1. OBSERVACIONES PRELIMINARES
Definición de los términos
El uso de términos idénticos con significados muy diferentes ha dado
origen, sin necesidad, a no poca confusión. Por eso advertimos al lector que, a
lo largo de esta obra, nos atendremos a la clasificación que sigue.
El proceso de desarrollo mental se divide en dos partes principales:
concentración y meditación. Por la primera se entienden los ejercicios previos
para enfocar el pensamiento hacia un punto determinado. Esta etapa es
necesaria para poder tener éxito en la segunda. La meditación se subdivide en
tres grados o niveles. El primero lo constituyen una serie de ejercicios para
aprender a utilizar correctamente el instrumento así preparado, y le daremos el
nombre de Pequeña Meditación. Viene luego la Gran Meditación y, por
último, la Contemplación.
Veamos esto con más detalle.
1. Concentración
Antes de poder usar de un instrumento, éste debe crearse. Es cierto que
muchas personas aprenden a concentrarse en cosas mundanas, pero todo su
esfuerzo tiende al análisis, síntesis y comparación de hechos e ideas, mientras
que la concentración requerida como preludio indispensable a la meditación se
enfoca de manera constante hacia una cosa o idea escogida de antemano, con
exclusión de toda otra. Se comprende así la necesidad de intensos y aun
fatigosos ejercicios para desarrollar el poder que nos permita reducir el
pensamiento a un solo punto: el tema elegido, ya se trate de un lápiz, una
virtud o un diagrama trazado en la mente.
Ha de observarse que la concentración, en el sentido que acabamos de
describir, no posee de por sí ningún valor ético o espiritual, ni su práctica
exige un tiempo, lugar o postura especiales. Los ejercicios son análogos a los
que un bailarín profesional ha de repetir hasta poder ofrecer al público
cualquier danza, por sencilla que sea, o a las escalas con las que se entrena el
joven pianista, o a las primeras lecciones de esgrima para adquirir precisión en
las estocadas. Sólo cuando la voluntad llega a controlar perfectamente el
instrumento, sea éste un brazo o una pierna, las manos o el mecanismo del pensamiento, puede empezarse a desarrollar con eficacia el arte propiamente
tal.
2. Pequeña Meditación
Se incluyen aquí los ejercicios mentales que por primera vez orientan el
instrumento recién creado a algo útil. Por ejemplo a meditar sobre los
Cuerpos, sobre las doctrinas fundamentales del Buda, como el Karma, la
Reencarnación, la unicidad de la vida, los Tres Fuegos, los Tres Rasgos del
Ser..., y sobre uno mismo para analizarse y conocerse. Huelga decir que sólo
una mente en la cúspide de su desarrollo puede aspirar a la inteligencia
perfecta de estos temas, pero el meditarlos ayuda a compenetrarse poco a poco
con su verdadero significado. La Pequeña Meditación abarca también todo lo
relativo a la formación del carácter, a la práctica de los cuatro Brahmaviharas
y a los primeros pasos hacia la elevación deliberada de la conciencia que,
como veremos más adelante, se identifica prácticamente con el objeto de la
Gran Meditación.
El campo abierto en esta etapa es pues inmenso, y pasarán muchos años
antes de que el estudiante medio pueda franquear el umbral de la siguiente.
Entran igualmente aquí los comienzos del misticismo y ocultismo, del Yoga y
Zen, ya que sólo en las últimas etapas de la meditación se llegan a percibir
estos «caminos» como una única Vía y todos los fines como una única
Realidad.
3. Gran Meditación
No existe una clara línea divisoria entre la segunda y tercera etapas,
pero los que alcanzan este tercer nivel se percatan de que un cambio a la vez
sutil y tremendo ha tenido lugar en su interior. De aquí en adelante estarán en
el mundo sin ser del mundo; servirán al mundo, mas no serán ya nunca sus
esclavos. En la meditación verán trascendidos los objetos e incluso sus
nombres y definiciones. Habrán penetrado en un mundo cuya escala de
valores es la naturaleza esencial de las cosas y no su apariencia externa, un
mundo donde por vez primera el que medita se ve liberado de la tiranía de las
formas. El karma del pasado podrá todavía inclinar al estudiante a ciertos
fines e intereses sensuales, y por tanto sin valor, pero sus ojos han entrevisto
ya la Luz, y sólo hay que darle tiempo al tiempo.
