Mi vida siguió con bastante normalidad -dentro de lo que cabe a
un "bicho raro", como era y sigo siendo considerado aún en el seno
familiar- entre experimentos con pirámides, aprendizajes de artes,
escribiendo cientos de poemas, danzas folklóricas, cantando en locales
nocturnos mediante una autorización judicial (era menor de edad) y
practicando mi "deporte favorito": Era Bombero Voluntario en el Cuerpo
de Bomberos de mi ciudad. No volví a tener esos recuerdos hasta tres años después, durante los cuales hice contacto con grupos espiritistas,
estudiaba con más profundidad las religiones y hasta pude efectuar unas
cuantas prácticas con la Ouija, la cual es realmente muy peligrosa y nada
útil para la gente que quiera aprender y evolucionar.
A los catorce años recibí tras unos experimentos con
espectroscopios y algunos estudios psicológicos- una beca para estudiar
en el Panamerican Parapsichology Institute, con sede en Canadá. No me
tomé muy en serio esa enseñanza a distancia, pero la preparación
obtenida, correspondiente al material que recibía cada mes, era de
primerísimo nivel y me dio una formación en todas las escuelas de
psicología clásica (Freud, Jung, Adler, etc.), con el agregado de
conocimientos esotéricos muy útiles en la práctica, que no me daban ni
las Ordenes Esotéricas por ser menor de edad, ni los libros ordinarios.
Por lo tanto, tenía un arsenal de elementos muy buenos para investigar y
discernir los fenómenos espiritistas, desde la macabra Ouija, que facilita
un contacto con diversidad de elementos Astrales, pero "a ciegas", hasta
las prácticas menos peligrosas y mejor controladas de la Escuela
Científica Basilio.
En esta escuela espiritista se producen básicamente tres formas
de trabajo.
La primera es la "Liberación", que se efectúa casi todos los
días hábiles en un horario bastante flexible. Los adeptos tienen varias
horas en las que pueden permanecer sentados en el salón (casi siempre
regenteado por un Director o un Auxiliar) efectuando un movimiento de
manos, mediante el cual se moviliza la propia energía psíquica. Al pensar
en una persona, situación, el propio hogar, etc., se atrae hacia sí toda la
negatividad, toda la energía distorsionada, etc., que tenga ese sitio o
persona en que se piensa. Esa "fuerza negativa" es generalmente
efluvia, pero otras veces se atraen entidades astrales de mayor efecto y
peligro. Esa “carga” es depositada al pie de una cruz (que a diferencia de
la Iglesia no tiene el Cristo crucificado, pero sí la corona de espinas, o
sea la misma cosa, en el fondo). Se supone que allí esa energía se
transmuta y/o se disuelve.
El fenómeno es real en gran medida,
dependiendo de la capacidad de concentración y psiquismo de las
personas, pero la mayoría no consiguen mucha "liberación" de este
modo, toda vez que no se atacan in situ las causas de cualquier
negatividad y ésta es la propia psicología llena de parásitos y la de la
gente que se trata de liberar. Arrancar sus parásitos emocionales no es
posible ni con liberación "fluídica" ni nada por el estilo. Algunos magos
muy avanzados consiguen materializar esos parásitos y arrancarlos
mediante operaciones psiónicas, pero de los que hay en el mundo (unos
trescientos) sólo algo más de una veintena son auténticos. Los demás, vergonzosos y lamentables fraudes. Pero aún los auténticos sólo
consiguen sacar el parásito temporalmente, en forma de quistes,
gusanos, etc., pero el paciente, al no haber ensayado en si mismo la
Catarsis, vuelva a generar lo mismo en poco tiempo.
Diferente es cuando hay "apoyos Astrales", he ahí la segunda
modalidad de trabajo espiritista.
En el "culto" propiamente dicho, se ataca
con mayor energía a los elementos Astrales que andan rondando a las
personas y lugares, pero este trabajo también es bastante confuso,
porque se presentan cascarones Astrales que los adeptos confunden con
los "espíritus". Y el Espíritu es un Principio Universal, no una entidad, o si
se quiere, el Verdadero Ser, que por lo general ha abandonado ya ese
cuerpo Astral llamado "cascarón".
Esos cascarones ni siquiera son las Almas, sino meros cuerpos
Astrales vacíos, que funcionan por inercia, como autómatas
programados durante una vida y destinados a disolverse una vez que el
Alma lo abandona, en mayor o menor tiempo. Hay ocasiones en que un
Ser real aparece con su Alma y su Astral, repleto de las emociones
(parásitos psíquicos) que acumuló en su vida. Otras veces son
accidentados y muertos en general que no han logrado comprender su
situación. Allí "se les hace pasar al Bien", lo cual no es más que acelerar
la Segunda Muerte para entrar al Devachán, disolviendo el Astral.
El
Devachán es una capa de la magnetosfera terrestre, donde las Almas
desencarnadas pasan cualquier tiempo -desde minutos hasta eonesantes
de volver a encarnar, atraídas por las relaciones psíquicas con sus
nuevos progenitores, que muchas veces son familiares de muchas vidas.
Pero esa espera, además de innecesaria es peligrosa para el Alma, que
se encuentra a veces a merced de incidentes cósmicos y variaciones
magnéticas de la Tierra. Es demasiado largo ese tema del Devachán y
poco importante por ahora, así que volvamos más hacia el Astral: La
capa magnética donde normalmente se encuentran los cascarones
Astrales se llama Kamaloka, pero éste ya casi no existe como estrato
diferenciado, debido a las explosiones nucleares y otros desmanes
hechos en la Naturaleza por nuestra civilización.
Toda esta "promiscuidad" de relaciones karmáticas entre las
personas que encarnamos a veces como padres de los que fueron
nuestros hijos y viceversa, o nuestros hermanos cuando antes fuimos
enemigos, esposos, etc., tiene factores negativos y positivos, ya que
existen karmas de relación en ambos sentidos -positivos y negativos-
(buenos y malos, para ser más claro, aunque la Polaridad es usada aquí
un poco arbitrariamente).
Como yo tenía mis propios conocimientos y experiencias, más allá
de lo que la E.C.B. enseña, lo que hacía disolver rápidamente los
cascarones vacíos y orientar del mejor modo que podía a los Seres
desencarnados cuya Alma podía ver y asegurarme que no era ni un
cascarón ni un "Burlesco" de los que también hay muchos. Les decía a
esos Seres que se apresuraran a buscar un matrimonio afín, que
estuviese buscando engendrar, acorde a sus mismas cualidades, raza,
cultura, etc., con la mayor consciencia posible. Como los médiums solían
meter sus propias ideas y prejuicios, muchas veces les hacía "rechazar"
(liberarse del Astral), entonces les daba una rápida información de
cuanto sabía, ya que en Astral la comunicación telepática es plena,
completa, instantánea. En la medida que fui adquiriendo más
conocimientos, mejor hacía este servicio, que he continuado a menor
ritmo pero eventualmente hago lo que deberían hacer los sacerdotes,
ignorantes ya de toda la Doctrina Esotérica Kristiana ortodoxa. Esto es:
Dar a los difuntos indicaciones y ayuda para que vuelvan a encarnar en
las mejores condiciones posibles.
La tercera modalidad de trabajo espiritista es la "materialización
de Familiares y Amigos", que se hace una vez al mes, pero muchas
veces no son ni familiares ni amigos de los presentes, los que reciben los
médiums, sino entidades Astrales impostoras.
Llamamos "entidad Astral"
-a diferencia de "cascarón", cuando se trata de un Ser, con su Alma, pero
sometido a los parásitos emocionales de un cuerpo Astral que no
abandona ni reencarna y el que -siendo una personalidad determinadapuede
fácilmente adquirir una apariencia como la que alguno de los
presentes tiene en memoria. Más aún cuando la persona espera
ansiosamente tomar contacto con alguien fallecido. De esta manera la
entidad Astral se nutre durante un buen rato -y para mucho tiempo- de la
energía vital del médium y de la energía psíquica del "pariente" presente
en el salón.
Sin embargo, no es esta la generalidad de los casos. En una
misma sesión de este tipo ocurre de todo un poco. Muchos de los
"visitantes" desencarnados son ciertamente parientes de los presentes,
pero tampoco consiguen estas entidades Astrales más beneficio que una
carga vital para permanecer algún tiempo más en el limbo Astral, sin
recibir la información adecuada para continuar su proceso post-mortem
reencarnando en mejores circunstancias.
También sucede muchas veces
que la entidad Astral recibe una impresión mental del pariente como del
médium, en que "debe irse a la Luz" lo cual produce un impacto psíquico
que hace retraer la consciencia hacia el Alma, encerrándose en ella y
abandonando el cuerpo Astral. El resultado es que inmediatamente sale despedido hacia el Devachán. Libre de su Astral, si, pero
desaprovechando una ocasión para vitalizarse y encarnar nuevamente
sin pérdida de toda su memoria emocional.
No todas las personas que reencarnan sin pasar al Devachán lo
hacen con el mismo Astral. Por el contrario, la gran mayoría usa -
conscientemente o no- el cuerpo Astral para encontrar a sus progenitores
(no siempre los más convenientes sino los más afines), pero al momento
de internarse la consciencia en el feto, el Astral se rompe como una
cáscara, quedando como una ropa vieja que se deshará más o menos
rápido, mientras que el Astral en formación (el del feto) es asumido como
propio.
