viernes, 5 de julio de 2019

Concentración y Meditación - CONCENTRACIÓN




1. OBSERVACIONES PRELIMINARES

Definición de los términos El uso de términos idénticos con significados muy diferentes ha dado origen, sin necesidad, a no poca confusión. Por eso advertimos al lector que, a lo largo de esta obra, nos atendremos a la clasificación que sigue. El proceso de desarrollo mental se divide en dos partes principales: concentración y meditación. Por la primera se entienden los ejercicios previos para enfocar el pensamiento hacia un punto determinado. Esta etapa es necesaria para poder tener éxito en la segunda. La meditación se subdivide en tres grados o niveles. El primero lo constituyen una serie de ejercicios para aprender a utilizar correctamente el instrumento así preparado, y le daremos el nombre de Pequeña Meditación. Viene luego la Gran Meditación y, por último, la Contemplación. Veamos esto con más detalle.


1. Concentración 


Antes de poder usar de un instrumento, éste debe crearse. Es cierto que muchas personas aprenden a concentrarse en cosas mundanas, pero todo su esfuerzo tiende al análisis, síntesis y comparación de hechos e ideas, mientras que la concentración requerida como preludio indispensable a la meditación se enfoca de manera constante hacia una cosa o idea escogida de antemano, con exclusión de toda otra. Se comprende así la necesidad de intensos y aun fatigosos ejercicios para desarrollar el poder que nos permita reducir el pensamiento a un solo punto: el tema elegido, ya se trate de un lápiz, una virtud o un diagrama trazado en la mente. Ha de observarse que la concentración, en el sentido que acabamos de describir, no posee de por sí ningún valor ético o espiritual, ni su práctica exige un tiempo, lugar o postura especiales. Los ejercicios son análogos a los que un bailarín profesional ha de repetir hasta poder ofrecer al público cualquier danza, por sencilla que sea, o a las escalas con las que se entrena el joven pianista, o a las primeras lecciones de esgrima para adquirir precisión en las estocadas. Sólo cuando la voluntad llega a controlar perfectamente el instrumento, sea éste un brazo o una pierna, las manos o el mecanismo del pensamiento, puede empezarse a desarrollar con eficacia el arte propiamente tal. 

2. Pequeña Meditación 

Se incluyen aquí los ejercicios mentales que por primera vez orientan el instrumento recién creado a algo útil. Por ejemplo a meditar sobre los Cuerpos, sobre las doctrinas fundamentales del Buda, como el Karma, la Reencarnación, la unicidad de la vida, los Tres Fuegos, los Tres Rasgos del Ser..., y sobre uno mismo para analizarse y conocerse. Huelga decir que sólo una mente en la cúspide de su desarrollo puede aspirar a la inteligencia perfecta de estos temas, pero el meditarlos ayuda a compenetrarse poco a poco con su verdadero significado. La Pequeña Meditación abarca también todo lo relativo a la formación del carácter, a la práctica de los cuatro Brahmaviharas y a los primeros pasos hacia la elevación deliberada de la conciencia que, como veremos más adelante, se identifica prácticamente con el objeto de la Gran Meditación. El campo abierto en esta etapa es pues inmenso, y pasarán muchos años antes de que el estudiante medio pueda franquear el umbral de la siguiente. Entran igualmente aquí los comienzos del misticismo y ocultismo, del Yoga y Zen, ya que sólo en las últimas etapas de la meditación se llegan a percibir estos «caminos» como una única Vía y todos los fines como una única Realidad. 