En esta subdivisión entran las jhanas, esos niveles de conciencia tan
minuciosamente explicados en las Escrituras budistas, y los koan, más
difíciles, que utiliza con profusión el budismo Zen. Ésta es también la esfera de un misticismo más elevado, donde la intensa devoción corre parejas con la
intensa intelección en el campo de las puras abstracciones y su relación mutua.
Aquí se dan cita las matemáticas, la música, la metafísica y la mística pura,
porque sólo aquí se trascienden las limitaciones de la forma y se percibe con
toda nitidez la Esencia de la Mente.
4. Contemplación
Si pocos están lo bastante adelantados para pasar a la fase de la Gran
Meditación, aún menos numerosos son aquellos para quienes la
Contemplación representa algo más que un nebuloso ideal. Ese exquisito
sentido de unión con la Realidad, de absorción espiritual en la esencia misma
del modelo propuesto, se resiste a toda descripción útil y a todo tratamiento
propio de un manual como el presente — aun cuando le dediquemos más
adelante cierto espacio —, porque quienes han alcanzado ya este nivel no
requieren ningún tipo de literatura, y a los demás cualquier explicación, por
sabia y refinada que fuere, les resultará descolorida.
Peligros y salvaguardas
Hay quienes vacilan en dedicarse a la meditación a causa de sus
posibles peligros para la salud física y mental. Bien sabemos, por otro lado,
que nada importante puede lograrse sin correr ciertos riesgos. La estricta
observancia de las tres reglas que enunciamos a continuación y una pequeña
dosis de sentido común bastarán para evitar dichos peligros con sus
desagradables secuelas.
1. Buscar la sabiduría, no el poder
Hemos insistido ya en la necesidad de una motivación pura y en que
cualquier tentativa de adquirir poderes psíquicos más o menos extraordinarios
es sumamente peligrosa. Además, el desarrollo de-poderes supranormales no
lleva forzosamente aparejado un desarrollo espiritual. El «complejo de poder»,
tan fácil de detectar en nuestro prójimo cuando se afana por dominar e
impresionar a sus semejantes, permanece latente en cada uno de nosotros, y
mucho de lo que en nuestro espíritu se presenta disfrazado de altruismo o
deseos de ayudar a la humanidad acaba por revelarnos su verdadero rostro tras
un riguroso análisis efectuado durante la meditación. Entonces descubrimos
que no era sino ansia de engrandecernos a nosotros mismos. El orgullo
espiritual se considera, con razón, como la última de las cadenas que debemos romper. Así, mientras el prematuro desarrollo de ciertos poderes fatalmente
lleva al engreimiento y a la hinchazón del propio egoísmo, la búsqueda de la
sabiduría nos proporciona no un mero poder sobre otros seres, sino el poder de
controlar el Yo inferior siempre dispuesto a dominarnos.
Es en extremo imprudente, por parte del estudiante inexperto,
concentrarse en los centros psíquicos del cuerpo humano, aunque los motivos
que le animen sean puros, ya que la concentración en cualquier centro
estimula su funcionamiento, y como muchas personas funcionan
primariamente a través de los centros situados por debajo del diafragma, que
regulan la sexualidad y las emociones inferiores, el estímulo de los mismos es
a todas luces tan peligroso como desaconsejable. Bastantes más hombres y
mujeres de los que la mayoría de los estudiantes se imaginan han perdido la
razón por avivar antes de tiempo las fuerzas que dormitaban en tales centros.