El modo de evitar esta pérdida del Astral anterior es un poco
complicado de explicar, porque suele precisar de la ayuda de otra
entidad Astral o de una formación específica; es decir, fortaleciendo el
Astral en esta vida, nutriéndolo con la energía Kundalini y purificándolo
mediante la Catarsis y la práctica de la Yoga. Si el Astral utilizado
durante la encarnación anterior está limpio de parásitos y con alguna
vitalidad, el Ser no retrae la Consciencia. Al no "dormirse" en su nuevo
cuerpo, el cuerpo Astral en formación es absorbido por el anterior, más
fuerte y completo, produciéndose una "Segunda Vida Astral", como se
llama a este caso, que es el mío.
Aún así, tengo algunas diferencias con lo habitual, porque -aquí el
problema de fechas que he insinuado antes- he muerto como Mark
Addlerrick (las iniciales que recordaba de pequeño eran las de un anillo
de plata) el dos de enero de 1959, naciendo como Ramiro el 13 del
mismo mes y año. Sólo once días entre la muerte y el nacimiento,
cuando el Ser suele hacerse cargo de su nuevo cuerpo durante el cuarto
mes de embarazo.
El asunto me fue resuelto mediante la ayuda de un
guía Astral (que se llama Gabriel, del que hablo luego). Este camarada
me hizo una especie de armonización en algún momento, mientras
dormía y luego de haberme pedido autorización, para facilitarme recordar
por mi mismo aquellos días entre la muerte y la reencarnación. Supe por
él que el trabajo estaba hecho y debía mantener una simple disciplina
mental, a fin de que la mente pudiera acceder a los momentos anteriores
al nacimiento. Algo similar a los ejercicios gestálticos.
Varios días después, mientras me hallaba haciendo unas tareas
ordinarias en casa, comencé a sentir las mismas sensaciones que
recordaba de las primeras horas posteriores al nacimiento, cuando me
hallaba en brazos de mi padre (También fue gracioso a mis diez años,
pasar frente a la casa donde nací, en un pueblo porque no había vuelto
nunca y decirle a mis tíos "¡Allí nací yo...! ¡Qué grande está el árbol...!, mi
papá me tenía en brazos” y mis tíos, que estuvieron presentes, muy sorprendidos por mi memoria).
El caso es que aquel recuerdo que
siempre mantuve se hizo más intenso y ya recordaba el momento en que
me estaban bañando y que hacía mucho calor. Después sentí el encierro
en el vientre materno, que no me parecía muy cómodo y el recuerdo se
fue al momento de verme como Mark Addlerrick en la cama, el físico allí
y yo en Astral. Hubo una pérdida temporal de la consciencia y me
encontré frente a cuatro Entidades a quienes conocía perfectamente,
pero no veía sus cuerpos (ni Astral ni imagen de ninguna clase).
Me preguntaron si realmente deseaba volver a encarnar "aquí
afuera", en vez que en el Interior de la Tierra, y sabiendo que me
sometía a un terrible compromiso, acepté, refirmando un antiguo
juramento de luchar mientras me fuera posible para que la Humanidad
salga de la ignorancia, la esclavitud y la mortalidad.
Se me explicó
rápidamente que otro Ser había preparado un cuerpo que nacería en
pocos días, pero que por su carga vital y Vraja Rojo (*) acumulado,
superior a mi condición, podía permanecer mucho tiempo en el Plano
Astral y buscar un nuevo embarazo. Al aceptar yo mi encarnación sobre
la superficie externa de la Tierra, estos Seres (seguramente en Astral,
aunque por alguna razón que desconozco no los veía) ayudaron al
proceso mediante el cual fue sacado del cuerpo el que lo guió en su
formación, para en el mismo momento ser yo "trasplantado". Mi cuerpo
Astral no tenía un pequeño Astral en formación que absorber, puesto que
ya había sido absorbido por el Camarada que me cedió el puesto, de
modo que había, además de una auténtica Cirugía Astral, un falta de
vitalidad que debió suplir mi propio Astral.
A consecuencia de todo ello, no dormí ni un segundo durante los
40 días posteriores al nacimiento. Esto fue verificado por todos los
médicos disponibles en Santa Rosa de La Pampa y luego en Mendoza,
adonde me llevaron con la seguridad de que moriría a poco de llegar,
porque prácticamente no mamaba, vomitaba todo y sólo me pasaba el
agua.
Los diagnósticos fueron desde tuberculosis hasta malformaciones
cerebrales, pero mi padre se opuso a que me hicieran radiografías,
sabiendo que podían dañarme más aún. Seguí sin dormir durante un par
de meses más, lo que produjo a mi padres infinito sufrimiento y angustia,
cosas que siempre he recordado a trozos, pero con bastante claridad.
Finalmente, un vidente de la E.C.B. (donde me llevaron años después)
les dijo que no se preocuparan, porque en una fecha determinada
empezaría a dormir. En esa fecha exacta dejé de llorar y dormí unos
minutos. Mi madre creyó que había muerto, pero todo empezó a
funcionar nuevamente, a beber leche especial y dormir regularmente,
cada vez más. Allí se me acaban muchos recuerdos, la mente se empieza a ajustar a las nuevas condiciones y el Astral también.
No
obstante, la serie de experiencias que tuvieron lugar después se
produjeron en gran medida, gracias al contacto que se produce por la
alineación energética de un Astral aseado, un cuerpo sano y la memoria
del Alma.
(*) [Sobre mi guía Gabriel y el Vraja Rojo: Esta Entidad Astral lleva
muchas décadas sin encarnar, habiendo hecho sus últimas cinco vidas
con el mismo cuerpo emocional. Cuando el cuerpo Astral no muere y se
mantiene limpio, la propia naturaleza del conjunto corporal hace que el
fluido "Kundalini" (el que se pierde en la eyaculación seminal o se
recupera para retroalimentarse mediante el Tantra Yoga), suba al plano
Astral y este cuerpo lo transforma en una materia llamada Vraja
genéricamente y Vraja Rojo cuando es limpia.
El Vraja Rojo va dando
cualidades de invulnerabilidad al cuerpo Astral, al grado de que no puede
ser quemado ni cortado o dañado por ningún método físico ni metafísico.
Para perder la cualidad del Vraja es preciso desvitalizarse durante
mucho tiempo en el Astral, o encarnar y perderlo por eyaculaciones
orgásmicas. Todo esto vale tanto para el varón como para la mujer,
porque la hembra también tiene eyaculación energética en el orgasmo
fornicario (es decir, el orgasmo "hacia abajo", diferente del Orgasmo
Tántrico, mucho más placentero en el sexo pero sin pérdida energética)].
MÁS RECUERDOS
Me encontraba en una sesión espiritista de las habituales en la
E.C.B. y se presentó un cascarón Astral que llevaría, por su apariencia,
unos dos mil años en ese limbo en que no terminan de disolverse, ya por
cuestiones del campo magnético terrestre (que conserva algunas formas
Astrales durante mucho tiempo mientras no salgan de allí), o por alguna
otra razón. Sospeché que aquel no era un cascarón, sino una proyección
mental de alguno de los presentes en el salón, porque había una
diferencia de movimientos y borrosidades, como cuando una película es
mal proyectada y tiene algunos cortes y reempalmes.
Me levanté y acercándome al director de la sesión (que se llama
"culto" en la E.C.B.), le dije al oído lo que me parecía que estaba
ocurriendo. Pidió a tres personas más, que por tener videncia Astral se
hallaban en la primera fila como auxiliares, que estuviesen atentos a los
cambios que pudieran ocurrir con el médium y el "espíritu" allí
materializado. Con excelente tino, el director llevó aparte a un Auxiliar y
yo a otro, para que nos dijesen lo que veían. Después se hizo con el
tercero, así que nos aseguramos que los tres Auxiliares veían
exactamente lo mismo, sin que nadie hubiese hablado nada hasta el momento.
Se trataba de un soldado romano de unos cincuenta años, alto
y fuerte, vestido con su indumentaria militar y con una pierna entablillada.
Como la coincidencia sobre la difusión, borrosidad esporádica y
deferencia de movimientos de la imagen era idéntica para los cinco (el
director también tenía excelente vista Astral), cada uno volvió a su
puesto pero yo me encargué de distraer momentáneamente la atención -
uno por uno- de un grupo de personas ubicadas en la tercera fila de
bancos. Sentía que desde allí surgía aquella proyección y efectivamente,
al tocar el hombro de una mujer más sospechosa, los tres Auxiliares
levantaron la mano como habíamos acordado previamente, en el mismo
momento que distraje a la mujer, porque la imagen desapareció
completamente.
La médium que supuestamente había recibido a aquel
"espíritu" abrió los ojos y se encontraba confundida.
La mujer que efectuaba la proyección me miró como deseando
matarme, se levantó y se fue para no volver nunca más a la E.C.B. (Al
menos a esa filial). O sea que lo estaba haciendo conscientemente.
Creaba -con fines que hasta ahora desconozco- una imagen para simular
la aparición de un Astral.
Quizá era una parapsicóloga en plan de
investigación, pero aún siendo afiliada a la institución, estaba
contribuyendo a su deterioro, aunque en este caso resultó en un
aprendizaje para nosotros. Lamentablemente, muchas personas hacen lo
mismo inconscientemente y si el director no tiene suficiente manejo del
plano Astral todo resulta una farsa que alguien experimentado puede
manejar a su antojo.
El caso es que aquel soldado proyectado por la mujer, quedó en
mi memoria y antes de dormirme (en la cama del cuartel de Bomberos)
me puse a repasar aquel fenómeno. Entré en estado alfa -entre el sueño
y la vigilia- y comencé a recordar cosas que nunca había estudiado de
Roma, ni había visto nada que se pareciera a aquella escena. Me
encontraba al mando de un barco que llevaba unos cincuenta hombres.
