sábado, 20 de julio de 2019

Concentración y Meditación - EJERCICIOS DE CONCENTRACIÓN


Los ejercicios siguientes constituyen sólo una selección, y a cada estudiante se le recomienda que busque o incluso invente otros por su cuenta. Esta lista abre ya un vasto campo de posibilidades. 
Lo importante no es el ejercicio concreto que se escoge, sino el modo de hacerlo y la finalidad que con él se persigue. En un objeto físico Es indiferente optar por uno u otro objeto, con tal que sea pequeño y sencillo, como una naranja, una caja de cerillas, un reloj o un lápiz. Algunos manuales mencionan también ciertos objetos luminosos o incandescentes: una lámpara, la punta de un pebete encendido, etc. Pero este tipo de concentración puede llegar a provocar un estado de hipnosis, y por eso es mejor evitarlo. Colóquese el objeto a unos pocos metros de distancia y, una vez acabados los preliminares, trátese de dirigir la mente hacia él, como si se enfocara con un reflector. 

El estudiante pensará primero acerca del objeto, para ir luego poco a poco estrechando su campo mental hasta pensar exclusivamente en él. A pesar de su aparente semejanza, hay entre ambos «enfoques» una diferencia considerable. Al reflexionar acerca de una caja de cerillas, por ejemplo, uno examina sus diversas partes y propiedades, sus lados, dimensiones, forma, color, material, superficie..., mientras que al pensar en ella todos estos «productos» del análisis desaparecen, y en el campo de nuestra conciencia queda un solo y único objeto: la caja de cerillas. De ahí la conveniencia de escoger un objeto diminuto y sencillo, que pueda visualizarse fácilmente en su totalidad. También es posible concentrarse en una figura o pequeño dibujo trazado a grandes rasgos, pero en tal caso debe fijarse bien la mente en el dibujo como objeto único, evitando que los pensamientos, por asociación natural, se vayan a la elaboración de la figura, sus posibles variantes o a la abstracción que representa. Admítase con franqueza que esto es sólo una gimnasia mental sin valores morales ni intelectuales, y pruébese a mantener el pensamiento fijo en el objeto durante sesenta segundos, no permitiendo la más mínima desviación en ese tiempo. 

Si ello no se logra, afróntese la humillación con entereza. No hay mal que por bien no venga, y así se dará el estudiante cuenta, quizá por vez primera, del abismo que le separa de un verdadero control de la mente, aun el más elemental. Cuando uno se vea ya capaz de realizar este ejercicio con éxito durante tres minutos seguidos, podrá pasar al siguiente. Nótese que en este primer ejercicio sólo se utiliza uno de los cinco sentidos: la vista. Pero, como dice Ernest Wood, «el aislamiento y la quietud totales no son posibles ni siquiera por un tiempo muy breve. Esto, sin embargo, no tiene mayor importancia si uno entrena sus sentidos a prescindir de lo que captan los órganos sensoriales. 
Cuando nos hallamos ensimismados en la lectura de un libro, a menudo no nos percatamos de que los pájaros están cantando fuera, ni percibimos el tictac del reloj que descansa en la repisa de la chimenea. No es que el oído material se haya embotado y no responda a esos sonidos, sino que los sentidos se han disociado momentáneamente de sus órganos». 

De ahí el valor de aprender a controlar las reacciones de nuestros sentidos ante los estímulos exteriores. Por ejemplo, decida el estudiante concentrarse sólo en la vibración de la luz, que afecta a los órganos de la vista, y excluir todos los demás estímulos sensoriales. En etapas ulteriores, la atención se verá reclamada por estímulos de tipo más subjetivo: un cosquilleo en el pie, los latidos del propio corazón... Cosas como éstas serán las que entonces vengan a distraer la mente. En ciertos casos, cuando uno ya está más adelantado, cualquiera de ellas puede incluso constituir el tema de la concentración, pero a menos que se escojan deliberadamente como tales — el tictac de un reloj, por citar un ejemplo —, debe hacerse todo lo posible por mantenerlas fuera del campo mental. 

Con la práctica de este ejercicio iremos viendo que no sólo es un entrenamiento útil, sino también necesario, para abordar los de visualización subjetiva que describiremos más adelante. Muchos han hecho ya notar que un individuo así entrenado es capaz, en todo momento, de concentrar su atención en cualquier objeto de los que se le presentan comúnmente a lo largo del día, captándolo por entero con su mente en un tiempo mínimo y sin mayor esfuerzo. Más aún, puede llegar a retener y, por decirlo así, transportar consigo una imagen mental para considerarla o detallarla posteriormente con calma. Es obvio también que este ejercicio contribuye a desarrollar en quien lo practica una gran capacidad de memorización y una facilidad notable para borrar de la mente cualquier imagen cuando ya no interesa. 