Tampoco esta actitud, ese ir en pos de los «fenómenos», conduce a la
iluminación, como ya el Maestro M. se lo indicaba a A. P. Sinnett: «Al igual
que sucede con la bebida y el opio, esa sed aumenta al satisfacerse. Si no
puedes ser feliz sin fenómenos, nunca aprenderás nuestra filosofía. Te
comunico una profunda verdad diciendo que, si escoges la sabiduría, todo lo
demás te será dado por añadidura... a su tiempo».
2. Evitar las «proezas» y toda clase de excesos
Una vez más vuelve a ponerse de manifiesto la importancia Je la
motivación pura, porque toda inclinación al alarde, a jactarse de la persistencia
o los resultados de la propia meditación es síntoma de que la serpiente del Yo
comienza de nuevo a erguir la cabeza, en detrimento de un auténtico progreso.
Por ello el Buda, en su honda sabiduría, prohíbe terminantemente al bhikkhu
toda ostentación de esa índole, llegando hasta expulsar de la Orden al monje
que se hace reo de ella. Otro tanto ocurre con los excesos. Durante las
primeras etapas de la meditación, el neófito esta desarrollando una nueva serie
de músculos (mentales), y así como el atleta se entrena realizando esfuerzos
lentos y progresivos, de igual modo el atleta espiritual debe considerar todo
tipo de exceso no como un factor de adelantamiento, sino de demora. No nos
cansaremos de repetir que la piedra angular de una sabia conducta está en la
Vía Media, proclamada por el Gran Iluminado.
3. No adoptar jamás una actitud negativa
Es cierto que existe una forma de pasividad espiritual correspondiente a
determinada etapa del crecimiento, pero la experiencia demuestra que el principiante debe observar con atención la regla aquí enunciada. El ideal sigue
siendo la Vía Media entre una actitud mental agresivamente positiva, en la que
el estruendo de la maquinaria de nuestros propios pensamientos ahoga la Voz
que sólo se deja oír cuando la mente está en calma, y otra receptiva que
abandona toda nuestra personalidad a cualquier ente, humano o infrahumano,
que quiera apoderarse de ella. La obsesión, completa o parcial, permanente o
temporal, es mucho más común de lo que creen la mayoría de los neófitos;
pero quien acierte a cultivar un justo medio entre los dos extremos resistirá sin
dificultad a cualquier influjo que le venga del exterior.
El ideal, durante la meditación, es una actitud positiva de la mente de
cara a las influencias externas, sean pensamientos intrusos o entidades reales,
sin por ello dejar de mantenerse receptivo a los influjos superiores que
proceden del interior.
Ejercitándose un poco en esto, el estudiante acabará por
lograr esa feliz combinación de resistencia y receptividad, de positivo y
negativo, donde ningún influjo externo le hará ya mella y donde no obstante
los cauces de la inspiración seguirán abiertos de par en par dejando paso a la
luz interna.
Siendo éste el consejo unánime de todos cuantos escriben sobre
meditación, huelga insistir aquí en el notable retraso que supone para el propio
adelantamiento todo género de actividad mediúmnica. Como bien saben los
iniciados en ocultismo, el guía avezado y el médium son dos polos opuestos, y
quien en la escala del progreso mental desciende hasta el punto de renunciar
por completo al dominio de sí mismo, tardará después muchas vidas en
recuperar, trabajosamente, el terreno perdido.
Otras observaciones preliminares
Hay todavía otras reglas o máximas que deben tenerse en cuenta si la
meditación ha de ser un medio para introducirnos en la vía de la iluminación,
y no un mero pasatiempo intelectual.
1. No empezar si no se pretende continuar
Como acabamos de decir, la meditación no es un pasatiempo, sino algo
muy serio con lo que no se debe jugar. Leemos en el Dhammapada: «Lo que
tuviere que hacerse, hazlo con toda decisión. Un seguidor tibio del Buda
siembra mucho mal en su derredor».