Lanzábamos, junto a otras cuatro naves, una lluvia de flechas sobre el
enemigo que se hallaba sobre unas murallas, encima de un acantilado.
Las piedras, flechas y lanzas con que estos nos respondían, hacían
mucho daño y debimos alejarnos momentáneamente. Una de las naves
fue alcanzada por flechas incendiarias y comenzaba a arder. La
apagamos y mi desesperación era que debía seguir atacando a pesar del
poco resultado y de mis hombres que caían a veces, cuando los escudos
no soportaban pedradas enormes desde unos cuarenta o más metros de
altura.
Una señal con bandera amarilla y roja desde el extremo de la
muralla, me indicó que debíamos dirigirnos ya a tierra y sumarnos a la columna que había logrado penetrar en la ciudad amurallada. Anclamos
a cierta distancia, cerca de una playa y desembarcamos. Allí todo fue
correr para sumarnos a una caballería que entraba batiendo a los
resistentes y la lucha fue encarnizada. Una lanza me hirió en el costado
pero seguí luchando hasta que me quedé sin fuerzas y me caí. Mi jefe
bajó de su caballo y me abrazó sin moverme, me recostó sobre su pecho
y me dijo que habíamos vencido, así que no podía irme.
Llegué a
escuchar sus palabras que no comprendía en el recuerdo (en latín,
seguramente) pero mediante un pequeño esfuerzo de la consciencia,
sabía lo que me decía: "Cartago está vencida.
Este era el último
baluarte de los infames. No te mueras, valiente hermano, nuestra
madre nos espera a ambos".
Yo sentía morirme y no me preocupaba, pero mi hermano Flavius
lloraba como un niño. Siendo mayor que yo sentía una gran
responsabilidad sobre mí. Alcancé a decirle que no me importaba morir
porque habíamos vencido, le besé la mano y ocurrió algo espectacular:
Empecé a subir y ver la escena desde arriba. El inmenso baluarte de
Cartago, la última plaza resistente, se me presentaba toda, con sus
escasos supervivientes hechos prisioneros y todas las terrazas llenas de
cadáveres de ambos bandos. Aún desde la altura sentía los sollozos
angustiados de mi hermano y compartía su dolor, pero ya no podía hacer
que me entendiera, que comprendiera que sólo estaba abrazando mi
cuerpo. Me sentía desesperado por no poder consolarle.
Empecé a volver a la realidad actual, empapado en lágrimas y
sintiendo aún la sangre que me mojaba, cuando sonó el teléfono y
escuché que el que hacía la guardia repetía "dónde, dígame dónde..."
Esa es la respuesta inmediata cuando alguien llama con cierta
desesperación y en general siempre, porque con el nerviosismo de un
aviso de incendio o accidente, la gente suele olvidar tan importante dato.
Así que me esforcé por volver a la realidad objetiva y empecé a vestirme,
despertando a los tres compañeros que dormían hacía rato. Como se
trataba de un accidente de tráfico volvimos pronto y pude descansar
como para ir a la biblioteca apenas salí del colegio, aguantando unas
ocho horas de búsquedas, revolviendo toda la sección de historia
romana hasta dar con los datos que precisaba comprobar, en una serie
de crónicas particulares de las Guerras Púnicas traducidas.
El libro,
editado en Chile en 1890 se llama "Arquivo Punicio". Efectivamente,
Flavius Enricio Carsi fue el general que logró batir el último baluarte de
Cartago y a sus dos mil ocupantes, en 145 a. de C., meses después de
que cayera Cartago bajo el ímpetu de Publio Cornelio Escipión Emiliano, y Asdrúbal se rindiera ante él. Pero yo sabía que llegaría el día en que
me encontraría todas las perlas de este collar.
Casi al final de la crónica del Baluarte de Tuninia (aún existen
ruinas de la casi inexpugnable fortaleza), comenta que Flavius halló la
victoria y su ascenso a General, solicitado por Escipión, fue compartido
en honores post-mortem por su hermano Marcelius, que cayó en el
campo de batalla. Al leer aquellos párrafos casi estropeo el viejo libro con
mis lágrimas. Guardé muchos años una fotocopia de aquella noticia que
me llegó tan tardíamente, con la que me enteré de mi ascenso a
General, aunque sólo podía servir para mi propio recuerdo.
Curiosamente, mi primer nombre actual es Marcelo (que no uso) y en la
vida inmediatamente anterior a ésta, me llamaba Mark. La raíz nominal,
que significa "Hijo de Marte", me ha acompañado largamente, como se
apreciará luego. En 2003, encontré a mi hermano y él ya sabe que le he
reconocido. Aunque no tiene recuerdos askásicos, sus arquetipos, su
Alma, siguen igual y actualmente, con gran valentía publica libros
En la IIª Guerra Mundial, Wilhelm Strömeher fue un Amigo y
Camarada muy allegado, que en un combate fue destruido por una
granada. Su hijo lo era para mí como para él, y herido en el campo pude
cuidarlo hasta su recuperación. En esta encarnación nos volvemos a
encontrar, aunque a muchos kilómetros.
Aquel recuerdo respecto a Cartago, también suficientemente
comprobado como para no temer por mi salud mental, siempre y cuando
el sufrimiento no me destruyera, fue seguido de otro mucho más
doloroso aún, poco tiempo después. Cada vez iba siendo más crítica la
cuestión y me preocupaba hallar un modo de evitar estas experiencias.
Por un lado tenía más consciencia de la prolongación de la existencia
más allá de la muerte del cuerpo físico, pero por otro lado temía a esos
recuerdos que resultaban tan dolorosos.
Una tarde, hallándome en compañía de mi madre, hermanos y mi
novia, recibí la cédula de notificación militar que me ordenaba
presentarme al mes siguiente en el Comando de Ejército
correspondiente. Sentía una gran alegría, porque deseaba cumplir mis
deberes patrióticos, además cierta vocación militar. Pero aquella
emoción me produjo un recuerdo que me dejó desesperado. Casi perdí
contacto con la realidad y tuve que encerrarme en mi dormitorio para
resguardar la intimidad ante mi familia y la familia de mi novia que se
hallaba presente.
Tuve que hacer un gran esfuerzo para no caer en una especie de
"túnel del tiempo" que me llevaba mentalmente hacia una calle bordeada de altos muros, en que alguien me daba una cédula notificándome de mi
sentencia de muerte, mientras dos hombres me llevaban cogido de los
brazos. Lo mismo ocurría a un grupo de compañeros, que serían ocho o
diez. Sentía una desesperación terrible porque iban a matarnos y sabía
perfectamente los motivos.
La injusticia y la traición que se cometía con
nosotros era lo verdaderamente terrible, no la muerte en si. Un militar
que parecía ser el único contento con nuestro regreso, iba detrás mío y
unos soldados intentaban apartarlo pero él resistía, llamándome Marcel y
haciéndome preguntas casi con desesperación. Yo le decía que Armand
era un traidor, que nos había enviado a Lisboa para luego hundir el barco
mediante el cañoneo desde una goleta con falsa bandera.
Asesinándonos de ese modo se perdían todos los documentos y se
sacaba de encima a los que conocíamos su estrategia política.
El barco
fue averiado pero una borrasca nos alejó del agresor y tras varios días
de navegación desesperada, mantenido a flote a duras penas, fuimos a
parar, a un islote - quizá perteneciente a Las Azores -, donde pudimos
sobrevivir sin mayores sobresaltos hasta que por fin nos recogió un
buque que nos devolvió a Francia unos dos años después.
El recibimiento resultó incomprensible, porque en vez de alegrías -
aunque fuese cargada de hipocresía- concluyó con la inmediata orden de
ejecución. Supuestamente, lo hacían por el bien de Francia, pero era una
traición a quienes le servíamos fielmente. Otros compañeros lloraban
amargamente pero yo gritaba indignado por la traición. Uno a uno nos
ponían en una especie de guillotina, pequeña pero igualmente efectiva
que la versión más conocida y caían las cabezas; creo que fui el último.
Sentí la horrible sensación de verme separado del cuerpo por algunos
minutos. Alguien me envolvió en un trapo y me metió en un canasto.
Aquella sensación de sentir que se es sólo una cabeza, no era tan
espantosa como la rabia y el odio por la traición que nos condenaba. Lo
más fuerte había pasado, pero seguía sintiendo la rabia y el dolor de
aquella infamia cometida por alguien a quien servía patrióticamente y
como amigo. Como apenas lograba tomar consciencia de que lo que
estaba viviendo era sólo una de aquellas pesadillas, me toqué el cuello y
sentí algún alivio al encontrarme completo. Pero el llanto me ahogaba y
escuchaba desde lejos que me llamaban. Era mi madre, que logró forzar
el frágil pestillo de la puerta y entrar al cuarto.
Conté a todos lo que me había ocurrido, porque precisaba
desahogarme un poco pero el efecto fue inverso. Volví a caer en el
recuerdo y empecé decir además, un montón de detalles, hasta que mi
madre preguntó quién era Armand, al que yo tachaba de infame, traidor y
cuantos insultos conocía. Le respondí que algún maldito político francés,pero en realidad había estudiado poco y nada de historia francesa, así
que quedé por el momento sin saber quién podría ser ese personaje.