  En el ritmo respiratorio 

La concentración en un objeto físico requiere mantener los ojos abiertos y es puramente objetiva. 
El ejercicio al que ahora nos referimos se sitúa a medio camino entre la concentración objetiva y subjetiva. Carece de importancia el que los ojos se tengan abiertos o cerrados. Se trata básicamente de contar las propias aspiraciones y espiraciones, que deben ser lentas y profundas. 
Como la respiración es la esencia misma de la vida física, conviene que aprendamos primero de todo a controlarla. Manuales y métodos de las diversas escuelas existentes difieren en cuanto al valor relativo de las formas posibles de respirar, es decir, si uno debe limitarse a hacerlo normalmente, aspirando y espirando a intervalos regulares, o si después de aspirar debe retener el aire por cierto tiempo, para luego expulsarlo y volver a contener la respiración antes de llenar de nuevo los pulmones. Incluso en este último ejercicio puede darse una gran variedad de ritmos. 

El más común consiste en aspirar un número determinado de veces, retener el aire aspirado sólo la mitad de esas veces, y hacer lo mismo al espirar; por ejemplo: ocho aspiraciones, reteniendo el aire en cuatro, y ocho espiraciones, parándose igualmente en cuatro. Lo principal es llenar los pulmones al máximo de su capacidad y vaciarlos también al máximo. Al cabo de unas pocas semanas de este ejercicio, el sujeto experimentará ya, como resultado incidental, una marcada sensación de equilibrio y fuerza interiores, amén de una sustancial mejoría de su salud física. 

En todo momento debe atenderse a que el cuerpo conserve una postura confortable y holgada, sin tensiones ni esfuerzos superfluos. Para aprender a respirar bien y plenamente, puede servir de ayuda la siguiente descripción tomada del método Zen, tal como le fue propuesta a cierto estudiante europeo en el Japón; el lector que se atenga a ella verá cuan beneficiosa le resulta, además de no hacerle correr ningún peligro: «Empieza por respirar lenta y profundamente, con los labios cerrados, inhalando y exhalando el aire por la nariz. Al aspirar, dilatarás y alzarás el pecho, hundiendo al mismo tiempo el abdomen y elevando el diafragma. Al expulsar el aire, se hace lo contrario: el pecho se contrae, el vientre se relaja y el diafragma desciende. Este modo de respirar es exactamente lo contrario de lo que prescriben la mayoría de los métodos, ya que al respirar se piensa en elevar lo más posible la pared del diafragma, mientras que al expeler al aire se empuja dicha pared hacia abajo contra el plexo solar. A medida que vayas adelantando en el ejercicio, sin necesidad de concentrarte demasiado en el control muscular de la respiración, notarás que es posible hacer descender el diafragma cada vez más, hasta tener la impresión de que lo has llegado a situar justo por debajo del ombligo. Observa que tu atención debe ir a la expulsión del aire. 

La espiración ha de efectuarse mucho más lentamente que la inhalación, y el acto de espirar, junto con la presión del diafragma hacia abajo, debe continuarse hasta hacer que la aspiración subsiguiente no sea más que un reflejo de la espiración». Una vez que el ejercitante ha aprendido a respirar, empezará a contar sus respiraciones, sin pensar en nada más que en el mero hecho de contar. Esto parece fácil.... hasta que uno prueba a hacerlo. La sangha budista viene usando de este ejercicio desde tiempo inmemorial, y aun hoy lo utilizan corrientemente todos cuantos practican el budismo en cualquiera de sus formas. Por ello ha de mirarse con gran respeto. Se comprobará también que es más difícil de lo que parece. Pero prosigamos con la cita del estudiante de Zen: «Comienza ahora por contar tus respiraciones hasta diez. Luego empiezas de nuevo la cuenta a partir de uno y continúas así, de diez en diez, indefinidamente. Tu pensamiento debe concentrarse en esa cuenta y sólo en ella. Cuando te vengan otras ideas, no luches por quitártelas de encima: limítate a seguir contando sin hacer caso de ellas. 

