no es óbice para abordar un tema cuyo último secreto sólo se nos revelará en el umbral del Nirvana. Puede también decirse que esta meditación prolonga la de «las cosas tal como son», ya que la mayoría de los hombres somos ciegos en lo que atañe al conocimiento de nosotros mismos, ignorando incluso que ese Yo que percibimos no es más que una ilusión, una serie cambiante e imperfecta de atributos. La vanidad, hija del deseo y del falso concepto de sí, fabrica un Yo ilusorio, un aparatoso globo de egotismo que debemos destruir en la primera ocasión que se nos presente, pues sólo después de haber pinchado esa burbuja y visto el Yo «tal como es», por humilde que aparezca ante nuestros ojos, podremos echar los cimientos de aquella confianza y seguridad en nosotros mismos que es la orla de las enseñanzas budistas.

Más vale edificar sobre una pequeña base de sólida roca que sobre una gran plataforma de material hueco y frágil. Seamos por tanto prudentes, y tan implacables en el análisis de nosotros mismos como lo sería el más severo de nuestros amigos. Hay dos maneras de meditar sobre el Yo, y tarde o temprano el estudiante acabará por percatarse de que son complementarias. Una consiste en destruir el «No-yo», la otra en cultivar el Yo. La primera se incluye casi toda ella en el capítulo de lo que solemos llamar «Formación del carácter» y es el método que utiliza el Theravada o budismo meridional. Su divisa es un eco del «Neti, neti» brahmánico, que significa «Eso no, eso no», eso no es el Yo. Tal es la doctrina del anatta o «no-atta». Por el vocablo pali atta (atman en sánscrito) se designa el Yo. La segunda manera, complementaria, es común a muchas escuelas de pensamiento, tanto orientales como occidentales, y es también la que adoptan todos los místicos.

Se basa en dirigir la atención exclusivamente al Ideal, es decir, prescindiendo en lo posible de todo lo demás. Así, poco a poco la conciencia va elevándose a niveles cada vez más espirituales hasta que el individuo acaba por «fundirse» con su ideal. La expresión suprema de este método se encuentra en el Bhagavadgita, donde se dice lo siguiente del que lo practica: «Habiendo renunciado a todo deseo nacido de su fantasía y sojuzgado con la mente los sentidos y órganos que le impelen a actuar en distintas direcciones, con paciencia y paso a paso llega por fin al punto en que puede descansar; allí, con su mente en paz, centrada en el auténtico Yo, no debe pensar en nada más. Y cuando esa mente inconstante se sienta atraída por cualquier objeto y huya en pos de él, sométala, obligándola a regresar y centrándola de nuevo en el Espíritu. La dicha última viene, de cierto, a recompensar al sabio cuya mente ha logrado así serenarse, cuyas pasiones y deseos se han doblegado; a aquel que, libre ya de toda culpa, ha conseguido identificarse con su verdadero Yo».

Cada método tiene sus ventajas e inconvenientes. Concentrarse en la naturaleza ilusoria del «No-yo» es útil, sobre todo en esta parte del mundo, para enfrentarse directamente con nuestro mayor defecto, la tendencia separadora del pensamiento occidental, de la que proviene nuestro desmedido egotismo. Por otro lado, un proceso que parece implicar la completa desintegración de la propia individualidad no resulta demasiado atractivo para quienes, dándose vagamente cuenta de que el Yo inferior no posee validez eterna, se resisten a creer que a su muerte no quede nada de él. Si así fuera, arguyen en contra de los extremistas que toman al pie de la letra la doctrina del anatta, ¿Qué es lo que se «purifica de la ilusión», eso que «al haber conseguido su libertad, sabe que es libre» y cuyo último destino es la inmersión total en el Nirvana?.

