jueves, 20 de junio de 2019

REENCARNACIÓN Y EL VIAJE ASTRAL - ESPIRITISMO Y EXPERIENCIAS ESPIRITISTAS

Mi vida siguió con bastante normalidad -dentro de lo que cabe a un "bicho raro", como era y sigo siendo considerado aún en el seno familiar- entre experimentos con pirámides, aprendizajes de artes, escribiendo cientos de poemas, danzas folklóricas, cantando en locales nocturnos mediante una autorización judicial (era menor de edad) y practicando mi "deporte favorito": Era Bombero Voluntario en el Cuerpo de Bomberos de mi ciudad. No volví a tener esos recuerdos hasta tres años después, durante los cuales hice contacto con grupos espiritistas, estudiaba con más profundidad las religiones y hasta pude efectuar unas cuantas prácticas con la Ouija, la cual es realmente muy peligrosa y nada útil para la gente que quiera aprender y evolucionar. 

A los catorce años recibí tras unos experimentos con espectroscopios y algunos estudios psicológicos- una beca para estudiar en el Panamerican Parapsichology Institute, con sede en Canadá. No me tomé muy en serio esa enseñanza a distancia, pero la preparación obtenida, correspondiente al material que recibía cada mes, era de primerísimo nivel y me dio una formación en todas las escuelas de psicología clásica (Freud, Jung, Adler, etc.), con el agregado de conocimientos esotéricos muy útiles en la práctica, que no me daban ni las Ordenes Esotéricas por ser menor de edad, ni los libros ordinarios. Por lo tanto, tenía un arsenal de elementos muy buenos para investigar y discernir los fenómenos espiritistas, desde la macabra Ouija, que facilita un contacto con diversidad de elementos Astrales, pero "a ciegas", hasta las prácticas menos peligrosas y mejor controladas de la Escuela Científica Basilio. En esta escuela espiritista se producen básicamente tres formas de trabajo. 

La primera es la "Liberación", que se efectúa casi todos los días hábiles en un horario bastante flexible. Los adeptos tienen varias horas en las que pueden permanecer sentados en el salón (casi siempre regenteado por un Director o un Auxiliar) efectuando un movimiento de manos, mediante el cual se moviliza la propia energía psíquica. Al pensar en una persona, situación, el propio hogar, etc., se atrae hacia sí toda la negatividad, toda la energía distorsionada, etc., que tenga ese sitio o persona en que se piensa. Esa "fuerza negativa" es generalmente efluvia, pero otras veces se atraen entidades astrales de mayor efecto y peligro. Esa “carga” es depositada al pie de una cruz (que a diferencia de la Iglesia no tiene el Cristo crucificado, pero sí la corona de espinas, o sea la misma cosa, en el fondo). Se supone que allí esa energía se transmuta y/o se disuelve. 

El fenómeno es real en gran medida, dependiendo de la capacidad de concentración y psiquismo de las personas, pero la mayoría no consiguen mucha "liberación" de este modo, toda vez que no se atacan in situ las causas de cualquier negatividad y ésta es la propia psicología llena de parásitos y la de la gente que se trata de liberar. Arrancar sus parásitos emocionales no es posible ni con liberación "fluídica" ni nada por el estilo. Algunos magos muy avanzados consiguen materializar esos parásitos y arrancarlos mediante operaciones psiónicas, pero de los que hay en el mundo (unos trescientos) sólo algo más de una veintena son auténticos. Los demás, vergonzosos y lamentables fraudes. Pero aún los auténticos sólo consiguen sacar el parásito temporalmente, en forma de quistes, gusanos, etc., pero el paciente, al no haber ensayado en si mismo la Catarsis, vuelva a generar lo mismo en poco tiempo. Diferente es cuando hay "apoyos Astrales", he ahí la segunda modalidad de trabajo espiritista. 

En el "culto" propiamente dicho, se ataca con mayor energía a los elementos Astrales que andan rondando a las personas y lugares, pero este trabajo también es bastante confuso, porque se presentan cascarones Astrales que los adeptos confunden con los "espíritus". Y el Espíritu es un Principio Universal, no una entidad, o si se quiere, el Verdadero Ser, que por lo general ha abandonado ya ese cuerpo Astral llamado "cascarón". Esos cascarones ni siquiera son las Almas, sino meros cuerpos Astrales vacíos, que funcionan por inercia, como autómatas programados durante una vida y destinados a disolverse una vez que el Alma lo abandona, en mayor o menor tiempo. Hay ocasiones en que un Ser real aparece con su Alma y su Astral, repleto de las emociones (parásitos psíquicos) que acumuló en su vida. Otras veces son accidentados y muertos en general que no han logrado comprender su situación. Allí "se les hace pasar al Bien", lo cual no es más que acelerar la Segunda Muerte para entrar al Devachán, disolviendo el Astral. 