El progreso es ascensión y por ello ha de ser continuo, para que el
escalador no pierda pie y vuelva a encontrarse en el punto de partida. Debe ser también gradual. «Así como el potente océano, oh bhikkhus, se ahonda e
inclina gradualmente, sin dejarse arrastrar por un repentino furor, así en esta
Disciplina el aprendizaje es gradual y no hay intuición súbita.» Si el progreso
se nos antoja lento, recordemos que deben superarse vidas enteras de malos
hábitos mentales. Si tratamos de aprender demasiado aprisa, la mente se
indigestará. Así se lo escribía el Maestro M. a A. P. Sinnett: «El saber es para
la mente lo que la comida para el cuerpo; alimenta y ayuda a crecer, pero
necesita ser digerido, y cuanto mejor se realiza la digestión, tanto mejor es la
salud, en ambos casos».
La paciencia es una virtud, y también una cualidad
necesaria en el que medita. Se dice que un artista chino considera su vida bien
empleada si en el transcurso de la misma logra crear una perfecta y genuina
obra maestra. De igual manera, quien contemple con ojos filosóficos la ilusión
del tiempo juzgará que ha empleado bien toda una vida si en ella ha recorrido
a fondo un pequeño trecho de la Senda. Y si tal no fuera el caso, si ni siquiera
en ese pequeño trecho ha logrado la perfección, no por ello debe desanimarse
el estudiante. Recuerde las palabras de La voz del silencio: «Sábete que
ningún esfuerzo en buena o mala dirección, ni el más nimio, puede sustraerse
al mundo de las causas. Ni siquiera el humo inútil se disipa sin dejar algún
rastro». Si el esfuerzo es continuo y sincero, los resultados son seguros, por
mucho que tarden en llegar.
2. Guardarse de todo envanecimiento
Suele decirse que más de un débil es capaz de soportar el fracaso, pero
se requiere un hombre fuerte para afrontar el éxito. Cuando los primeros frutos
de la meditación — bien merecidos — comiencen a manifestarse,
guardémonos del efecto separativo de toda autosuficiencia. «Quien se
envanece de sus propios éxitos, oh lanoo, se asemeja al necio que, arrogante,
ha ido a encaramarse en lo alto de una torre. Y allí sentado, henchido de
orgullo, se recrea en la contemplación de sí mismo, sin percatarse de que
nadie más advierte su presencia» (la voz del silencio). El mínimo progreso en
la vida interior no tarda en suscitar, si uno no está alerta, cierto sentimiento de
superioridad sobre los demás, cierta impresión de haberse como «distanciado»
de los (aparentemente) menos adelantados en la Vía. Conviene entonces tener
presente la advertencia que se lee en La luz de la Senda: «Por grande que sea
el abismo entre el hombre bueno y el pecador, mayor aún es el que se abre
entre el hombre bueno y el que ha alcanzado la sabiduría: e inconmensurable
el que separa al hombre bueno de aquel cuyas plantas han hollado ya el
umbral de lo divino. Por tanto, mira a no juzgarte demasiado pronto como algo aparte del común. Cuando hayas empezado a caminar por la Senda, la
estrella de tu alma resplandecerá, y su luz te hará ver cuan inmensas son las
tinieblas en que arde».
3. Evitar la búsqueda ansiosa de «gurús»
El mundo occidental está lleno de gentes cuya única preocupación
parece ser la de encontrar «maestros», «gurús» y otros personajes más o
menos misteriosos, para que les conduzcan rápidamente a la meta. Pero a la
perfección no se llega por atajos, y los auténticos Guías se negarán a ayudar a
un neófito hasta que éste haya hecho primero el mejor uso posible de los
materiales de que dispone y, en segundo lugar, se haya mostrado, por la
pureza de su vida y aspiraciones, digno de la ayuda que solicita. Cuando
llegue la hora, y no antes, surgirá el Maestro. Cuidado, pues, con un ansia
excesiva de esta clase de asistencia espiritual, porque es hija de la pereza y el
orgullo, y a su vez engendra la desilusión y la demora.