La visión complementaria de que todo es el Yo y de que el progreso en la vida interior es un caminar para reunirse con el Ideal tiene el mérito de dar un tremendo impulso a la ascensión de la conciencia, pero a la vez entraña el peligro de cegar al estudiante en lo que se refiere a los límites de su propio carácter, que lo alejan del Ideal. Lógicamente, ambos métodos son intercambiables, pues es — o debiera ser — cuestión de temperamento el decir de cada uno de los propios atributos o vehículos «esto no soy yo», hasta que el verdadero Yo se haya desvinculado del último de todos ellos, o bien repetirse «el Yo es el Todo y yo soy ese Yo», realizando así poco a poco el Ideal. Hay quienes, para preservar un justo equilibrio, alternan desde el principio los dos métodos; otros cambian de perspectiva al llegar al punto medio de la escala de la conciencia.

La meditación sobre los cuerpos, por ejemplo, es excelente para disociar la conciencia de sus vehículos inferiores, pero en cierto sentido es también una ascensión caminando hacia atrás, es decir, dando la espalda a la Realidad. Tarde o temprano los partidarios de este punto de vista han de «darse la vuelta». En el momento en que el estudiante pueda decir con alguna convicción «yo no soy mi cuerpo, ni mis emociones, ni mi “máquina de pensar”», comprobará que se encuentra en un mundo de pensamientos abstractos, de creación de ideas e imágenes mentales gracias a la luz de la intuición, un mundo donde aún se dan los límites de la forma, aunque ya muchísimo más tenues. Pero ni siquiera aquí reside el Yo, que queda todavía lejos, en lo alto de esa escala por la que el estudiante sube de espaldas. Dese entonces la vuelta, como decíamos, dejando atrás el yo inferior para mirar de cara a la Vida, cuyo cuerpo es el Universo, a esa Realidad Absoluta que no puede expresarse en palabras. Deje también que caigan los velos que le ciegan desde su origen, pues a medida que lo hacen se ensancha su conciencia hasta coincidir con las dimensiones de la Conciencia Universal.

Aquí y sólo aquí está el Yo, que ningún hombre tiene derecho a llamar suyo, ese Yo del que cada unidad de vida es un aspecto aún no identificado con el Todo. Parece claro que los métodos que acabamos de exponer son complementarios. No obstante, todavía algunos piensan que el Buda enseñó esta doctrina porque no existe un Yo permanente en las cinco skandhas, o partes constitutivas de la personalidad. Según ellos, no hay ningún Yo que utilice esos vehículos. Los Rasgos del Ser, imperfección, variabilidad y anatta o «no-yo», se aplican al Samsara, mundo de la manifestación, mientras que el polo opuesto del Ser, Nirvana, exhibiría, si no estuviera «por encima» de todo atributo, los de la perfección, inmutabilidad y el Yo. A los seguidores de esta doctrina nihilista y desalentadora les recomendamos la lectura de las primeras palabras del Dhammapada, donde se dice que la mente es la clave de todos los fenómenos. He aquí el eje en torno del cual gira nuestro complejo ser. Una mente inmersa en la materia no puede ver la luz, pero cuando asciende a niveles superiores tiende a dirigirse a su lugar propio, ese estado de perfección llamado Nirvana, esa «extinción» de aquellos elementos del ser que separan la parte del todo.

Al aspecto superior de la mente puede dársele, por conveniencia, el nombre de «alma», a condición de no considerar ésta en modo alguno inmortal, mientras que la mente inferior o concreta, la «máquina de pensar», pese a ser vehículo necesario de la conciencia, es llamada «el gran asesino de lo Real», por abrigar la «herejía de la separación», es decir, la ilusión de que a cualquier unidad de vida puede serle lícito tener intereses u objetivos contrarios a los del Todo. Sólo cuando el espíritu inferior se haya purificado de esa ilusión y «fundido» con el superior, quedará este último libre para abandonar el Samsara y así, sumergiéndose en la Vida misma, llegar a la inmortalidad.