3. Gran Meditación 

No existe una clara línea divisoria entre la segunda y tercera etapas, pero los que alcanzan este tercer nivel se percatan de que un cambio a la vez sutil y tremendo ha tenido lugar en su interior. De aquí en adelante estarán en el mundo sin ser del mundo; servirán al mundo, mas no serán ya nunca sus esclavos. En la meditación verán trascendidos los objetos e incluso sus nombres y definiciones. Habrán penetrado en un mundo cuya escala de valores es la naturaleza esencial de las cosas y no su apariencia externa, un mundo donde por vez primera el que medita se ve liberado de la tiranía de las formas. El karma del pasado podrá todavía inclinar al estudiante a ciertos fines e intereses sensuales, y por tanto sin valor, pero sus ojos han entrevisto ya la Luz, y sólo hay que darle tiempo al tiempo. 
En esta subdivisión entran las jhanas, esos niveles de conciencia tan minuciosamente explicados en las Escrituras budistas, y los koan, más difíciles, que utiliza con profusión el budismo Zen. Ésta es también la esfera de un misticismo más elevado, donde la intensa devoción corre parejas con la intensa intelección en el campo de las puras abstracciones y su relación mutua. Aquí se dan cita las matemáticas, la música, la metafísica y la mística pura, porque sólo aquí se trascienden las limitaciones de la forma y se percibe con toda nitidez la Esencia de la Mente. 

4. Contemplación 

Si pocos están lo bastante adelantados para pasar a la fase de la Gran Meditación, aún menos numerosos son aquellos para quienes la Contemplación representa algo más que un nebuloso ideal. Ese exquisito sentido de unión con la Realidad, de absorción espiritual en la esencia misma del modelo propuesto, se resiste a toda descripción útil y a todo tratamiento propio de un manual como el presente — aun cuando le dediquemos más adelante cierto espacio —, porque quienes han alcanzado ya este nivel no requieren ningún tipo de literatura, y a los demás cualquier explicación, por sabia y refinada que fuere, les resultará descolorida. 

Peligros y salvaguardas 

Hay quienes vacilan en dedicarse a la meditación a causa de sus posibles peligros para la salud física y mental. Bien sabemos, por otro lado, que nada importante puede lograrse sin correr ciertos riesgos. La estricta observancia de las tres reglas que enunciamos a continuación y una pequeña dosis de sentido común bastarán para evitar dichos peligros con sus desagradables secuelas. 

1. Buscar la sabiduría, no el poder 

Hemos insistido ya en la necesidad de una motivación pura y en que cualquier tentativa de adquirir poderes psíquicos más o menos extraordinarios es sumamente peligrosa. Además, el desarrollo de-poderes supranormales no lleva forzosamente aparejado un desarrollo espiritual. El «complejo de poder», tan fácil de detectar en nuestro prójimo cuando se afana por dominar e impresionar a sus semejantes, permanece latente en cada uno de nosotros, y mucho de lo que en nuestro espíritu se presenta disfrazado de altruismo o deseos de ayudar a la humanidad acaba por revelarnos su verdadero rostro tras un riguroso análisis efectuado durante la meditación. Entonces descubrimos que no era sino ansia de engrandecernos a nosotros mismos. El orgullo espiritual se considera, con razón, como la última de las cadenas que debemos romper. Así, mientras el prematuro desarrollo de ciertos poderes fatalmente lleva al engreimiento y a la hinchazón del propio egoísmo, la búsqueda de la sabiduría nos proporciona no un mero poder sobre otros seres, sino el poder de controlar el Yo inferior siempre dispuesto a dominarnos. 

Es en extremo imprudente, por parte del estudiante inexperto, concentrarse en los centros psíquicos del cuerpo humano, aunque los motivos que le animen sean puros, ya que la concentración en cualquier centro estimula su funcionamiento, y como muchas personas funcionan primariamente a través de los centros situados por debajo del diafragma, que regulan la sexualidad y las emociones inferiores, el estímulo de los mismos es a todas luces tan peligroso como desaconsejable. Bastantes más hombres y mujeres de los que la mayoría de los estudiantes se imaginan han perdido la razón por avivar antes de tiempo las fuerzas que dormitaban en tales centros. Tampoco esta actitud, ese ir en pos de los «fenómenos», conduce a la iluminación, como ya el Maestro M. se lo indicaba a A. P. Sinnett: «Al igual que sucede con la bebida y el opio, esa sed aumenta al satisfacerse. Si no puedes ser feliz sin fenómenos, nunca aprenderás nuestra filosofía. Te comunico una profunda verdad diciendo que, si escoges la sabiduría, todo lo demás te será dado por añadidura... a su tiempo». 