Unos días después, mi madre, que no había vuelto a comentar ni
preguntar nada, encontró por azar un dato en unos libros de mi padre. El
tal Armand no era otro que el muy conocido Cardenal Richelieu, cuyo
verdadero nombre -casi desconocido en Sudamérica- era Armand Jean
du Plessis. Averiguar el resto de la trama y ubicar mi situación en ella me
fue imposible. Parece que aquellas ejecuciones ordenadas por el gran
traidor quedaron impunes y desconocidas en la historia, pero no en el
Áskasis Planetario. Y menos en el mío personal, que hasta el día de hoy
me duele.
Se dice que la guillotina fue inventada por el Dr. Guillotín
alrededor del 1760, pero la que yo probé existió casi un siglo antes y
puedo dar fe de su eficacia. No creo que ese ¿médico? haya hecho
mucha mejora.
Recordar semejantes desgracias no era lo que podría esperarse
de la memoria de otras encarnaciones, según unas pocas cosas que
había conseguido leer al respecto, en revistas y libritos donde
supuestamente todos los que recuerdan sus vidas anteriores fueron
grandes maestros, príncipes, reinas y toda clase de personajes del "jetset"
de la historia... Será que soy un pobre plebeyo, pero mientras tres
de esos recuerdos me fueron agradables, los demás fueron un
sufrimiento espantoso, unos más y otros menos, pero hubiera querido no
tener ninguno, si no fuese porque finalmente me han servido (o he hecho
que me sirvan) extrayendo lo mejor de entre lo peor de las experiencias,
ocupando un tiempo precioso que hubiera preferido dedicar a mis
experimentos con pirámides y otras investigaciones más actuales y
materiales.
El siguiente recuerdo se dio en principio con circunstancias más
difusas, a partir de mis intentos por acabar con aquella especie de
maldición que me tenía ya bastante preocupado. Finalmente descubrí
que tratar de evitarlos podía ser peor que aguantarlos y asumirlos, para
luego transmutarlos y/o superarlos. Entré al servicio militar con excelente
ánimo. Las privaciones y "bailes" (movimientos forzados) de los gritones
suboficiales no hacían más que estimular mi espíritu Guerrero. Mientras
que la mayor parte de mis compañeros sufría como pobres desdichados,
yo me sentía en plena forma, como si la vida espartana y
extremadamente estoica del ámbito militar me llenara de vida. Como me
había tocado hacer la milicia en el Grupo de Artillería de Montaña 8, de
Uspallata, entre las montañas de Mendoza, ansiaba que terminara la
primera etapa de instrucción para emprender las maniobras, en que mi Alma vibraría con los disparos de cañones. Aunque soy "pacífico" y amo
la paz, entiendo que sólo la merece quien está preparado para defender
matando o muriendo la Libertad, la Dignidad y la Lealtad, virtudes sin las
cuales la paz es una vana quimera de esclavos.
En un viaje por el camino a la Pampa del Leoncito, que hicimos
para buscar unas cargas de leñas para las estufas y calderas del cuartel,
comencé a tener una terrible sensación de que me caía y me moría de
frío, pero conseguí refrenar el recuerdo que comenzaba a perfilarse en
mi mente. Iba con otros cinco o seis compañeros en la caja de un
camioncito Unimog, bajo un sol de justicia. Estábamos al principio del
invierno, pero durante el día no bajaría la temperatura de 35 grados. Tras
unos diez minutos de esfuerzos mentales conseguí evitar que el
recuerdo aflorara y todo pareció quedar muy normal, ya que parecía que
por fin había podido cerrar la puerta a los recuerdos askásicos. Pero mi
ánimo no era el mismo y no sabía por qué me hallaba abatido, como con
temor, con malos presagios y profunda tristeza.
Al volver por el mismo camino, a la vista de las Bóvedas
(construidas en 1774), se me mezclaban los sentimientos. Una exultante
alegría al ver las Bóvedas, se me mezclaba con la más profunda tristeza,
miedo incierto y sensación de frustración. De todos modos, hacía un
esfuerzo sobrehumano para escapar de aquel marasmo psíquico, al que
no quería dejar que se presentase en toda su brutal claridad como en las
ocasiones anteriores. Pero los días se me hacían cada vez más largos,
vacíos y lúgubres. Ya no tenía el mismo ímpetu Guerrero ni me
entusiasmaba la proximidad de las maniobras de artillería.
En vez que
ello, sentía pánico, angustias que no podía comprender y la permanencia
en el cuartel se me convirtió en una tortura. Lo peor era que en los días
francos, en vez de disfrutar de esos permisos estando con mi novia y mi
familia, la angustia se mantenía con un funesto presentimiento. En uno
de los regresos al cuartel, perdí el conocimiento apenas bajé del
autobús. Me recuperé unos minutos más tarde, cuando mis compañeros
me llevaban a la enfermería. El médico dijo que sería por "puna" (falta de
oxígeno), puesto que Uspallata se encuentra a 1725 metros s/n/mar (mil
metros más que Mendoza). Pero yo me daba cuenta que algo dentro mío
me bloqueaba y no era la falta de aire, a la que ya estaba muy bien
acostumbrado.
Durante los tres meses posteriores mi vida parecía no tener algún
sentido y no me suicidaba porque tenía tampoco un motivo concreto para
hacerlo.
Pero tras unas gamberradas de unos suboficiales en
complicidad con un oficial, estuve a punto de quitarme la vida, por
cuestiones de honor. Me salvó providencialmente un pequeño poema que encontré en las letrinas, cuyo contenido reproduzco al final del libro.
Aquello pasó, pero mi vida seguía siendo un martirio y me desmayaba
cuando menos lo esperaba. Me dieron unos días de permiso para
consultar a un médico en el Hospital Militar y éste diagnosticó posible
falta de líquido raquídeo, quizá por mala alimentación. Le dije que no
tenía quejas de la comida, porque si bien la del cuartel era una auténtica
porquería, compraba todos los días leche y comida en la despensa civil.
Me envió a practicar algunos exámenes y se determinó que no había
carencias de líquido raquídeo ni atrofias cerebrales.
Finalmente, superando el terror que me agobiaba -especialmente
por orgullo, porque muchos compañeros y los cuadros militares creían
que lo mío eran puras "mañas" para pedir la baja-, aumentado mi
malestar con el temor a desmayarme en circunstancias peligrosas, como
me ocurrió en el campo de mi Amigo Rubén, participé de la segunda
maniobra, ya que durante la primera me hallaba en el hospital. Un
subteniente con el que había entablado amistad desde mi ingreso a la
Batería "B" de Artillería de Montaña, me dijo que podía quedarme de
cuartelero durante las maniobras, para evitarme las exigencias que
implicarían, pero le pedí que por favor no me hiciera tan humillante favor,
y que en todo caso me dieran una mula con carga poco importante, por
si me desmayaba en el camino.
Me asignaron una enorme mula cargada con bolsones de sorgo,
en vez que con piezas de cañón.
Partimos del cuartel y sentía cierta envidia por mis compañeros
que llevaban las piezas de cañón en las albardas de las vigorosas mulas
y al pasar por las históricas Bóvedas nuevamente me invadió una
emoción alegre y optimista, pero a unos veinte kilómetros hacia la
montaña, volvió el terror.
Tal era la fuerza de lo que sentía que me
abandoné a lo que sucediera, lo cual no era otra cosa que enfrentarme
con aquello que hacía meses venía evitando. Pero estaba dispuesto a
enfrentarme con lo que ocurriera, porque había sospechado que quizá mi
situación se debía a aquella experiencia cuyas puertas había cerrado.
La caravana iba bastante laxa; el jefe de la Batería había dado
orden de dejar que cada cual siguiera por el camino o por el amplio río
seco de su margen izquierda, según la mula que condujera. Las más
grandes y fuertes -como la mía- eran un tanto indómitas y se prefería
mantenerlas en el camino, para que alguno de los camiones y los
soldados de retén que iban en ellos auxiliara al conductor carguero en
caso de estampida de algún animal.
Comprendí que podía ocurrirme eso
si me desmayaba o perdía noción de la realidad y mi mula se escaparía,
pero así y todo, me metí al río seco y entre las altas chilcas que llenan de a manchones el cauce, hallé un bosquecillo cerrado, donde podía
esconderme hasta que se me pasara lo que presentía a punto de ocurrir.
Até los cabestros de la mula al tronco del arbolito más grande, me
senté a unos pocos metros y traté de relajarme. Inmediatamente
afluyeron a mi mente un montón de imágenes. Las visuales eran muy
diferentes del lugar en que me hallaba, pero el entorno inmediato era
similar. Estaba todo nevado y me estaba muriendo de frío (aunque en la
realidad hacía un día espléndido). Iba sobre una mula pero me hallaba
extenuado, con los oídos sangrando, las manos tiesas, de las que se me
escapaban las riendas. Nevaba intensamente y veía al resto de la
caravana avanzando más o menos con la misma penuria que yo. No
eran demasiado diferentes las mulas y arneses, pero si las piezas de
cañón y los uniformes. Algunos no teníamos ropas militares; las mías
eran botas de potro, un pantalón, una camisa gruesa y un poncho de
lana bastante raído.
Los ojos se me cerraban y estaba muy tieso. En un
momento no pude sujetar más las riendas y me caí de la montura. Ya en
el suelo alguien vino a mi lado y me daba friegas en los brazos y las
piernas, pero me estaba muriendo irremediablemente. Me vi salir del
cuerpo y sentí la impotencia y frustración de no poder cumplir con mi
General hasta lo último. Por un momento sentí el dolor de aquel hombre
que me intentaba recuperar, sin poder lograrlo. Me vi unos instante más
abandonado en la nieve y volví a la situación actual.