Cualquier tentativa deliberada de combatirlas no hará sino incrementar tu turbación. 
Ten paciencia y cíñete a la cuenta, reanudándola cuantas veces sea preciso. Este ejercicio me resultó muy difícil al principio. Trescientas respiraciones, o sea diez veces treinta, se considera la meta ideal a la que ha de tenderse, pero uno debe llegar a esa cifra sin que la cuenta se interrumpa en ningún momento con otras ideas». A los principiantes les bastará probablemente contar hasta cincuenta en las mismas condiciones, es decir, con perfecta concentración mental y recordando que cada acto respiratorio ha de ser lento y completo. Si es posible, se practicará este ejercicio frente a una ventana abierta.


En el examen de otras ideas 

Suponiendo que el estudiante sea ya capaz de concentrarse por tiempo fijo en un objeto previamente determinado, podrá, si lo desea, utilizar como objetos de su concentración esos mismos pensamientos intrusos que tanto le estorbaban en la etapa anterior. El primer paso consiste en adoptar ante ellos una actitud enteramente impersonal, sentando así las bases de la ulterior eliminación del propio egoísmo. Destruir éste será el fin primordial de la meditación. Cuando dichos pensamientos desfilen por la mente, pregúnteseles: «¿De quién sois?». Y cuando llegue la inevitable respuesta: «No tuyos», considérense de manera impersonal, contemplando «de lejos», por así decirlo, cómo esa idea o aquel deseo nace en nuestra mente, cómo la va cruzando, cómo la abandona... Obsérvese con calma y sin pasión este incesante proceso. Nótese cómo tales pensamientos fluyen en ininterrumpida sucesión, dependientes unos de otros, pero sin que la visión mental perciba nunca esa dependencia en más de dos al mismo tiempo. 

El examen desapasionado del flujo de ideas que asaltan sin tregua nuestro cerebro nos permitirá controlar con más facilidad esa turba de entrometidos visitantes cuando deseemos concentrarnos en algo distinto. Pero el peligro de este ejercicio, si se inicia demasiado pronto, es que la mente, aún no del todo domeñada, corra en pos de cualquier pensamiento que la atraiga, como un perrillo callejero que se va detrás de los transeúntes. Así pues, al practicar el ejercicio que nos ocupa, debe mantenerse la mente bien activa y despierta, para que pueda ir contemplando ese desfiles de ideas sin apegarse a ninguna de ellas. Más adelante, en etapas de mayor madurez, podrá uno volver a este ejercicio y usarlo para meditar sobre la inestabilidad de las cosas, la naturaleza de la conciencia y la inexistencia de un yo personal. Afín a este ejercicio es otro en el que el sujeto se remonta En imágenes visuales 

La facultad de formar imágenes mentales claras y bien definí das es esencial para progresar en la meditación, y cuanto más a fondo seamos capaces de desarrollarla tanto más fáciles resultarán los ejercicios que corresponden a las etapas finales. Comiéncese por colocar enfrente de sí algún objeto bidimensional, como un simple diagrama o dibujo, y, después de concentrar en él la mente por completo, ciérrense los ojos. Acto seguido, usando del poder de la imaginación, o sea la aptitud de nuestro cerebro para construirse imágenes, trátese de reproducir mentalmente el objeto o, al menos, sus partes esenciales. Si alguna de estas partes no se llegara a visualizar con suficiente claridad, ábranse los ojos para corregir la propia observación y memoria hasta que la imagen formada coincida con su original. Logrado esto, repítase el ejercicio con un objeto de tres dimensiones, por ejemplo una caja de cerillas, pero cuidado de que su color no peque ni de chillón ni de mate. Sin esta precaución, se corre el riesgo de acrecentar las dificultades, al reproducir en la retina ocular una imagen del objeto con colores y valores luminosos contrarios a los reales. 

Esta imagen percibida con claridad, por ejemplo al mirar por una ventana abriendo y cerrando alternativamente los ojos, puede llegar a confundirse con la auténtica imagen mental, que es del todo subjetiva y debiera reproducir con exactitud el original. En una fase más avanzada, si uno desea perfeccionar sus facultades de memoria y observación, podrá practicarse el juego inmortalizado por Kipling en Kim: uno dispone, digamos, de un minuto para contemplar una pequeña colección de pequeños objetos vistos por primera vez; luego, con los ojos cerrados o vuelto de espaldas, ha de describir esos objetos con el mayor detalle posible. Sin embargo, este juego es primordialmente un ejercicio para desarrollar la agudeza de observación y la memoria. Lo que nosotros pretendemos aquí es el desarrollo de esa atención concentrada que fotografía, por así decirlo, en la pantalla de la memoria hasta el mínimo detalle de lo que voluntariamente habíamos antes abarcado en el campo de nuestra visión. Pasemos ahora al control de la propia conciencia, cuyo secreto reside en aprender a disociar ésta del «vehículo» a través del cual funciona en un momento dado. 