2. Evitar las «proezas» y toda clase de excesos 

Una vez más vuelve a ponerse de manifiesto la importancia Je la motivación pura, porque toda inclinación al alarde, a jactarse de la persistencia o los resultados de la propia meditación es síntoma de que la serpiente del Yo comienza de nuevo a erguir la cabeza, en detrimento de un auténtico progreso. Por ello el Buda, en su honda sabiduría, prohíbe terminantemente al bhikkhu toda ostentación de esa índole, llegando hasta expulsar de la Orden al monje que se hace reo de ella. Otro tanto ocurre con los excesos. Durante las primeras etapas de la meditación, el neófito esta desarrollando una nueva serie de músculos (mentales), y así como el atleta se entrena realizando esfuerzos lentos y progresivos, de igual modo el atleta espiritual debe considerar todo tipo de exceso no como un factor de adelantamiento, sino de demora. No nos cansaremos de repetir que la piedra angular de una sabia conducta está en la Vía Media, proclamada por el Gran Iluminado. 

3. No adoptar jamás una actitud negativa 

Es cierto que existe una forma de pasividad espiritual correspondiente a determinada etapa del crecimiento, pero la experiencia demuestra que el principiante debe observar con atención la regla aquí enunciada. El ideal sigue siendo la Vía Media entre una actitud mental agresivamente positiva, en la que el estruendo de la maquinaria de nuestros propios pensamientos ahoga la Voz que sólo se deja oír cuando la mente está en calma, y otra receptiva que abandona toda nuestra personalidad a cualquier ente, humano o infrahumano, que quiera apoderarse de ella. La obsesión, completa o parcial, permanente o temporal, es mucho más común de lo que creen la mayoría de los neófitos; pero quien acierte a cultivar un justo medio entre los dos extremos resistirá sin dificultad a cualquier influjo que le venga del exterior. El ideal, durante la meditación, es una actitud positiva de la mente de cara a las influencias externas, sean pensamientos intrusos o entidades reales, sin por ello dejar de mantenerse receptivo a los influjos superiores que proceden del interior. 

Ejercitándose un poco en esto, el estudiante acabará por lograr esa feliz combinación de resistencia y receptividad, de positivo y negativo, donde ningún influjo externo le hará ya mella y donde no obstante los cauces de la inspiración seguirán abiertos de par en par dejando paso a la luz interna. Siendo éste el consejo unánime de todos cuantos escriben sobre meditación, huelga insistir aquí en el notable retraso que supone para el propio adelantamiento todo género de actividad mediúmnica. Como bien saben los iniciados en ocultismo, el guía avezado y el médium son dos polos opuestos, y quien en la escala del progreso mental desciende hasta el punto de renunciar por completo al dominio de sí mismo, tardará después muchas vidas en recuperar, trabajosamente, el terreno perdido. 

Otras observaciones preliminares 

Hay todavía otras reglas o máximas que deben tenerse en cuenta si la meditación ha de ser un medio para introducirnos en la vía de la iluminación, y no un mero pasatiempo intelectual. 