El Devachán es una capa de la magnetosfera terrestre, donde las Almas desencarnadas pasan cualquier tiempo -desde minutos hasta eonesantes de volver a encarnar, atraídas por las relaciones psíquicas con sus nuevos progenitores, que muchas veces son familiares de muchas vidas. Pero esa espera, además de innecesaria es peligrosa para el Alma, que se encuentra a veces a merced de incidentes cósmicos y variaciones magnéticas de la Tierra. Es demasiado largo ese tema del Devachán y poco importante por ahora, así que volvamos más hacia el Astral: La capa magnética donde normalmente se encuentran los cascarones Astrales se llama Kamaloka, pero éste ya casi no existe como estrato diferenciado, debido a las explosiones nucleares y otros desmanes hechos en la Naturaleza por nuestra civilización. Toda esta "promiscuidad" de relaciones karmáticas entre las personas que encarnamos a veces como padres de los que fueron nuestros hijos y viceversa, o nuestros hermanos cuando antes fuimos enemigos, esposos, etc., tiene factores negativos y positivos, ya que existen karmas de relación en ambos sentidos -positivos y negativos- (buenos y malos, para ser más claro, aunque la Polaridad es usada aquí un poco arbitrariamente). 

Como yo tenía mis propios conocimientos y experiencias, más allá de lo que la E.C.B. enseña, lo que hacía disolver rápidamente los cascarones vacíos y orientar del mejor modo que podía a los Seres desencarnados cuya Alma podía ver y asegurarme que no era ni un cascarón ni un "Burlesco" de los que también hay muchos. Les decía a esos Seres que se apresuraran a buscar un matrimonio afín, que estuviese buscando engendrar, acorde a sus mismas cualidades, raza, cultura, etc., con la mayor consciencia posible. Como los médiums solían meter sus propias ideas y prejuicios, muchas veces les hacía "rechazar" (liberarse del Astral), entonces les daba una rápida información de cuanto sabía, ya que en Astral la comunicación telepática es plena, completa, instantánea. En la medida que fui adquiriendo más conocimientos, mejor hacía este servicio, que he continuado a menor ritmo pero eventualmente hago lo que deberían hacer los sacerdotes, ignorantes ya de toda la Doctrina Esotérica Kristiana ortodoxa. Esto es: Dar a los difuntos indicaciones y ayuda para que vuelvan a encarnar en las mejores condiciones posibles. La tercera modalidad de trabajo espiritista es la "materialización de Familiares y Amigos", que se hace una vez al mes, pero muchas veces no son ni familiares ni amigos de los presentes, los que reciben los médiums, sino entidades Astrales impostoras. 

Llamamos "entidad Astral" -a diferencia de "cascarón", cuando se trata de un Ser, con su Alma, pero sometido a los parásitos emocionales de un cuerpo Astral que no abandona ni reencarna y el que -siendo una personalidad determinadapuede fácilmente adquirir una apariencia como la que alguno de los presentes tiene en memoria. Más aún cuando la persona espera ansiosamente tomar contacto con alguien fallecido. De esta manera la entidad Astral se nutre durante un buen rato -y para mucho tiempo- de la energía vital del médium y de la energía psíquica del "pariente" presente en el salón. Sin embargo, no es esta la generalidad de los casos. En una misma sesión de este tipo ocurre de todo un poco. Muchos de los "visitantes" desencarnados son ciertamente parientes de los presentes, pero tampoco consiguen estas entidades Astrales más beneficio que una carga vital para permanecer algún tiempo más en el limbo Astral, sin recibir la información adecuada para continuar su proceso post-mortem reencarnando en mejores circunstancias. 

También sucede muchas veces que la entidad Astral recibe una impresión mental del pariente como del médium, en que "debe irse a la Luz" lo cual produce un impacto psíquico que hace retraer la consciencia hacia el Alma, encerrándose en ella y abandonando el cuerpo Astral. El resultado es que inmediatamente sale despedido hacia el Devachán. Libre de su Astral, si, pero desaprovechando una ocasión para vitalizarse y encarnar nuevamente sin pérdida de toda su memoria emocional. No todas las personas que reencarnan sin pasar al Devachán lo hacen con el mismo Astral. Por el contrario, la gran mayoría usa - conscientemente o no- el cuerpo Astral para encontrar a sus progenitores (no siempre los más convenientes sino los más afines), pero al momento de internarse la consciencia en el feto, el Astral se rompe como una cáscara, quedando como una ropa vieja que se deshará más o menos rápido, mientras que el Astral en formación (el del feto) es asumido como propio. 