Coloque el estudiante frente a sí una caja de fósforos vacía; forme luego un duplicado mental de la misma, utilizando esa sustancia plástica que es el pensamiento, y empiece a considerar dicha imagen desde varios puntos de vista. Puede figurarse que la observa desde arriba, desde abajo, etc. 
A continuación trate de meterse dentro de la caja. Si este proceder le parece curioso, recuerde que, aunque la conciencia debe servirse de algún tipo de vehículo, en el sentido de «manifestarse a su través», de por sí no está vinculada con ninguno. Por ello, tan posible es imaginar la propia conciencia ocupando enteramente una caja de fósforos como una catedral, ya que el tamaño de su vehículo acostumbrado, el cuerpo físico, carece en absoluto de importancia. 

No poca sabiduría se encierra en algunos cuentos escritos para niños. Por ejemplo, cuando la heroína de Alicia en el País de las Maravillas crecía o se achicaba según mordisqueara por uno u otro lado el hongo sobre el que se sentaba la oruga filósofa, no hacía sino experimentar lo que cada uno de nuestros estudiantes debe descubrir y practicar consigo mismo, aunque sea subconscientemente. 
Una de las más notables afirmaciones de los guías orientales de desarrollo mental es que la mente humana posee, aunque todavía apenas desarrolladas, todas las facultades que el hombre occidental ha conseguido hacer valer con sus instrumentos científicos. Se dice, por ejemplo, que en una mente ya muy desarrollada se dan poderes tanto microscópicos como telescópicos, sin más límites que los de ese desarrollo. Quienes hayan leído los relatos donde se describe la exhibición de estos poderes por ciertos yoguis de Oriente, dispuestos a mostrarlos a los occidentales, no tendrán dificultad en creer que el verdadero experto los posee efectivamente. 

Tales poderes, no obstante, se hallan por lo común muy fuera de nuestro alcance, al menos para la inmensa mayoría, pero los ejercicios arriba descritos para aprender a controlar la conciencia son, no cabe duda, una útil preparación con miras a esas aventuras mentales más difíciles. Como en el caso del ejercicio con la caja de fósforos, apréndase a trasladar la conciencia de un punto a otro por una habitación o una casa. Si asistimos a una conferencia, por ejemplo, imaginémonos de pie junto al conferenciante y contemplemos al público desde su punto de vista. Otra variante consiste en cerrar los ojos cuando se viaje en un tren u otro vehículo, tratando de persuadirse de que uno viaja en sentido contrario. A quien arguya que estos ejercicios le parecen triviales y hasta tontos se le responderá lo siguiente: o los puede o no los puede hacer con éxito; en este último caso, no tiene motivo para despreciarlos; y si de hecho le resultan fáciles, que prescinda de ellos y pase adelante sin tardanza. Aparte de enseñarle a uno a concentrarse, su valor radica en que tienden a acabar con esa actitud estrecha y egocéntrica de la mente, que es producto de la ilusión de poseer una conciencia individual, ilusión nefasta para un auténtico desarrollo mental. 

Los que se concentran en un diagrama o dibujo imaginado se topan a menudo con la dificultad de mantener la imagen quieta, sin alteración. Y se sienten incómodos al no poderlo conseguir. Unas veces la imagen se contrae o se dilata, otras se esfuma y reaparece alternativamente..., sin que estos movimientos puedan controlarse. Hasta llegar a dominar este fenómeno, será más prudente sustituir el diagrama por palabras, atendiendo no a su significado sino a las letras que las componen, o por simples caracteres, glifos, símbolos, etc., aunque de todos modos la imagen nos gastará siempre alguna jugarreta, pareciendo en ocasiones tener vida propia. 

Una vez más debemos recordar que el objeto escogido carece de importancia. Lo esencial es que la imagen permanezca clara e inmóvil en la mente. deliberadamente al origen de cada pensamiento intruso. Al hacerlo así, uno obliga a sus ansias y emociones reprimidas a comparecer ante el tribunal de la razón, donde, a la luz de un trío análisis, pueden destruirse inmediata y definitivamente, si no ofrecen excesiva complejidad o están demasiado arraigadas. No es prudente, empero, ponerse a «pensar hacia atrás» con vistas a rememorar vidas anteriores. En primer lugar, ello se traduce por una pérdida de energía y tiempo preciosos. Además, al concentrarse en extravagancias pasadas o acciones ruines, uno tiende a reproducirlas en su conciencia actual, resucitando así lo que es mucho mejor dejar enterrado. Toda nuestra atención debe volcarse en el momento presente. En cierto sentido somos, como lo demuestra la ley del karma, el producto de nuestros propios actos pasados, y por eso nos acercaremos bastante más aprisa a la Meta caminando siempre hacia adelante que parándonos a mirar hacia atrás. 