Ya todo había pasado. Mi terror incomprensible, mis angustias,
mis penas indescifrables que llevaban más de cinco meses torturando mi
ánimo pasaron como por encanto. Aquella larguísima etapa de tristeza
infinita sin causa verificable ni comprensible para mi, desapareció
instantáneamente. El sol de mi Alma volvió a brillar con todo el esplendor
de mi espíritu Guerrero. Me incorporé saltando como un resorte, como si
toda la fuerza de la montaña estuviera en mi cuerpo, porque comprendí
que aquella amargura de meses no era otra cosa que un trauma
retenido. Si hubiera dejado fluir las sensaciones y recuerdos aquella
primera vez, sobre la caja del camión, en lugar de reprimir el contacto
askásico, sólo hubiese padecido aquellos pocos minutos o a lo sumo
media hora. Pero la represión del recuerdo se transformó en pánico,
como si fuera a enfrentarme otra vez con el cuerpo actual a aquella
misma situación, en la que me congelé y desencarné durante el Cruce de
Los Andes del General San Martín, en la columna del Gral.
Las Heras, a
quien recuerdo como un amigo de carácter duro y enérgico, a la vez que
magnánimo, comprensivo y amable.
A pesar de mis renovadas fuerzas y la clara comprensión de lo
ocurrido, no podía evitar llorar, así que mientras me desahogaba a lágrima viva, un suboficial rezagado se acercaba montado a caballo.
Para disimular hice como que me arreglaba la ropa y le dije que si no
quería aguantar malos olores debía alejarse. Desaté a mi mula y
continué llevando aquella mula rápidamente, uniéndome a la caravana
en menos de una hora. Al llegar al sitio donde se armaría la primera la
práctica de tiro, pedí al Sargento 1º que me devolviera el rol de combate
que me correspondía según la primera lista de personal y con asombro
por su parte, accedió a dejarme el puesto de primer sirviente de pieza,
que requiere de mucha energía y exactitud en los movimientos. El Jefe
de la Batería, viendo mis movimientos y participación a pleno entusiasmo
en la maniobra me dijo al día siguiente que había notado en mi un
cambio espectacular.
- Pensé que no iba sobrevivir a esta maniobra.
¿Tenía miedo de
participar?.
- Si, mi Teniente Primero, pero yo mismo no lo sabía y no por lo motivos
que Usted pueda imaginar.
- ¿Me los explica o son demasiado personales?.
- Son muy personales y se los contaría igual, pero me tendría por
rematadamente loco...
- No se preocupe, -respondió- no le daré por loco. Si le apetece,
cuénteme qué le ha estado sucediendo. Lleva meses hecho una piltrafa
que se desmaya cada dos por tres, pero parece que se le ha pasado
todo.
Su conducta de ayer y hoy supera al estado de ánimo de toda la
Batería junta.
- Preferiría contárselo cuando volvamos al cuartel, mi Teniente Primero,
a menos que me ordene hacerlo ahora mismo.
- No, no le ordenaré eso. Sería faltarle el respeto, así que olvídelo. Si
quiere, cuando volvamos...
Una semana después, de regreso a la unidad militar, me llamó el
Jefe para preguntarme si quería darle alguna explicación o prefería dejar
el asunto olvidado. El Teniente Primero me inspiraba suficiente confianza
así que le conté todo lo acontecido. Me creyó en cuanto mi vivencia, pero
como es lógico, consideró que ciertamente estaría loco.
- En todo caso -me dijo- es Usted un loco muy interesante.
Lo que me
ha contado nadie lo sabrá y su locura no parece ser peligrosa. Se ha
comportado en las maniobras como el mejor de los soldados, así que no
se preocupe. Puede contarme las cosas que quiera, que todo lo que me
diga será guardado en mi más personal secreto.
Unas semanas más tarde me mandó a llamar para confiarme unos
recados un tanto especiales, trámites particulares en la ciudad de
Mendoza.
Como disponíamos unas tres o cuatro horas libres aquella
tarde y yo no partiría hasta la mañana siguiente, me invitó un café en su
despacho, nos pusimos a conversar sobre aquel asunto que le había
confiado. A ver tras un armario un mueble donde había siete u ocho
sables, floretes y espadas, le pregunté si practicaba esgrima o tenía eso
como adorno. Me dijo que había ganado varios de los campeonatos de
esgrima provinciales y el año anterior había salido segundo en un
campeonato nacional del ejército.
- ¿Practicaría un poco conmigo... ?
- me atreví a sugerirle.
- No duraría Usted ni tres segundos.
¿Ha practicado alguna vez?.
- En esta vida no, salvo cuando era pequeño y nadie podía competir
conmigo, caña en mano o con una espada que me hice con tablas...
Su carcajada fue estrepitosa, mientras me decía que ahora sería
al revés. Que aún con un florete de esgrima, intentar derrotarle a él, sería
como siendo un niño con una caña en la mano.
- No esté tan seguro, mi Teniente Primero. Tengo la sensación de que
no le sería tan fácil...
- Vamos, Ramiro, no me provoque, que luego no se va a aguantar los
azotes que le daría en el culo.
- Eso que dice es toda una provocación, mi Teniente Primero...
-dije
sonriendo maliciosamente.
- De acuerdo... No lo voy a dejar con las ganas de probar, pero mañana
tendrá que viajar de pie, porque no se va poder sentar.
Salimos ambos con floretes, máscara y guantes, para hacer unos
tiros de esgrima en la amplia galería del edificio. Algunos suboficiales
ociosos se dispusieron a ver el espectáculo. Empezamos y le dejé hacer
los primeros tiros, que pude parar como si nunca hubiese hecho otra
cosa. Me sentía invencible con el florete y se lo dije, a lo que respondió
riendo, que no me iba a durar mucho ese sentimiento.
Los siguientes
lances fueron más rápidos y técnicos, pero igual no alcanzó a tocarme.
Cuando pude concentrarme en la acción, pasé al doble juego de defensa
y ataque inesperado, tocándolo en una pierna y en el hombro, con
diferencia de unos segundos.
Ambos estábamos sorprendidos y aquello podía ser un deshonor
ante los suboficiales u otro oficial presentes, que estaban extrañados de
verme manipular la espada como un maestro. Como hablaban y nos
distraían (pero en realidad para que nos dejaran hablar con soltura),ordenó a todo el personal desaparecer. En cinco segundos estábamos
completamente solos y me preguntó dónde solía practicar. Le respondí
que en ninguna parte, pero que seguramente, así como había sufrido por
aquellos recuerdos askásicos, conservaba algunas cosas aprendidas,
como el manejo de la espada.
- Déjese de tonterías, Ramiro. Le estoy haciendo una pregunta formal.
¿Va al Club de Esgrima en Mendoza?.
- No, mi Teniente Primero. Es la primera vez que tengo con estas
manos una espada de verdad.
- Se lo vuelvo a preguntar formalmente y es mejor que me diga la
verdad. No se puede manejar así la espada sin años de aprendizaje y
entrenamiento...
- Se lo juro, mi Teniente Primero. No he practicado en esta vida en
ningún club ni he tenido antes una espada de verdad en la mano.
Seguimos unos diez minutos, en que volví a tocarle dos veces y
ambos sudábamos a chorros. Pero yo estaba interiormente frío,
tranquilo, como quien se ejercita en lo de siempre, un poco enseñando,
un poco demostrando y un poco sorprendiendo a un alumno.
El colmo
llegó cuando mediante un gancho de remolino y media vuelta doble
conseguí darle en su trasero y volver la espada al otro lado, obligándole
a intentar esquivar un toque al pecho para lanzarme agachado por su
flanco derecho y darle en el trasero nuevamente con el botón de la
espada.
- ¡Touché! -gritó entre indignado y asombrado- ¡Cómo es posible...! ¡ Ya
basta, Ramiro, me ha vencido, es increíble!. ¡Eso no puede ser producto
de habilidad innata, Usted practica esgrima desde niño!.
- Le juro que no, mi Teniente Primero. Puede averiguarlo, tengo
demasiado con el estudio, sirvo en el Cuerpo de Bomberos, canto por las
noches en los cabarets de Mendoza, vendo ropa y otras mercaderías los
fines de semana en los barrios alejados... Nunca he tenido ni tiempo ni
interés en practicar esgrima.
Fuimos a su despacho mientras me preguntaba por tercera vez
dónde practicaba, advirtiéndome que si no le decía la verdad la cosa se
pondría muy seria y me metería en un calabozo para pasar luego a un
hospital psiquiátrico, sólo por no decirle la verdad y mentirle
innecesariamente.
- Bastará sólo un llamado telefónico -dijo- así que le doy la última
oportunidad...
- Hágalo, mi Teniente Primero.
-respondí tranquilamente
- Llame y
averigüe. Verá que jamás he pisado un club de esgrima, salvo el regio
restaurante de Gimnasia y Esgrima, donde uso muy bien el cuchillo y el
tenedor, pero no las espadas.
No tengo espadas en mi casa, no tengo ni
siquiera un amigo o conocido que practique esgrima, aparte de Usted
mismo. Tampoco he visto en directo jamás un campeonato o las
prácticas de esgrima del club de Mendoza ni en ningún sitio...
Hizo un llamado telefónico y pasó mi nombre y documento de
identidad, preguntando qué información había sobre mi vida civil y si
podía comprobarse que alguna vez haya practicado esgrima. Colgó y
esperamos algo más de una hora, conversando diversas cuestiones
sobre mis actividades civiles y sobre sus campeonatos de esgrima y tiro
con pistola, de los que tenía varios trofeos y medallas, así como un
impecable currículum militar.
Por fin el teléfono sonó y escuchó
atentamente un informe que le leyeron durante más de un cuarto de
hora, intercalado con algunas preguntas específicas.
