jueves, 22 de septiembre de 2016

Amor, Miedos, Riesgos?


La ca­paci­dad de cre­cer más al­lá de lo que hoy so­mos se lo­gra re­belán­donos con­tra la dulce mono­tonía sin ame­nazas in­sta­la­da en nues­tras vi­das y ar­ries­gán­donos en lucha sin cuar­tel por lo que quer­emos. ¿Quién osa que­jarse de lo que no tiene, si nun­ca es­tu­vo dis­puesto a ex­pon­erse en for­ma al­gu­na para al­can­zar­lo?

¿Ries­gos? ¿Para qué? Cualquiera ca­paz de asumir un ries­go será toma­do hoy en día por ilu­so, in­ca­paz de asumir aún la mecáni­ca re­al de la vi­da.

Lo ra­zon­able es la se­guri­dad y la es­ta­bil­idad ab­so­lu­tas. No colo­carse en dis­posi­ción de perder jamás el pie, y con el­lo el equi­lib­rio.

Hoy lo que se es­ti­la es la gente que en­tiende que…
Hac­er al­go por al­guien es ar­ries­garse a in­volu­crarse.
Ex­pre­sar sen­timien­tos es ar­ries­garse a mostrar nue­stro ver­dadero yo.
Ex­pon­er nues­tras ideas y nue­stros sueños es ar­ries­garse a perder­los.
Reír, ar­ries­garse a pare­cer ton­to.
Llo­rar, ar­ries­garse a pasar por sen­ti­men­tal.
Amar, ar­ries­garse a no ser cor­re­spon­di­do.
Es­per­ar, ar­ries­garse a de­ses­per­ar.
Atre­verse y lan­zarse, ar­ries­garse a fal­lar.
En defini­ti­va, vivir es ar­ries­garse a morir.
(Anón­imo).

To­do el mun­do sabe es­tar bi­en. No hay di­fi­cul­tad en el go­zo y el plac­er. El ver­dadero val­or es la ca­paci­dad de son­reír a través del do­lor.Cuan­do tus bo­tas se llenen de llu­via y la de­cep­ción te llegue a las rodil­las, ten val­or y agradéce­lo. Te es­tás ha­cien­do más fuerte y mejor.Sé fuerte y va­liente. Los prob­le­mas temen a quien los afronta. Créeme: es mejor en­con­trar el val­or para luchar que la fuerza para cor­rer.El miedo es ilu­so­rio, no puede vivir. El val­or es eter­no, no puede morir.Val­or es poder de­jar ir lo cono­ci­do y aden­trarte en lo que de­scono­ces. Es difí­cil, in­có­mo­do y ar­ries­ga­do, pero el pre­mio es re­nac­er.Cora­je es na­da menos que el poder de vencer el peli­gro, la des­gra­cia, el miedo y la in­jus­ti­cia, sin de­jar de afir­mar la belleza de la vi­da.Ga­narás fuerza, cora­je y con­fi­an­za en ca­da ex­pe­ri­en­cia en la que seas ca­paz de mi­rar al miedo de cara. No re­húyas el hor­ror, oponte a él.A caer y lev­an­tarte, fra­casar y volver a em­pezar, hal­lar el do­lor y ten­er cora­je de afrontar­lo, no lo llames ad­ver­si­dad, llá­ma­lo sabiduría.No es miedo a las al­turas, es miedo a la caí­da. No es miedo a ju­gar, es miedo a perder. No es miedo a de­cir TE AMO, es miedo a la re­spues­ta.No ten­gas miedo de tus miedos. No es­tán ahí para asus­tarte. Es­tán ahí para hac­erte saber que al­go vale la pe­na. ¡Ve a por el­lo!

"Un bar­co se en­cuen­tra se­guro en su amar­ra del puer­to. 
Pero no ha si­do con­stru­ido para eso, sino para hac­erse a la mar"

No re­nun­cies al amor so­lo porque no haya fun­ciona­do antes y re­cuer­da que nun­ca es­tás heri­do por el amor que das, sino por el que es­peras.La vi­da es os­curi­dad sin pasión. Y la pasión, cie­ga sin conocimien­to. Y el saber, vano sin tra­ba­jo. Y to­do, in­servi­ble si no hay amor.Nace­mos con amor; el miedo lo apren­de­mos aquí.La in­difer­en­cia es una for­ma de pereza, y la pereza, uno de los sín­tomas del de­samor. ¡Nadie es haragán con lo que ama!Re­sul­ta de­sco­ra­zon­ador pen­sar que to­do ob­je­to de plás­ti­co du­ra mu­cho más que cualquier amor eter­no.El amor no siem­pre es lo que parece: hay per­sonas que fin­gen amarse to­da la vi­da y otras que en to­da la vi­da ad­mi­tirán que se aman.El amor que más tiem­po per­manece en el corazón es el que no se de­vuelve. Si te aman y amas, ama. No si­len­cies jamás el amor que sientes.Los efec­tos bené­fi­cos del amor: amar te da cora­je; que te amen, fuerza. Y por el­lo, si amas y te aman, te creerás ca­paz de to­do… y lo serás.No cono­cerás la fe­li­ci­dad has­ta haber ama­do de ver­dad y no en­ten­derás lo que es real­mente do­lor has­ta que no hayas per­di­do ese amor.El pro­ce­so de re­cu­peración puede pare­cer in­ter­minable, pero con el tiem­po el amor te reen­con­trará. So­lo ocú­pate de su­tu­rar bi­en la heri­da.

Ignacio Novo

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