1. No empezar si no se pretende continuar 

Como acabamos de decir, la meditación no es un pasatiempo, sino algo muy serio con lo que no se debe jugar. Leemos en el Dhammapada: «Lo que tuviere que hacerse, hazlo con toda decisión. Un seguidor tibio del Buda siembra mucho mal en su derredor». El progreso es ascensión y por ello ha de ser continuo, para que el escalador no pierda pie y vuelva a encontrarse en el punto de partida. Debe ser también gradual. «Así como el potente océano, oh bhikkhus, se ahonda e inclina gradualmente, sin dejarse arrastrar por un repentino furor, así en esta Disciplina el aprendizaje es gradual y no hay intuición súbita.» Si el progreso se nos antoja lento, recordemos que deben superarse vidas enteras de malos hábitos mentales. Si tratamos de aprender demasiado aprisa, la mente se indigestará. Así se lo escribía el Maestro M. a A. P. Sinnett: «El saber es para la mente lo que la comida para el cuerpo; alimenta y ayuda a crecer, pero necesita ser digerido, y cuanto mejor se realiza la digestión, tanto mejor es la salud, en ambos casos». 

La paciencia es una virtud, y también una cualidad necesaria en el que medita. Se dice que un artista chino considera su vida bien empleada si en el transcurso de la misma logra crear una perfecta y genuina obra maestra. De igual manera, quien contemple con ojos filosóficos la ilusión del tiempo juzgará que ha empleado bien toda una vida si en ella ha recorrido a fondo un pequeño trecho de la Senda. Y si tal no fuera el caso, si ni siquiera en ese pequeño trecho ha logrado la perfección, no por ello debe desanimarse el estudiante. Recuerde las palabras de La voz del silencio: «Sábete que ningún esfuerzo en buena o mala dirección, ni el más nimio, puede sustraerse al mundo de las causas. Ni siquiera el humo inútil se disipa sin dejar algún rastro». Si el esfuerzo es continuo y sincero, los resultados son seguros, por mucho que tarden en llegar. 

2. Guardarse de todo envanecimiento 

Suele decirse que más de un débil es capaz de soportar el fracaso, pero se requiere un hombre fuerte para afrontar el éxito. Cuando los primeros frutos de la meditación — bien merecidos — comiencen a manifestarse, guardémonos del efecto separativo de toda autosuficiencia. «Quien se envanece de sus propios éxitos, oh lanoo, se asemeja al necio que, arrogante, ha ido a encaramarse en lo alto de una torre. Y allí sentado, henchido de orgullo, se recrea en la contemplación de sí mismo, sin percatarse de que nadie más advierte su presencia» (la voz del silencio). El mínimo progreso en la vida interior no tarda en suscitar, si uno no está alerta, cierto sentimiento de superioridad sobre los demás, cierta impresión de haberse como «distanciado» de los (aparentemente) menos adelantados en la Vía. Conviene entonces tener presente la advertencia que se lee en La luz de la Senda: «Por grande que sea el abismo entre el hombre bueno y el pecador, mayor aún es el que se abre entre el hombre bueno y el que ha alcanzado la sabiduría: e inconmensurable el que separa al hombre bueno de aquel cuyas plantas han hollado ya el umbral de lo divino. Por tanto, mira a no juzgarte demasiado pronto como algo aparte del común. Cuando hayas empezado a caminar por la Senda, la estrella de tu alma resplandecerá, y su luz te hará ver cuan inmensas son las tinieblas en que arde». 

3. Evitar la búsqueda ansiosa de «gurús» 

El mundo occidental está lleno de gentes cuya única preocupación parece ser la de encontrar «maestros», «gurús» y otros personajes más o menos misteriosos, para que les conduzcan rápidamente a la meta. Pero a la perfección no se llega por atajos, y los auténticos Guías se negarán a ayudar a un neófito hasta que éste haya hecho primero el mejor uso posible de los materiales de que dispone y, en segundo lugar, se haya mostrado, por la pureza de su vida y aspiraciones, digno de la ayuda que solicita. Cuando llegue la hora, y no antes, surgirá el Maestro. Cuidado, pues, con un ansia excesiva de esta clase de asistencia espiritual, porque es hija de la pereza y el orgullo, y a su vez engendra la desilusión y la demora. 