El modo de evitar esta pérdida del Astral anterior es un poco complicado de explicar, porque suele precisar de la ayuda de otra entidad Astral o de una formación específica; es decir, fortaleciendo el Astral en esta vida, nutriéndolo con la energía Kundalini y purificándolo mediante la Catarsis y la práctica de la Yoga. Si el Astral utilizado durante la encarnación anterior está limpio de parásitos y con alguna vitalidad, el Ser no retrae la Consciencia. Al no "dormirse" en su nuevo cuerpo, el cuerpo Astral en formación es absorbido por el anterior, más fuerte y completo, produciéndose una "Segunda Vida Astral", como se llama a este caso, que es el mío. Aún así, tengo algunas diferencias con lo habitual, porque -aquí el problema de fechas que he insinuado antes- he muerto como Mark Addlerrick (las iniciales que recordaba de pequeño eran las de un anillo de plata) el dos de enero de 1959, naciendo como Ramiro el 13 del mismo mes y año. Sólo once días entre la muerte y el nacimiento, cuando el Ser suele hacerse cargo de su nuevo cuerpo durante el cuarto mes de embarazo. 

El asunto me fue resuelto mediante la ayuda de un guía Astral (que se llama Gabriel, del que hablo luego). Este camarada me hizo una especie de armonización en algún momento, mientras dormía y luego de haberme pedido autorización, para facilitarme recordar por mi mismo aquellos días entre la muerte y la reencarnación. Supe por él que el trabajo estaba hecho y debía mantener una simple disciplina mental, a fin de que la mente pudiera acceder a los momentos anteriores al nacimiento. Algo similar a los ejercicios gestálticos. Varios días después, mientras me hallaba haciendo unas tareas ordinarias en casa, comencé a sentir las mismas sensaciones que recordaba de las primeras horas posteriores al nacimiento, cuando me hallaba en brazos de mi padre (También fue gracioso a mis diez años, pasar frente a la casa donde nací, en un pueblo porque no había vuelto nunca y decirle a mis tíos "¡Allí nací yo...! ¡Qué grande está el árbol...!, mi papá me tenía en brazos” y mis tíos, que estuvieron presentes, muy sorprendidos por mi memoria). 

El caso es que aquel recuerdo que siempre mantuve se hizo más intenso y ya recordaba el momento en que me estaban bañando y que hacía mucho calor. Después sentí el encierro en el vientre materno, que no me parecía muy cómodo y el recuerdo se fue al momento de verme como Mark Addlerrick en la cama, el físico allí y yo en Astral. Hubo una pérdida temporal de la consciencia y me encontré frente a cuatro Entidades a quienes conocía perfectamente, pero no veía sus cuerpos (ni Astral ni imagen de ninguna clase). Me preguntaron si realmente deseaba volver a encarnar "aquí afuera", en vez que en el Interior de la Tierra, y sabiendo que me sometía a un terrible compromiso, acepté, refirmando un antiguo juramento de luchar mientras me fuera posible para que la Humanidad salga de la ignorancia, la esclavitud y la mortalidad. 

Se me explicó rápidamente que otro Ser había preparado un cuerpo que nacería en pocos días, pero que por su carga vital y Vraja Rojo (*) acumulado, superior a mi condición, podía permanecer mucho tiempo en el Plano Astral y buscar un nuevo embarazo. Al aceptar yo mi encarnación sobre la superficie externa de la Tierra, estos Seres (seguramente en Astral, aunque por alguna razón que desconozco no los veía) ayudaron al proceso mediante el cual fue sacado del cuerpo el que lo guió en su formación, para en el mismo momento ser yo "trasplantado". Mi cuerpo Astral no tenía un pequeño Astral en formación que absorber, puesto que ya había sido absorbido por el Camarada que me cedió el puesto, de modo que había, además de una auténtica Cirugía Astral, un falta de vitalidad que debió suplir mi propio Astral. A consecuencia de todo ello, no dormí ni un segundo durante los 40 días posteriores al nacimiento. Esto fue verificado por todos los médicos disponibles en Santa Rosa de La Pampa y luego en Mendoza, adonde me llevaron con la seguridad de que moriría a poco de llegar, porque prácticamente no mamaba, vomitaba todo y sólo me pasaba el agua. 