La inteligencia militar tenía absolutamente todos los informes
sobre mi persona, rutinas, actividades, suscripciones, cantidad
aproximada de horas pasada en las bibliotecas, suma de horas de
permanencia en el cuartel de Bomberos durante los cuatro últimos años
y actividades realizadas, calificaciones de estudios regulares, notas y
observaciones de mérito en el Panamerican Parapsichology Institute,
sitios donde compraba mercadería al por mayor para vender los fines de
semana en los barrios alejados de la ciudad, composición familiar y
muchos otros detalles privados.
El hecho de pertenecer a la E.C.B. como
afiliado y a la Cruz Roja y un Cuerpo de Bomberos, obligaba a la policía
a tener al día todos los expedientes personales, de los cuales la
inteligencia militar averiguó inmediatamente, ampliando la información
por lógica de contactos.
Cuando colgó el teléfono, me dijo francamente que no sólo le
había demostrado ser un excelente espadachín, sino también un
verdadero reencarnado, a lo que respondí que él y toda la gente lo es,
aunque muy pocos puedan recordarlo. Así que al regresar días después
con los trámites y encargos efectuados con perfecta diligencia, me pidió
que le comentara todo lo que quisiera sobre mis vidas anteriores,
asegurándome que nada de lo que le dijese pasaría a información militar
ni escrito alguno. Como estaba seguro de la ética de mi Jefe, no tuve
inconvenientes en contarle más cosas en sucesivas reuniones y paseos
que hacíamos por las montañas de Uspallata. Aunque estas charlas sólo
fueron un par, para mi significó un gran alivio tener alguien confiable y
objetivo a quien confiar mis intimidades espirituales.
El mes de Diciembre de 1978, Chile y Argentina estuvieron a
punto de enfrentarse en la más absurda de las guerras fratricidas. Las
movilizaciones, que afortunadamente no llegaron a la guerra declarada,
terminaron cuatro meses después, pero hasta Agosto no obtendríamos la
baja. Así que a finales de Marzo conseguí que me permitieran
reemplazar al soldado que cuidaba las Bóvedas de Uspallata, que por
razón de estudio conseguía licencia definitiva. Las pocas veces que las
había visitado o cuando pasaba por el camino a San Alberto y las veía,
mi Alma vibraba con profunda nostalgia y se mezclaban sentimientos de
Amor, con hermosos presagios de futuro, que no podía comprender.
El soldado que salía licenciado me explicó algunas cosas, como
para guiar a los turistas y recibir de estos las habituales propinas, que
empleaba enteramente en comprar materiales para hacer algunas
refacciones en las Bóvedas. Les arreglé la cúspide a dos de ellas y
reforcé la tercera, pues la lluvia y el abandono estaban erosionándolas.
Mientras arreglaba las cúpulas de las Bóvedas recordé qué había hecho
allí.
Era militar, pero no recordaba la graduación. Sabía que era el jefe
de ese destacamento, que las Bóvedas habían sido construidas poco
antes de ser encomendado a esa guarnición y que estaba casado y mi
mujer vivía allí conmigo.
Tenía un sable con la inscripción de Guardia
Real, que no encontré entre las piezas de museo que abundaban en las
Bóvedas. Me senté sobre el tejado y me concentré en el recuerdo,
esperando lo peor, como en las anteriores ocasiones, pero no sucedió
nada desagradable. La memoria de mi esposa llegando con una pareja
de aborígenes y un mozuelo de unos quince años, en una carreta tirada
por cuatro caballos y llena de bultos, me produjo una alegría tremenda.
Allí empecé a perder un poco el sentido de la realidad, pero no
demasiado. Pude observar el paisaje, sólo diferente al actual en cuanto a
la vegetación. Aquel día debió ser uno del año 1779, más o menos.
Luego aparecieron unos aborígenes que llegaban con mulas y caballos
cargados de bolsas con minerales y los llevaban a la fundición que se
encontraba del otro lado del camino, a unos treinta metros.
Me sentía arriba de un atalaya de madera (que hoy no existe) y
bajaba sus escaleras impaciente por abrazar a mi esposa.
El chico era
mi sobrino y su padre salió del interior de la casa lateral al oír mi aviso de
la llegada de la carreta. Allí el recuerdo empezó a desvanecerse e intenté
por algunos minutos recobrar el contacto con los recuerdos, porque pasó
un camión de mi unidad militar y me distraje, no pudiendo recobrar el
estado de memoria askásica ese día, pero sí poco después, mientras
barría las instalaciones. Recordé que un día había conseguido que mi cuñado, el ingeniero de caminos hermano de mi esposa, me trajera
tablas duras para hacer grabados, ya que las blandas de álamo no
servían para tal fin. Me trajo un corte de olivo en que dibujé y luego grabé
con mucho cuidado durante semanas, nuestra carreta de cuatro ruedas,
que era la que usábamos como transporte entre Uspallata y la ciudad de
Mendoza, distante 95 Kms. Otros detalles me iban dando pautas de la
época aproximada de aquellos recuerdos, como la ropa y algunos
acontecimientos, pero me faltaban puntos de importancia para estar
seguro de que aquello era realmente un recuerdo, así que fui al archivo
histórico de Mendoza y me ocupé de informarme de algunos detalles,
pero faltaban datos.
Durante los días de permiso, que pasaba en el archivo histórico y
en la Biblioteca San Martín, fui encontrando detalles que no estaban
relacionados, pero en mi recuerdo empezaron a aparecer las perlas que
faltaban.
En un libro sobre la Mendoza Colonial encontré -con gran
sobresalto- la reproducción del grabado que había hecho de la carreta,
aparcada en un costado de las Bóvedas, con éstas de fondo. También
recordé que había pintado muchos cuadros, usando aceite y pigmentos
que me conseguían los aborígenes, pero uno tenía el mismo motivo de la
carreta, sólo que a la orilla del arroyo que discurría a escasos metros de
las Bóvedas. No conseguí averiguar el paradero de las obras, pero la
confirmación me era suficiente.
Al terminar el servicio militar, me casé y tuve tres años muy
felices, hasta que surgió un tercero destruyendo el matrimonio, pero en
ese lapso serví en el ejército, en un grupo científico especial dedicado a
la investigación psicotrónica y de los supuestos contactos extraterrestres,
componentes de un fenómeno social y político de extrema importancia y
que por ello se halla sumido en terribles confusiones aún hoy en día. No
hablaré de estos asuntos en este libro, porque siendo de enorme
importancia no tienen relación directa con el tema que nos ocupa. El
caso es que a poco de producirse mi separación me encontré en un
estado emocional de extrema sensibilidad, por lo que empecé a tener
una larga serie de recuerdos que darían lugar a escribir decenas de
libros puramente casuísticos, pero relataré sólo uno y por ahora el último
y más importante de toda esa serie que duró casi un año.
Me encontraba en casa de mis padres leyendo una revista de
comic, donde un personaje se llamaba Mark. El nombre me empezó a
sonar, pero en un sentido muy personal. Inmediatamente apareció mi
apellido con tanta claridad -Addlerrick- que casi pierdo completamente el
contacto con la realidad objetiva. Me fui a mi cuarto y me recosté, porque intuí que podía producirse algún recuerdo doloroso. Más o menos lo fue,
pero no tanto para ser traumático.
Vi a una niña corriendo sobre un caballo desbocado y corrí
tratando de frenarlo. No conseguí llegar a tiempo para interceptarlo y el
caballo siguió enfilando hacia un estrecho puente de madera, en
dirección a nuestra casa. Yo no sé cuál sería mi edad en ese momento,
pero la niña tendría doce o trece años. El caballo pasó tan cerca del
poste de cabecera del puente, que el estribo derecho lo tocó y la niña fue
arrebatada con toda la montura, cayendo al un poco más atrás del
puente por el revoleo que dio, mientras el caballo seguía solo su loca
carrera.
Corrí y traté de levantar a la niña, que estaba desmayada; en mi
desesperación la llamaba por su nombre Sonja (Sonia). Ella no
reaccionaba y tras desenredar sus piernas de la montura -la derecha
estaba rota- la llevé en brazos hacia la casa, corriendo y algo
enceguecido con mis lágrimas. Allí se desvaneció el recuerdo pero
inmediatamente me vi en un despacho acomodando papeles. Un soldado
me daba indicaciones y yo le decía que se quedara tranquilo. No
hablábamos español, pero en el recuerdo yo sabía el sentido de lo que
hablábamos. Finalmente el soldado me dio un sobre que abrí en su
presencia y era una extensa nota con indicaciones y elogios, adjuntando
un documento que sería un pasaporte o un salvoconducto. La nota tenía
abajo una firma y un sello oficial.
Le dije al soldado que me sentía sinceramente honrado y éste
disculpó al remitente de no poder entregarme en acto público una
medalla, que me entregó él mismo en ese instante. Las lágrimas me
brotaron tanto en el recuerdo como en la realidad física y luego emprendí
un viaje.
Después me hallaba en Argentina, en Buenos Aires, al frente de
un almacén de ramos generales, al parecer llevando una vida
completamente civil, luego de haber sido militar y diplomático. Recordé
que había nacido entonces en Budapest, pero no sabía en qué época.