4. No hacer caso de las experiencias psíquicas ni de aparentes poderes psíquicos 

Tarde o temprano la meditación elevará la conciencia a un nivel que le permita entrever en ocasiones, aunque todavía nebulosamente, la esfera del «más allá» de lo físico. Se trata del mundo psíquico, poblado sólo de sombras y espejismos de la Realidad, un mundo de ilusiones en el que debe andarse con tiento quien camina en pos de la verdadera Luz. El principiante, cuya visión se ha ceñido hasta entonces al plano físico, tiende con facilidad a calificar de «espiritual» cualquier cosa de orden suprafísico, y ello explica que las imágenes, voces y «mensajes» que se producen en las sesiones de espiritismo se impongan sin mayor resistencia a un público harto dispuesto a darles crédito. No se deje el neófito seducir por tales encantos ni por aquellas personas que, de buena fe, se creen portadoras de esos «mensajes». Hay hoy en Occidente toda una plétora de «Maestros» y «Mesías», muchos de los cuales están genuinamente convencidos de las insensateces que se atribuyen a sí mismos o que otros les atribuyen. 

Un poco de sentido común bastaría para hacer estallar esa frágil burbuja en la que viven, y un mínimo de humildad les llevaría a preguntarse qué cualidades tenían para haber sido elegidos Mensajeros. Sin duda se sentirían heridos al descubrir que lo que precisamente les hace más sensibles a tales influencias psíquicas es una buena dosis de vanidad disfrazada con una «pose» de, médium. El mundo psíquico abunda en variadísimas «formas» mentales fraguadas por la imaginación humana, las cuales, no obstante, por intenso que aparezca su brillo a los ojos profanos de quien las contempla en el cielo estrellado donde se producen todas las visiones psíquicas, no son sino frutos seductores de la ilusión. Las mismas consideraciones se aplican a los poderes psíquicos. A veces el estudiante descubre de pronto que posee ciertos sentidos «suprafísicos», es decir, que trasciende lo puramente físico. Esto sólo significa que uno ha logrado ya penetrar en el «segundo plano» de su propio ser. Pase de largo el neófito, sin detenerse; sepa que ésta es la esfera de la ilusión y que la Realidad está todavía mucho más lejos. Perder un tiempo precioso en cultivar o desarrollar poderes psíquicos es apartarse de la Senda que conduce a la Iluminación. Esos poderes podrán ser útiles más adelante, pero de momento es mejor prescindir de ellos. 

5. Aprender a querer meditar 

En otras palabras, aprender a orientar el propio deseo. El trabajo que se hace a disgusto se hace mal; lo que se lleva a cabo con toda el alma y por propia voluntad requiere menos esfuerzo y redunda en mejores resultados que lo que se realiza por mera obligación, aunque sea impuesta por uno mismo. Así. hasta que la práctica de la meditación no haya llegado a ser una gozosa necesidad, como veremos en el párrafo siguiente, no se avergüence el principiante de dedicar algún tiempo a conseguir esa actitud previa. La condición ideal es lo que un ingeniero llamaría transmisión limpia desde la fuente de energía hasta el punto de aplicación; en nuestro caso, se trata de pasar de lo que hay de más elevado en nuestro interior al acto mismo. Toda fricción interna no hace sino disipar energía y reducir el rendimiento en términos de trabajo útil. Esto se aplica igualmente a las tentativas de persuadir a otros — contra su voluntad — a que mediten, cuando aún no se ha despertado en ellos el deseo de hacerlo. Vale la pena estudiar la relación que existe entre voluntad y deseo. Según un antiguo adagio, «detrás de la voluntad anida el deseo». 