Los diagnósticos fueron desde tuberculosis hasta malformaciones cerebrales, pero mi padre se opuso a que me hicieran radiografías, sabiendo que podían dañarme más aún. Seguí sin dormir durante un par de meses más, lo que produjo a mi padres infinito sufrimiento y angustia, cosas que siempre he recordado a trozos, pero con bastante claridad. Finalmente, un vidente de la E.C.B. (donde me llevaron años después) les dijo que no se preocuparan, porque en una fecha determinada empezaría a dormir. En esa fecha exacta dejé de llorar y dormí unos minutos. Mi madre creyó que había muerto, pero todo empezó a funcionar nuevamente, a beber leche especial y dormir regularmente, cada vez más. Allí se me acaban muchos recuerdos, la mente se empieza a ajustar a las nuevas condiciones y el Astral también. 

No obstante, la serie de experiencias que tuvieron lugar después se produjeron en gran medida, gracias al contacto que se produce por la alineación energética de un Astral aseado, un cuerpo sano y la memoria del Alma. (*) [Sobre mi guía Gabriel y el Vraja Rojo: Esta Entidad Astral lleva muchas décadas sin encarnar, habiendo hecho sus últimas cinco vidas con el mismo cuerpo emocional. Cuando el cuerpo Astral no muere y se mantiene limpio, la propia naturaleza del conjunto corporal hace que el fluido "Kundalini" (el que se pierde en la eyaculación seminal o se recupera para retroalimentarse mediante el Tantra Yoga), suba al plano Astral y este cuerpo lo transforma en una materia llamada Vraja genéricamente y Vraja Rojo cuando es limpia. 

El Vraja Rojo va dando cualidades de invulnerabilidad al cuerpo Astral, al grado de que no puede ser quemado ni cortado o dañado por ningún método físico ni metafísico. Para perder la cualidad del Vraja es preciso desvitalizarse durante mucho tiempo en el Astral, o encarnar y perderlo por eyaculaciones orgásmicas. Todo esto vale tanto para el varón como para la mujer, porque la hembra también tiene eyaculación energética en el orgasmo fornicario (es decir, el orgasmo "hacia abajo", diferente del Orgasmo Tántrico, mucho más placentero en el sexo pero sin pérdida energética)]. 

 MÁS RECUERDOS 

Me encontraba en una sesión espiritista de las habituales en la E.C.B. y se presentó un cascarón Astral que llevaría, por su apariencia, unos dos mil años en ese limbo en que no terminan de disolverse, ya por cuestiones del campo magnético terrestre (que conserva algunas formas Astrales durante mucho tiempo mientras no salgan de allí), o por alguna otra razón. Sospeché que aquel no era un cascarón, sino una proyección mental de alguno de los presentes en el salón, porque había una diferencia de movimientos y borrosidades, como cuando una película es mal proyectada y tiene algunos cortes y reempalmes. Me levanté y acercándome al director de la sesión (que se llama "culto" en la E.C.B.), le dije al oído lo que me parecía que estaba ocurriendo. Pidió a tres personas más, que por tener videncia Astral se hallaban en la primera fila como auxiliares, que estuviesen atentos a los cambios que pudieran ocurrir con el médium y el "espíritu" allí materializado. Con excelente tino, el director llevó aparte a un Auxiliar y yo a otro, para que nos dijesen lo que veían. Después se hizo con el tercero, así que nos aseguramos que los tres Auxiliares veían exactamente lo mismo, sin que nadie hubiese hablado nada hasta el momento. 

Se trataba de un soldado romano de unos cincuenta años, alto y fuerte, vestido con su indumentaria militar y con una pierna entablillada. Como la coincidencia sobre la difusión, borrosidad esporádica y deferencia de movimientos de la imagen era idéntica para los cinco (el director también tenía excelente vista Astral), cada uno volvió a su puesto pero yo me encargué de distraer momentáneamente la atención - uno por uno- de un grupo de personas ubicadas en la tercera fila de bancos. Sentía que desde allí surgía aquella proyección y efectivamente, al tocar el hombro de una mujer más sospechosa, los tres Auxiliares levantaron la mano como habíamos acordado previamente, en el mismo momento que distraje a la mujer, porque la imagen desapareció completamente. 
La médium que supuestamente había recibido a aquel "espíritu" abrió los ojos y se encontraba confundida. La mujer que efectuaba la proyección me miró como deseando matarme, se levantó y se fue para no volver nunca más a la E.C.B. (Al menos a esa filial). O sea que lo estaba haciendo conscientemente. Creaba -con fines que hasta ahora desconozco- una imagen para simular la aparición de un Astral. 