La analogía


La analogía constituye una de las ayudas más valiosas para comprender la vida interior. «Como arriba, abajo.» El hombre es el microcosmos del Universo. La sabiduría no sólo nos habla en el majestuoso espectáculo de la puesta del sol o en el vuelo de los pájaros. Dominados hoy por la mente inferior, los occidentales podemos también descubrir sus símbolos en cosas que nos son familiares y hasta en objetos mecánicos. Consideremos, por ejemplo, las escaleras mecánicas del metro. Ahí tenemos una sencilla analogía del ciclo de la vida y la muerte, de la alternación de los extremos que llamamos «pares antitéticos». Cada peldaño se mueve visiblemente hacia arriba o hacia abajo, pero a la ve/ se está dando otro movimiento idéntico e invisible, precisamente a la misma velocidad. Es como una «Rueda del Devenir» en miniatura, con su carga incesante de vidas. Ese par de escaleras en continuo subir y bajar nos ofrece un modelo mecánico de toda la cosmogénesis.

Por otro lado, el cambio de velocidades de un automóvil presenta múltiples analogías con la regulación y técnica del trabajo y el descanso, mientras el barquero que cruza el río aprovechando la fuerza de las corrientes nos enseña la mejor manera de enfrentarnos con los acontecimientos, adaptándonos a su ritmo. Observamos el «ordenado desorden» de una de nuestras fábricas modernas, el desarrollo metódico de innumerables actividades sin relación mutua en apariencia, pero dirigidas todas ellas a un mismo fin claro y determinado. En el cine encontrarán también útiles analogías quienes ven la existencia con ojos interiores: y a los que conocemos el ilimitado poder de la mente humana, ¿Se nos ha ocurrido alguna vez que nuestros pensamientos «emiten» durante todo el día en una longitud de onda individual?. Las flores que adornan nuestra ventana nos brindan un ejemplo del «renacer», y en las vidas de los hombres el karma escribe con mano impersonal lecciones que debemos pacientemente repetir hasta aprenderlas. En suma, hemos de aprender a moralizar, no con la melosa insinceridad de los tiempos victorianos, sino como estudiantes instruidos en la universidad de la Vida.

  Los Cuatro Brahmaviharas

Los Cuatro Brahmaviharas, estados «sublimes» o «divinos» de la mente, han llegado a ocupar un puesto de tanta importancia en el budismo, que no es posible omitirlos en una lista de temas de meditación, y menos aún cuando el Canon pali los incluye en la suya. Estas cuatro meditaciones se describen y comparan en el capítulo nono del Visuddhi-magga de Buddhaghosa, pero la siguiente cita del Maha- Sudassana Sutta resume bien la naturaleza y fin del ejercicio: «Y deja que su mente se extienda por una cuarta parte del mundo con pensamientos de Amor, con pensamientos de Compasión, con pensamientos de gozo solidario, con pensamientos de ecuanimidad; y así en la segunda parte, y en la tercera, y en la cuarta. Y así por todo el ancho mundo, arriba, abajo, en derredor y por doquier, su corazón continúa difundiendo Amor, Compasión. Gozo y Ecuanimidad; un corazón trascendental, sublime, sin medida, libre de todo rastro de ira o rencor». En la meditación sobre el Amor, el meditador irradia la fuerza de su pensamiento horizontalmente, por así decirlo; la Compasión mira hacia abajo, contemplando el mundo del dolor, como el Gozo mira hacia arriba, al mundo de la dicha; y la Ecuanimidad restablece el equilibrio perturbado por la propia identificación con esos dos extremos.


