martes, 23 de agosto de 2016
Equilibrio
Cuando el discípulo empieza a observar que sin necesidad del lenguaje tiene el poder de influir sobre los hombres con quienes trabaja, le acomete, por vez primera, la ambición espiritual, que es el más temible e implacable enemigo. El hombre vulgar, cuyos pies no han hollado todavía el sendero, está muy lejos de sospechar la violencia de esta tentación que, por lo fuerte, envenena el alma, y por lo insidiosa, alucina la mente. Perplejo ante las facultades de su ser, queda el discípulo ofuscado y sorprendido.
Deseó poder para el bien y lo tiene; anheló ser como los dioses, y suya es una de las cualidades divinas. Le parece que ya puede obrar acertadamente como Dios y ordenar los destinos de los hombres; pero olvida que el sobrevenido poder es tan solo una de las cualidades de los dioses; que en su largo desenvolvimiento a través del dolor y la pena, así como del gozo y esplendor, ha llegado a ceñir una diadema de fuerzas y dones que recíprocamente se equilibran y entreveran.
Mabel Collins
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