4. No hacer caso de las experiencias psíquicas ni de aparentes poderes
psíquicos
Tarde o temprano la meditación elevará la conciencia a un nivel que le
permita entrever en ocasiones, aunque todavía nebulosamente, la esfera del
«más allá» de lo físico. Se trata del mundo psíquico, poblado sólo de sombras
y espejismos de la Realidad, un mundo de ilusiones en el que debe andarse
con tiento quien camina en pos de la verdadera Luz. El principiante, cuya
visión se ha ceñido hasta entonces al plano físico, tiende con facilidad a
calificar de «espiritual» cualquier cosa de orden suprafísico, y ello explica que
las imágenes, voces y «mensajes» que se producen en las sesiones de
espiritismo se impongan sin mayor resistencia a un público harto dispuesto a
darles crédito. No se deje el neófito seducir por tales encantos ni por aquellas
personas que, de buena fe, se creen portadoras de esos «mensajes». Hay hoy
en Occidente toda una plétora de «Maestros» y «Mesías», muchos de los
cuales están genuinamente convencidos de las insensateces que se atribuyen a
sí mismos o que otros les atribuyen.
Un poco de sentido común bastaría para
hacer estallar esa frágil burbuja en la que viven, y un mínimo de humildad les
llevaría a preguntarse qué cualidades tenían para haber sido elegidos
Mensajeros. Sin duda se sentirían heridos al descubrir que lo que precisamente
les hace más sensibles a tales influencias psíquicas es una buena dosis de
vanidad disfrazada con una «pose» de, médium. El mundo psíquico abunda en
variadísimas «formas» mentales fraguadas por la imaginación humana, las cuales, no obstante, por intenso que aparezca su brillo a los ojos profanos de
quien las contempla en el cielo estrellado donde se producen todas las visiones
psíquicas, no son sino frutos seductores de la ilusión.
Las mismas consideraciones se aplican a los poderes psíquicos. A veces
el estudiante descubre de pronto que posee ciertos sentidos «suprafísicos», es
decir, que trasciende lo puramente físico. Esto sólo significa que uno ha
logrado ya penetrar en el «segundo plano» de su propio ser. Pase de largo el
neófito, sin detenerse; sepa que ésta es la esfera de la ilusión y que la Realidad
está todavía mucho más lejos. Perder un tiempo precioso en cultivar o
desarrollar poderes psíquicos es apartarse de la Senda que conduce a la
Iluminación. Esos poderes podrán ser útiles más adelante, pero de momento es
mejor prescindir de ellos.
5. Aprender a querer meditar
En otras palabras, aprender a orientar el propio deseo. El trabajo que se
hace a disgusto se hace mal; lo que se lleva a cabo con toda el alma y por
propia voluntad requiere menos esfuerzo y redunda en mejores resultados que
lo que se realiza por mera obligación, aunque sea impuesta por uno mismo.
Así. hasta que la práctica de la meditación no haya llegado a ser una gozosa
necesidad, como veremos en el párrafo siguiente, no se avergüence el
principiante de dedicar algún tiempo a conseguir esa actitud previa. La
condición ideal es lo que un ingeniero llamaría transmisión limpia desde la
fuente de energía hasta el punto de aplicación; en nuestro caso, se trata de
pasar de lo que hay de más elevado en nuestro interior al acto mismo. Toda
fricción interna no hace sino disipar energía y reducir el rendimiento en
términos de trabajo útil. Esto se aplica igualmente a las tentativas de persuadir
a otros — contra su voluntad — a que mediten, cuando aún no se ha
despertado en ellos el deseo de hacerlo. Vale la pena estudiar la relación que
existe entre voluntad y deseo. Según un antiguo adagio, «detrás de la voluntad
anida el deseo».
La voluntad es por sí misma una fuerza incolora e
impersonal, que actúa, en buen o mal sentido, a impulsos de un deseo. Si los
deseos están bien orientados, la voluntad se convierte en una poderosa fuerza
benéfica proporcional a su grado de desarrollo, es decir, a la aptitud del
individuo para aprovechar las ilimitadas reservas de fuerza que representa el
Universo. Para uno cuyos deseos sean puramente altruistas, esta capacidad de
«conectar el propio cable a la gran central del Universo», como dice R. W.