Amor


El budismo ha sido a veces calificado de religión «fría». No obstante, abundan en el Canon pali los pasajes que demuestran lo contrario, al poner de relieve el importante papel que desempeña en sus doctrinas la Metta, bondad amorosa predicada sin descanso por el Buda, pese a que su Vía se orientaba a la iluminación y no a un misticismo emotivo. Por otro lado, esta forma de amor tal como lo practica el budista nada tiene que ver con la exhibición espontánea de un sentimiento; es más bien una actitud mental deliberada y continua. El amor que procede de los centros inferiores y no de la mente creadora es con mucha facilidad sustituido por el odio, o al menos abarca un campo tan reducido que el odio hacia otra persona puede coexistir simultáneamente en el espíritu. No le sucede esto al budista que cultiva el primero de los cuatro Brahmaviharas. El seguidor del Buda comienza por imbuir su propio ser de un amor sin límites, en parte, como dice con cierto cinismo el comentarista, porque a ninguna persona es más fácil amar que a uno mismo, y en parte también porque el amor debe primero desarrollarse como cualidad en la mente del que medita antes de poder extenderse a los demás de manera habitual y esparcirse por el mundo. Una vez dado este primer paso, el meditador pensará en un amigo, lo que hará sin mayor trabajo.

El comentarista añade que, por varias razones, es mejor que el amigo en cuestión sea del mismo sexo y aún viva. Viene luego una tarea más difícil: extender ese amor a una persona indiferente, ni amiga ni hostil. El ejercitante intentará enviar a esa persona tanto afecto, en calidad y cantidad, como el que derramaba con más complacencia en el amigo. Logrado esto, pasará a la etapa de máxima dificultad: represéntese a un enemigo o alguien por quien siente antipatía y trate de inundarlo con una ola de afecto puro y generoso. Al principio no podrá evitar cierta sensación de hipocresía, pero poco a poco este acto le irá resultando natural. Cuida también de mantener en todo instante la pureza del motivo, aun cuando el ejercicio tenga por efecto inevitable destruir la enemistad.

Por último, el meditador irradiará sucesivamente su «bondad amorosa» a todo el género humano, a todas las formas de vida y a todo el Universo, hasta que ese intenso esfuerzo de voluntad que lo eleva a las jhanas o estados superiores de la conciencia lo transforme, por así decirlo, en el «espíritu» mismo del amor, que continuará difundiéndose en torno suyo una vez de regreso al nivel normal de conciencia. Así, partiendo de la mente y el pensamiento, acaba por encontrarse con el bhakti yogi y el místico religioso occidental, que llegan al mismo resultado a través de la purificación de emociones y deseos.


Compasión


En la medida en que Karuna, la compasión, pertenece a la categoría de las emociones, es la «emoción» budista por excelencia. No en vano se aplica al Buda con tanta frecuencia el título de «Gran Compasivo», junto con el de «Gran Iluminado». Empero la compasión no es un simple atributo de la mente. En sus niveles superiores incluye también el amor, el gozo y hasta la ecuanimidad, pues consiste en un amor comprensivo, una mezcla de emoción e intelecto iluminados por la intuición. Por eso se lee en La voz del silencio: «La Compasión no es atributo.
Es LEY de leyes, eterna Armonía, esencia universal sin límites, luz de la perpetua Equidad, consonancia de todas las cosas; es la ley del amor eterno». Y en una nota aparte se la describe como «Ley abstracta e impersonal cuya naturaleza, que es la Armonía absoluta, se ve hondamente perturbada por la discordia, el dolor y el pecado».

 Al budismo se le ha llamado, con justicia, la religión del dolor, porque más que ninguna otra ve en el sufrimiento una cualidad inherente a todas las formas de vida, aun cuando a veces, arropados en la ilusión del placer, nuestros ojos no perciban las limitaciones del mundo en constante devenir. Sin duda los términos «dolor» y «sufrimiento» son demasiado fuertes para traducir, sin más matices, el vocablo pali dukkha. Su significado, en este caso, es relativo y se extiende a toda una gama de estados, desde los más agudos tormentos físicos y mentales hasta una inteligencia puramente metafísica de esa «deficiencia» o imperfección que es corolario forzoso de anicca, la ley del cambio. Lo cierto es que toda forma de vida rinde cuentas al dukkha.