Así que tenía una serie de datos, porque recordaba haber vivido muchos
años en Buenos Aires, con mi esposa Tati y dos hijas, de las cuales sólo
recordaba el nombre de una: Sonia. Al día siguiente estaba viajando a
esa Capital para confirmar lo recordado. Un dolor me agobiaba y era el
hecho de que mi circunstancial esposa me habían puesto al morir, en la
tumba, un crucifijo de hierro con un cristo sangriento artísticamente
elaborado con gotas de metal, cosa que mi religión de esa época
-
Cristiana Ortodoxa- no aceptaba en Hungría. En lo personal, jamás
acepté el crucifijo sangriento y hoy ni siquiera ese instrumento de tortura
representado en la cruz.
Mientras hacía en el autobús los mil kilómetros que me separaban
de mi destino, fui recordando más detalles y los anotaba con temblorosa
mano, sabiendo que tenía estas alternativas:
a) Podía estar cerca de
confirmar mi encarnación inmediatamente anterior,
b) Llevarme un
chasco.
c) Simplemente que no consiguiera dar con las señas
adecuadas o
d) Quizá lo peor: Sufrir el encuentro con mis seres
queridos, a los que no podía presentarme como corresponde.
La primera medida al llegar a Buenos Aires, fue conseguir hotel y
allí mismo una guía de teléfonos y buscar por mi apellido. Tras un par de
llamadas fallidas, presentándome como un viejo amigo del exdiplomático
húngaro Mark Addlerrick, con quien deseaba recobrar
contacto, un hombre me dijo que seguramente se trataría de su abuelo
materno, pero había fallecido en 1959 (el mismo año en que yo nací,
pero había un problema de fechas).
Le pregunté si su madre se llamaba Sonia y me respondió que se
llama Sofía, pero su tía sí se llama Sonia. El nombre de Sofía me
estremeció y estuve a punto de gritar que esa es mi otra hija. Le
pregunté a él su nombre.
- Me llamo Gustavo Reten Addlerrick. Si desea, puede dejarme un
teléfono y le pediré a mi padre o a mi madre que se pongan en contacto
con Usted.
- No hace falta, -respondí- porque aún no sé si me quedaré en este
hotel, pero le agradecería que me de alguna seña de su tía Sonia, que
ella seguramente sabe algunas cosas del pasado que me interesaría
recordar...
- Bueno, espere... Puede encontrarla en la guía telefónica, que no tengo
una por aquí, por el apellido de su marido... (no puedo dar más datos
porque estas personas viven aún y no quisiera afectarlas).
Me dio los datos, nos despedimos, busqué ansiosamente el
número en la guía y efectué con suerte la llamada. Al oír su voz, tan
dulce y fina como siempre, afluyeron a mi mente infinidad de detalles. Me
presenté como Alexander Spunkel, antiguo compañero de Mark
Addlerrick (a quien realmente recuerdo con mucho cariño y falleció
mucho antes que yo) y le dije que estaba escribiendo mis memorias. Me
comentó que su padre había muerto en 1959 y me hizo algunas
preguntas que respondí como pude, en base a algunos recuerdos
accesorios.
Pasada la primera extrañeza por su parte, me confirmó que
su papá había muerto el dos de enero de ese año. Le dije que no sabía
del fallecimiento y que no me concordaban los datos que tenía. Me aseguró que esa fecha era correcta y que podía visitar su tumba en el
cementerio de La Chacarita, pero ella no recordaba el número.
- ¿Recuerda Usted la fecha de nacimiento de Mark? -pregunté mientras
me chorreaban las lágrimas.
- Si, claro. Nació en Budapest el 12 de enero de 1892. ¿Ha sido Usted
compañero de mi padre en el cuerpo diplomático?
En esa pregunta de mi hija -la que engendré con otro cuerpo, pero
que sigue siendo la hija de mi corazón- decenas de recuerdos quedaban
confirmados. Tenía el impulso de decirle que era su padre quien le
hablaba, que aunque tenía otro cuerpo ahora era yo mismo, que podía
decirle cantidad de detalles probatorios, que sólo conocíamos en el seno
familiar, anécdotas que se agolpaban en la mente y más recuerdos que
me daba cuenta que podían ir saliendo por simple asociación en cuanto
quisiera escucharme.
Pero por otro lado me daba cuenta que semejante
cosa podía confundirla, asustarla y terminar ambos muy dañados.
Mientras su madre se había aferrado tenazmente a los dogmas religiosos
de la religión católica romana, mis hijas estaban tan desconformes con
esa iglesia y algunos de sus postulados, que se hallaron mucho mejor en
la Iglesia Ortodoxa. No obstante, el tema de la reencarnación era algo
que no podía tocar. Me debatía en esos segundos entre los impulsos
emocionales y los dictados por mi mente objetiva.
- ¿ Me oye, señor Alexander ? Creo que le oigo llorar... ¿Se siente
bien?.
- Si... Estoy bien. Perdone Usted, es que... Bueno, cosas de viejos y...
Son tantos recuerdos... No quiero causarle molestias, ¿sabe?.
- Nada de eso. Tengo maravillosos recuerdos de mi padre. Pero aunque
a su edad seguramente se aferra al pasado, igual quizá le gustaría mirar
hacia el porvenir... Si vive en Buenos Aires, podemos encontrarnos en el
café de la Galería Arcor... Su nombre me suena, mi padre nos ha
hablado de Usted, pero creía que había fallecido...
- No... No hace falta que nos reunamos, por ahora. Un par de preguntas
para aclarar algunas cosas y le prometo no molestarla más...
¿Recuerda
Usted un suceso en su niñez, como una caída de un caballo o algo así,
cerca de un puente...?
- Ah, no... No fui yo quien tuvo ese accidente. Quizá mi padre le haya
contado que mi tía, que se llama igual que yo, se cayó de un caballo que
él tenía ensillado para salir y mi tía lo montó y se desbocó... Eso fue
cuando mi padre era muy joven. Siempre tuvo un gran sentimiento de
culpa, porque mi tía se rompió una pierna...
- ¿Vive aún su tía?.
- Si, claro, tiene 85 años, pero los lleva muy bien... Ella nació el primer
día del siglo XX... Como mi padre la hizo operar de la pierna en
Alemania, donde tenía ciertos privilegios... Seguro que Usted ya sabe
todo eso... Pues quedó muy bien.
- ¿Y su mamá vive aún?.
- No, hace cinco años que falleció de un ataque al corazón. Murió muy
tranquila... ¿Por qué no nos reunimos, señor Alexander?, Sería un placer
ayudarle en sus escritos en todo lo referido a mi padre. Seguro que mi
hermana Sofía también estará encantada de conocerle y recordará
algunas cosas más que yo. Tengo muchas fotos de mi padre, por si le
interesan...
- No, no... Creo que no será necesario, aunque me encantaría darle un
abrazo... Con todo respeto, como a una hija. En cuanto a las fotos
tampoco las preciso, recuerdo a su padre muy claramente... Perdone
Usted esta molestia y dele mis respetos a su hermana y toda su familia.
En fin, que su padre... Seguro que ha vuelto a nacer si es real lo de la
reencarnación...
- No creo en esas cosas, señor Alexander, pero tampoco se sabe
mucho al respecto.
De todos modos mi padre ha de estar en buenas
relaciones con Dios. No era muy religioso pero creía en Dios y obró -que
yo sepa- siempre bien.
¿Qué cree Usted, que le conoció en otros
ámbitos?.
- Le aseguro que puede sentirse orgullosa de su padre.
El sintió
siempre por su familia un Amor infinito, y en especial por Usted... Pero no
se lo diga a su hermana, que se pondría injustamente celosa. Las ha
querido a ambas por igual, pero por Usted tenía más afinidad... Creo que
incluso su mamá alguna vez se puso muy celosa...
- ¡Ay, si...! ¿Cómo sabe eso?. Bueno, mi padre se lo habrá contado...
Eran tonterías de mamá. Ella era muy dominadora y celosa con todo el
mundo. La verdad es que nunca se llevó demasiado bien con mi padre,
especialmente por el tema religioso...
La conversación duró unos minutos más, pero fui distendiéndola
para calmarme, porque a cada momento tenía que controlar el impulso
de decirle toda la verdad. Me despedí agradeciéndole y prometiendo que
la llamaría si precisaba aclarar alguna cuestión más del pasado.
Una vez
que colgué pude llorar cuanto me dio la gana hasta que el camarero me
llamó a la puerta, avisando que tenía mesa preparada para la cena.
Al día siguiente fui al cementerio y solicité el registro general con
motivo de investigaciones históricas familiares. El empleado me miró con
alguna desconfianza, me hizo algunas preguntas y me vi obligado a
dejarle mi documento de identidad. Me hizo pasar a un cuarto donde me
ubicó en los registros por años y en menos de cinco minutos hallé mis
referencias. La tumba de Mark Addlerrick estaba a sólo un mes de
caducar. Para conservarla habría que pagar unos impuestos, pero no
tenía interés alguno en que mis despojos materiales fueran conservados,
sino todo lo contrario.
Como estábamos en los últimos días de Octubre y habían de
hacer varios arreglos en el cementerio para el primero de Noviembre,
había sectores inhabilitados al público, así que muy poca gente
transitaba. El empleado me permitió de todos modos acceder al sector
que me interesaba, el cual se hallaba completamente desierto. Un cuarto
de hora después estaba ante mi tumba, tal como la recordaba.
Lógicamente, la había visto en Astral durante el sepelio, y recordaba
perfectamente el crucifijo cuya colocación, en contra de mi expresa
voluntad, me había causado un gran dolor y a la vez algo de odio.