Trine, será verdaderamente inconmensurable, pues así como la máquina
perfectamente alineada en el conjunto permite un máximo rendimiento sin pérdida de energía, así también la perfecta alineación de la voluntad y el deseo
permite a la Voluntad Universal tender, sin desviación alguna, al fin escogido.
Poco a poco la moderna psicología va dándose cuenta de la importancia
de estas antiguas verdades.
Cuando los deseos de los diversos «vehículos» de
una persona entran en conflicto, se produce un «complejo», con mayor o
menor carga emocional según la fuerza de los deseos, pero «si tu mirada es
una sola, todo tu cuerpo quedará inundado de luz» y desaparecerá toda
fricción. Es cosa bien conocida que allí donde hay una voluntad hay un
camino — «querer es poder» — y que un hombre que obra en conformidad
con «los deseos de su corazón» puede hacer maravillas. Por eso es
recomendable consagrar un poco de tiempo al fomento interno de los deseos
ordenados al desarrollo de la mente, examinando los múltiples aspectos que
hacen deseable este desarrollo, de suerte que, una vez dentro de la Senda, el
estudiante se encamine derecho y sin obstáculos al objetivo propuesto.
No existe una técnica particular para concentrar los deseos de la manera
que acabamos de ver.
Pero es evidente que nadie que haya encontrado oro
sigue excavando para encontrar cobre; así, bastará ejercitarse en comparar
honradamente el valor de las prácticas orientadas a un fin espiritual con las
que persiguen fines mundanos para lograr poco a poco esa polarización de
«toda el alma», o sea de la voluntad, en el sentido indicado por nuestro «ser
superior». El deseo es la fuerza motriz de toda acción, y es bueno o malo
según sus fines sean espirituales o sensuales. Comparando atentamente los
frutos duraderos de la meditación con los efímeros goces que nos reporta la
satisfacción de los deseos inferiores se conseguirá sublimar gradualmente
estos últimos y encauzarlos por vías más elevadas, hasta que la fuerza que nos
impele hacia «abajo» quede definitiva y totalmente absorbida por los objetivos
espirituales.
Hay todavía otra razón para fomentar esta orientación preliminar de los
deseos: al practicar la meditación, el neófito descubrirá que el deseo recto
excluye de por sí todo pensamiento ajeno al fin perseguido. Un hombre
absorto en la audición de su sinfonía favorita no se distrae con pensamientos o
sucesos extraños a ella. Del mismo modo, a un hombre cuyo único deseo es
lograr lo que sólo la meditación puede darle no le aparta de ese deseo el
mísero atractivo de cualquier pensamiento intruso.
6. No descuidar otras obligaciones
Hemos dicho que la meditación es primero un esfuerzo, luego un hábito
y finalmente una gozosa necesidad. Llegado a esta tercera etapa, el estudiante, en la euforia de haber descubierto que lo que hace supera en valor e interés
todo fin o actividad mundanos, corre el peligro de descuidar sus obligaciones
ordinarias. Contra esto debe también precaverse. Recuerde lo que dice H. P.
Blavatsky en Practical Occultism (Ocultismo práctico): «El trabajo
inmediato, sea cual fuere, lleva aparejada la abstracta reivindicación del deber,
y su relativa importancia o trivialidad no entra en consideración». ¿Qué es el
mundo que nos rodea sino el gimnasio del alma?. En la correspondencia del
Maestro K. H. a A. P. Sinnett leemos: «¿Te parece poca cosa que el año
pasado lo hayas dedicado enteramente a tus “deberes familiares”?. Dime, ¿qué
causa hay más digna de recompensa y qué mejor disciplina que el
cumplimiento cotidiano e ininterrumpido del propio deber?».
Christmas Humphreys
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