Por ello el comentarista del Canon pali aconseja al ejercitante que irradia compasión comenzar por personas sumidas en los abismos del dolor, hacia las cuales fluye con facilidad la corriente compasiva, para luego ir poco a poco ampliando el ámbito de sus pensamientos a formas más variadas y sutiles de discordancia, inadaptación y malestar, tanto en los planos mental y emotivo como en el físico, hasta coincidir, una vez más, con la magnitud del Universo. Tal es el mejor modo de aproximarse a ese incomparable ideal tan poéticamente descrito en La voz del silencio: «Que tu alma preste oídos a cada grito de dolor, como el loto abre su corazón para beber el sol de la mañana. Y no permitas que ese sol llegue a secar una sola lágrima antes que tú la hayas enjugado en los ojos del que sufre. Deja, en cambio, que cada una de esas ardientes gotas de pesar humano caiga y permanezca en tu corazón; no la apartes hasta que haya desaparecido la causa que la provocó».

  Gozo

El valor de este ejercicio radica en los efectos que produce en los celos y la envidia, formas de pensamiento que, con toda evidencia, ofuscan nuestra mente. El que sin reserva alguna se alegra del éxito o la felicidad de un amigo, aun adquiridos a expensas de su propio éxito o felicidad, está libre de esa envidia destructora que, arraigada en el egoísmo, es a menudo madre del odio. El ejercicio se reduce, en esencia, a alegrarse de la alegría de otro, y por ello es un excelente antídoto contra las mezquinas reivindicaciones del yo; de ahí la traducción de mudita por «gozo solidario», es decir, participación en el gozo de otros. También en este caso debe comenzarse por pensar en un amigo, representándolo alegre y dichoso en razón de alguna circunstancia afortunada, de orden físico o mental, y luego, como en la meditación anterior, se extenderá gradualmente el campo de los pensamientos hasta abarcar todas aquellas personas que se sienten dichosas por algún motivo, sea éste suficiente o no a nuestros ojos.


Ecuanimidad


Es difícil hallar en nuestra lengua un término que traduzca con precisión la voz pali upekkha. Además de «ecuanimidad», se usan otros como «desapego», «desprendimiento», «desapasionamiento», «serenidad», etc. La siguiente estrofa del Suttanipata define bien el concepto: «Un corazón desprendido de las cosas mundanas, un corazón donde no hace mella el dolor, un corazón firme, sin pasión; he ahí la mayor de las bendiciones». Eco de la misma idea son las inmortales palabras de Kipling: «Si te topas con el Triunfo y el Desastre, y puedes tratar a esos dos impostores por igual...». Esencialmente esta virtud consiste en elevarse por encima de la autoidentificación con los sentimientos ajenos, implicada hasta cierto punto en el cultivo de la compasión y el gozo. Escribe el comentarista del Canon: «La característica principal de la ecuanimidad es situarse en un punto central respecto a los demás, su función ver a éstos imparcialmente, su manifestación reprimir toda aversión y todo servilismo, su causa próxima observar cómo cada hombre es fruto de la continuidad de su propio karma». No ha de confundirse ecuanimidad con indiferencia. Ésta resulta de cerrarse mentalmente al dolor y la alegría de otros, y es por tanto el polo opuesto de la compasión.

Según el Bhagavadgita, la ecuanimidad es «una constante e inquebrantable firmeza de corazón ante cualquier suceso, favorable o desfavorable». Para conseguirla se requiere trasladar la conciencia a un punto de vista central, de modo que los acontecimientos puedan contemplarse desde su «fuente», o sea sus causas, y no desde el perímetro del circulo donde se revelan como efectos. Trátese de infundir en la mente esta cualidad, de sentirla hacia un amigo y un enemigo, de extenderla después, por etapas, a todas las formas de vida!. Así, tras las experiencias del amor, la compasión y el gozo solidario, regresaremos por fin a ese equilibrio interno que ningún hecho externo de nuestra vida diaria ha de poder perturbar.

Christmas Humphreys