Caminé alrededor asegurándome de que nadie me viera y arranqué
como pude el detestado crucifijo, dándome cuenta que estaba haciendo
un ritual mágico de primera magnitud. Aunque nunca me sentí esclavo
de ese arquetipo psicológico tan morboso, sentí un alivio espiritual
imposible de describir en cuanto pude extraerlo junto con una pesada
masa de cemento. Lo dejé a un costado y tapé el agujero con tierra y un
pedazo del hormigón que logré desprender de la base del crucifijo. Sin
dejar de observar los alrededores busqué un sitio donde esconderlo y
hallé a treinta metros un pequeño mausoleo cuya puerta cedió al
empujón. Allí lo dejé y volví a mi tumba, para asegurarme que no
quedaban rastros de mi proceder.
Vagué durante el resto del día por la ciudad, sin darme cuenta que
tenía hambre. Intenté ubicarme en la localidad donde había tenido mi
almacén de ramos generales y tras un par de horas en "bondi" (autobús),
encontré el sitio.
El comercio aún existe, con mejor edificio y con el
mismo nombre.
No quise saber más porque corría el riesgo de no poder con mis
emociones. Al volver al hotel llamé de nuevo a mi hija para decirle que
"mi amigo Mark" me había encargado alguna vez que no se guardaran
sus restos mortales.
- Me lo dijo a mí -le dije a Sonia- porque su esposa seguramente no
sería fiel a sus pretensiones. Ya sabe... Por esas cuestiones de la
religión...
- Justamente estamos por ir a renovar por diez años el impuesto de la
tumba... -me dijo- Pero mi hermana me ha sugerido que lo olvidemos y
respetemos el deseo de mi padre, de quemar el cuerpo y desparramar
sus cenizas al viento.
- Si realmente ama la memoria de su padre, sería bueno que se olviden
y que la municipalidad elimine esa tumba y los restos que queden. Se lo
digo porque comparto el modo de pensar que él tenía. Imagínese que le
viese desde donde estuviera... ¿No sería lo mejor respetar su
testamento?. Porque lo dejó testamentado así, por escrito... ¿Verdad?...
- Si... Pero mi madre era muy arraigada... Señor Alexander... ¿Cómo
sabe Usted tantas cosas de mi familia?... ¿Cómo habla tan bien
castellano...? Usted estaba asignado al cuerpo diplomático alemán y...
- Bueno... Su padre y yo... Somos... Bueno... Éramos... Muy amigos...
No se imagina cuánto. Más que hermanos... Pero ya está todo dicho,
Sonia... ¡Ay, Sonia!, no sabe Usted cuánto la quiere su padre...
- Si... Igual le hemos querido todos los que le conocimos...
Y aduciendo que debía marcharme, luchando brutalmente para
reprimir mis impulsos, nos despedimos, para no volver a comunicarnos
hasta hoy. Aunque siempre me ha quedado el profundo dolor de no
poder decirle que el Alma de su padre ocupa un nuevo cuerpo, no he
perdido la esperanza de hacerlo algún día. Pero mientras los dogmas
religiosos bloqueen las mentes de la humanidad, no podrá ésta
comprender la realidad de la existencia del Alma, de sus mecanismos de
evolución y sus riesgos de involución.
Visité a unos parientes durante el día siguiente y volví a mi ciudad.
Por un lado tenía la satisfacción de haber vuelto a escuchar la voz de mi
hija y de haberme quitado del psiquismo los treinta kilos del símbolo de la
Tortura a Cristo.
Por otro lado sentía la angustia de saber que mis hijas
no podían conocer la nueva personalidad de su padre. En realidad, la
misma persona y personalidad ocupando un nuevo cuerpo. También
sentía cierta satisfacción dando por hecho que mi hija haría respetar mi
voluntad testamentada. El nombre de Mark Addlerrick sería borrado del
"Libro de la Muerte" en el cementerio de La Chacarita.
Y algo más, que por el peso de las emociones no valoré en ese
instante: La confirmación más contundente, clara y definitiva de que mis
recuerdos askásicos son correctos, que bien pueden diferenciarse de las
onirias, delirios y ensoñaciones, que algunas veces las he tenido -como
todo el mundo- y temía que pudieran confundirse. Pero no, la claridad y
correlatividad del recuerdo askásico cuando es real, es tan impecable y
completo como recordar lo que hice hace un rato, o más claramente, como si se volviera a vivir. Y ahí reside un gran problema -y peligro- para
las mentes que no puedan soportar la carga emocional de los recuerdos.
Después de aquellas comprobaciones no he dejado de efectuar
cuantas he podido cada vez que he tenido un recuerdo, porque a la
mente objetiva siempre hay que darle lo suyo, es decir la conformidad
necesaria para mantener un grado de consciencia clara que nos ponga a
resguardo de cualquier tipo de delirio.
Mientras más sutiles y difíciles de
materializar en pruebas sean las cosas que tratamos, más objetivos
debemos ser, más científicos, metódicos y escépticos debemos
ponernos al analizar los hechos interiores y las vivencias, los recuerdos y
toda su larga estela de impresiones. Muchas cosas pueden comprobarse
como he hecho casi siempre, mediante un estudio histórico en base a los
datos recordados, pero siempre que pueda descartarse el haber tenido
un conocimiento previo de esas situaciones mediante lectura, películas,
etc..
También me ocurrió que habiendo recordado años antes a un
grupo de personas junto a las cuales fui quemado en la hoguera pública,
les encontré a tres de los más importantes. No tenía elementos de
comprobación objetiva, pero una de las personas me dijo que tenía
recuerdos askásicos y me describió con absoluta exactitud lo mismo que
recordaba yo, comprendiendo así nuestro mutuo lazo karmático.
Un niño
de unos doce años intentaba rescatarnos, impedir nuestra muerte, pero
los soldados lo arrestaron y se lo llevaron para que no moleste. No se
hallaba en aquel grupo argentino. Lo encontré hace tres años en España
y la afinidad que surgió fue impresionante, porque le reconocí tras unos
minutos de conversación. Al referirle mi recuerdo, en vez de tomarme por
un chalado vibró de pie a cabeza y se puso a llorar, en lo que no pude
menos que acompañarle, puesto que me refirió partes de sus recuerdos
de nuestra relación maestro-discípulo, con una precisión de detalles tan
clara como mis recuerdos.
Para finalizar este capítulo de casuística personal, referiré lo
ocurrido casi veinte años después, cuando me encontraba durmiendo. Mi
esposa me despertó de madrugada y me preguntó si había sido pintor en
otra vida, entonces le dije que si, pues siempre me gustó la pintura y
aunque nunca fui famoso por ellas, las vendía muchas veces, no como
una extra económica, sino como simple necesidad de expresarme por
medio de las Bellas Artes, en especial de dibujos, pinturas y grabados.
Pero volví a dormirme y al despertar unas horas después seguimos la
conversación.
Entonces, rompiendo una barrera que tenía respecto a contarle
mis recuerdos (a pesar de vivir tan mágicamente como nuestro encuentro en Alicante) le dije que habíamos sido esposos antes,
comentándole que justamente había pintado, cuando vivíamos en las
Bóvedas de Uspallata, unas décadas antes al 1800, un carruaje al que
también había grabado y luego lo encontré en un libro del Archivo
Histórico.
Ella quedó muy sorprendida, porque su experiencia en la
madrugada fue que se despertó porque tenía una visión (que no un
sueño, sino en estado de media vigilia o estado "alfa") de un carro tirado
por cuatro caballos, al que se acercaba en consciencia pero ella se retiró
sobresaltada, sintiendo que se encontraría con "alguien conocido" y que
tendría una experiencia muy fuerte de la que quiso rehuir. Oyó su voz
interior en ese momento, que le decía: "Y te enamoraste de un
pintor"...
Le pedí que me describiera el carruaje, y su descripción no podía
ser más exacta y precisa. Hubiera tenido un recuerdo askásico en toda
regla si en vez de retirarse o alejarse en consciencia de la visión, se
hubiese internado en ella fríamente, como espectadora sin importarle lo
que viera.
Creo que no me alcanzarían años para relatar la inmensa cantidad
de recuerdo que tuve, siendo que jamás hice nada por acceder a ellos y -
como ya he narrado- con espantosos sufrimientos la mayoría y no menos
espantoso fue intentar reprimirlo cuando apareció aquel, durante el
servicio militar. Sólo tengo un recuerdo de mis últimos momentos de vida
que no fue traumático en nada, a pesar de lo trágico. Me encontraba en
un barco, siendo un bebé de meses y me arrojaron al mar. Recuerdo la
caída como algo confuso, luego el frío, el ahogo y un instante de
desesperación, pero después un sopor agradable y una sensación de
libertad, viéndome fuera de los pañales que me tenían como prisionero
en traje de momia.
Eso duró unos momentos, pero más largos estos que la sensación
de ahogo que fue muy corta. Después, una sensación de plenitud que
me duró por largos minutos cuando recuperé la consciencia objetiva.
En
fin, que he presentado abiertamente mis intimidades psíquicas y
espirituales a pesar del riesgo del descrédito en otras cuestiones
(comerciales y sociales) porque no se puede vivir reprimiendo las
verdades que se saben y sienten sin el riesgo de perderse a uno mismo.
A muchos Lectores mi situación les resultará afín y les ayudará a
comprender sus experiencias, a otros les ayudará en el futuro si no
pueden Trascender y evitar la muerte, como seguramente habrá
charlatanes que harán de este material y/o lo que aprendan de él, las
adulteraciones necesarias a sus intereses absurdos y espurios. Pero no
podemos callar la verdad de la razón por la que nacemos, por el riesgo implícito de que se inventen mentiras y rollos pseudoesotéricos o
místicos con ella.
Ramiro de Granada
Muy Interesante... que disfrute su viaje!!!
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