La voluntad es por sí misma una fuerza incolora e impersonal, que actúa, en buen o mal sentido, a impulsos de un deseo. Si los deseos están bien orientados, la voluntad se convierte en una poderosa fuerza benéfica proporcional a su grado de desarrollo, es decir, a la aptitud del individuo para aprovechar las ilimitadas reservas de fuerza que representa el Universo. Para uno cuyos deseos sean puramente altruistas, esta capacidad de «conectar el propio cable a la gran central del Universo», como dice R. W. Trine, será verdaderamente inconmensurable, pues así como la máquina perfectamente alineada en el conjunto permite un máximo rendimiento sin pérdida de energía, así también la perfecta alineación de la voluntad y el deseo permite a la Voluntad Universal tender, sin desviación alguna, al fin escogido. Poco a poco la moderna psicología va dándose cuenta de la importancia de estas antiguas verdades. 

Cuando los deseos de los diversos «vehículos» de una persona entran en conflicto, se produce un «complejo», con mayor o menor carga emocional según la fuerza de los deseos, pero «si tu mirada es una sola, todo tu cuerpo quedará inundado de luz» y desaparecerá toda fricción. Es cosa bien conocida que allí donde hay una voluntad hay un camino — «querer es poder» — y que un hombre que obra en conformidad con «los deseos de su corazón» puede hacer maravillas. Por eso es recomendable consagrar un poco de tiempo al fomento interno de los deseos ordenados al desarrollo de la mente, examinando los múltiples aspectos que hacen deseable este desarrollo, de suerte que, una vez dentro de la Senda, el estudiante se encamine derecho y sin obstáculos al objetivo propuesto. 
No existe una técnica particular para concentrar los deseos de la manera que acabamos de ver. 

Pero es evidente que nadie que haya encontrado oro sigue excavando para encontrar cobre; así, bastará ejercitarse en comparar honradamente el valor de las prácticas orientadas a un fin espiritual con las que persiguen fines mundanos para lograr poco a poco esa polarización de «toda el alma», o sea de la voluntad, en el sentido indicado por nuestro «ser superior». El deseo es la fuerza motriz de toda acción, y es bueno o malo según sus fines sean espirituales o sensuales. Comparando atentamente los frutos duraderos de la meditación con los efímeros goces que nos reporta la satisfacción de los deseos inferiores se conseguirá sublimar gradualmente estos últimos y encauzarlos por vías más elevadas, hasta que la fuerza que nos impele hacia «abajo» quede definitiva y totalmente absorbida por los objetivos espirituales. Hay todavía otra razón para fomentar esta orientación preliminar de los deseos: al practicar la meditación, el neófito descubrirá que el deseo recto excluye de por sí todo pensamiento ajeno al fin perseguido. Un hombre absorto en la audición de su sinfonía favorita no se distrae con pensamientos o sucesos extraños a ella. Del mismo modo, a un hombre cuyo único deseo es lograr lo que sólo la meditación puede darle no le aparta de ese deseo el mísero atractivo de cualquier pensamiento intruso. 

6. No descuidar otras obligaciones 

Hemos dicho que la meditación es primero un esfuerzo, luego un hábito y finalmente una gozosa necesidad. Llegado a esta tercera etapa, el estudiante, en la euforia de haber descubierto que lo que hace supera en valor e interés todo fin o actividad mundanos, corre el peligro de descuidar sus obligaciones ordinarias. Contra esto debe también precaverse. Recuerde lo que dice H. P. Blavatsky en Practical Occultism (Ocultismo práctico): «El trabajo inmediato, sea cual fuere, lleva aparejada la abstracta reivindicación del deber, y su relativa importancia o trivialidad no entra en consideración». ¿Qué es el mundo que nos rodea sino el gimnasio del alma?. En la correspondencia del Maestro K. H. a A. P. Sinnett leemos: «¿Te parece poca cosa que el año pasado lo hayas dedicado enteramente a tus “deberes familiares”?. Dime, ¿qué causa hay más digna de recompensa y qué mejor disciplina que el cumplimiento cotidiano e ininterrumpido del propio deber?».

Christmas Humphreys

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