  En el color 

Éste no es, en realidad, más que otro ejercicio de visualización, pero merece clasificarse con todas sus variantes, en una categoría propia. Al no tener forma el objeto visualizado, el ejercicio resulta mucho más arduo que los hasta aquí descritos. Llevarlo a cabo con éxito revela ya un grado considerable de desarrollo mental. Se trata de inundar el campo de visión de la mente con alguno de los colores elementales, para poco a poco, a través de los diversos matices y combinaciones, ir pasando hasta otro color elemental. Supongamos, por ejemplo, que uno quiere pasar del azul al amarillo. Comenzará por cerrar los ojos y visualizar el azul, no una cosa azul, sino el propio color azul. 
A continuación intente añadir a ese azul el amarillo, viendo como el primero se torna cada vez más verdoso. Esto debe hacerse no por partes aisladas, como si el azul fuera cubriéndose de manchas o lunares amarillos, sino imbuyendo simultáneamente y por igual todo el color. 

Prosígase así, dando al azul una tonalidad más y más verde hasta llegar al punto medio, donde la conciencia se ve como sumergida en un verde vivo. Durante todo el tiempo del ejercicio, recuérdese que, a la mínima aparición de una cosa o forma verde o de cualquier otro pensamiento que no sea el verde mismo, en abstracto, hay que empezarlo todo de nuevo. Se continuará después del mismo modo, naciendo ese verde cada vez más amarillento y pasando por todos los matices hasta transformar el color que primero fue azul y luego verde en amarillo total, sin tacha ni imperfección que recuerde en manera alguna el azul primitivo. Por último, si así se desea, puede invertirse el proceso pasando del amarillo al azul a través del verde. Al igual que con la vista, es posible utilizar procedimientos análogos con los demás sentidos para ejercitarse en la concentración. 

Demos, por ejemplo, una nota musical en el piano. Restablecido el silencio, retengámosla en la mente el mayor tiempo que podamos. Más adelante, la nota se imaginará desde el principio, sin ayuda del instrumento, y el ejercicio podrá repetirse con distintas variantes. Si uno entiende de música, represéntese un acorde algo más complejo, una vez haya logrado éxito con la nota sola, y trate de oír por separado las notas o elementos que lo componen. Puede también pasarlo al tono menor y luego proceder a la inversa, manteniendo siempre separadamente cada nota en su oído mental. Lo mismo puede hacerse con el sentido del tacto (por ejemplo, imaginando una temperatura determinada, elevándola gradualmente hasta un grado máximo de calor y regresando después, también poco a poco, al frío), el olfato y el gusto. El principio es idéntico en todos los casos: la atención ha de concentrarse en la sensación escogida, excluyendo todo otro estímulo sensorial, subjetivo u objetivo, y toda otra cosa o idea ajenas a dicha sensación. 

Resumen 

Para resumir esta primera parte de nuestro libro, proponemos al lector los siguientes puntos que debe tener bien en cuenta: 

1.- Hasta que la mente no haya sido plena y pacientemente entrenada en la concentración, es tanto inútil como peligroso ponerse a meditar. Inútil, porque sin la facultad de concentrar su pensamiento y enfocarlo del todo en un punto, como hemos visto, el estudiante no podrá nunca meditar con éxito. Peligroso, porque la aplicación, de energías indómitas y sin control a problemas espirituales es susceptible de provocar en el sujeto trastornos mentales, que a menudo se manifiestan también en el plano físico, degenerando en desórdenes corporales. 

2. La pureza de motivación es de extrema importancia, pues aun el más insignificante vestigio de egoísmo y vanidad equivale a una semilla pronta a desarrollarse con increíble rapidez, como una mala hierba, para sofocar la flor de una naciente espiritualidad. 

3. Cada hombre camina hacia la perfección por su propio pie. «Incluso los budas no hacen sino indicar la Senda.» No hay progreso alguno por intermediarios. Ni libros, ni cursillos, ni conferencias pueden jamás llegar a sustituir el esfuerzo personal. Recuérdese en todo instante la última prescripción del Buda: «Obra tu propia salvación con diligencia». 

4. Todo cuanto puede decirse o escribirse sobre el tema de la concentración se resume en tres palabras: «Comienza y persevera».

Christmas Humphreys

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