Quizá era una parapsicóloga en plan de investigación, pero aún siendo afiliada a la institución, estaba contribuyendo a su deterioro, aunque en este caso resultó en un aprendizaje para nosotros. Lamentablemente, muchas personas hacen lo mismo inconscientemente y si el director no tiene suficiente manejo del plano Astral todo resulta una farsa que alguien experimentado puede manejar a su antojo. El caso es que aquel soldado proyectado por la mujer, quedó en mi memoria y antes de dormirme (en la cama del cuartel de Bomberos) me puse a repasar aquel fenómeno. Entré en estado alfa -entre el sueño y la vigilia- y comencé a recordar cosas que nunca había estudiado de Roma, ni había visto nada que se pareciera a aquella escena. Me encontraba al mando de un barco que llevaba unos cincuenta hombres. Lanzábamos, junto a otras cuatro naves, una lluvia de flechas sobre el enemigo que se hallaba sobre unas murallas, encima de un acantilado. 

Las piedras, flechas y lanzas con que estos nos respondían, hacían mucho daño y debimos alejarnos momentáneamente. Una de las naves fue alcanzada por flechas incendiarias y comenzaba a arder. La apagamos y mi desesperación era que debía seguir atacando a pesar del poco resultado y de mis hombres que caían a veces, cuando los escudos no soportaban pedradas enormes desde unos cuarenta o más metros de altura. Una señal con bandera amarilla y roja desde el extremo de la muralla, me indicó que debíamos dirigirnos ya a tierra y sumarnos a la columna que había logrado penetrar en la ciudad amurallada. Anclamos a cierta distancia, cerca de una playa y desembarcamos. Allí todo fue correr para sumarnos a una caballería que entraba batiendo a los resistentes y la lucha fue encarnizada. Una lanza me hirió en el costado pero seguí luchando hasta que me quedé sin fuerzas y me caí. Mi jefe bajó de su caballo y me abrazó sin moverme, me recostó sobre su pecho y me dijo que habíamos vencido, así que no podía irme. 

Llegué a escuchar sus palabras que no comprendía en el recuerdo (en latín, seguramente) pero mediante un pequeño esfuerzo de la consciencia, sabía lo que me decía: "Cartago está vencida. 
Este era el último baluarte de los infames. No te mueras, valiente hermano, nuestra madre nos espera a ambos". Yo sentía morirme y no me preocupaba, pero mi hermano Flavius lloraba como un niño. Siendo mayor que yo sentía una gran responsabilidad sobre mí. Alcancé a decirle que no me importaba morir porque habíamos vencido, le besé la mano y ocurrió algo espectacular: Empecé a subir y ver la escena desde arriba. El inmenso baluarte de Cartago, la última plaza resistente, se me presentaba toda, con sus escasos supervivientes hechos prisioneros y todas las terrazas llenas de cadáveres de ambos bandos. Aún desde la altura sentía los sollozos angustiados de mi hermano y compartía su dolor, pero ya no podía hacer que me entendiera, que comprendiera que sólo estaba abrazando mi cuerpo. Me sentía desesperado por no poder consolarle. 

Empecé a volver a la realidad actual, empapado en lágrimas y sintiendo aún la sangre que me mojaba, cuando sonó el teléfono y escuché que el que hacía la guardia repetía "dónde, dígame dónde..." Esa es la respuesta inmediata cuando alguien llama con cierta desesperación y en general siempre, porque con el nerviosismo de un aviso de incendio o accidente, la gente suele olvidar tan importante dato. Así que me esforcé por volver a la realidad objetiva y empecé a vestirme, despertando a los tres compañeros que dormían hacía rato. Como se trataba de un accidente de tráfico volvimos pronto y pude descansar como para ir a la biblioteca apenas salí del colegio, aguantando unas ocho horas de búsquedas, revolviendo toda la sección de historia romana hasta dar con los datos que precisaba comprobar, en una serie de crónicas particulares de las Guerras Púnicas traducidas. 

El libro, editado en Chile en 1890 se llama "Arquivo Punicio". Efectivamente, Flavius Enricio Carsi fue el general que logró batir el último baluarte de Cartago y a sus dos mil ocupantes, en 145 a. de C., meses después de que cayera Cartago bajo el ímpetu de Publio Cornelio Escipión Emiliano, y Asdrúbal se rindiera ante él. Pero yo sabía que llegaría el día en que me encontraría todas las perlas de este collar. Casi al final de la crónica del Baluarte de Tuninia (aún existen ruinas de la casi inexpugnable fortaleza), comenta que Flavius halló la victoria y su ascenso a General, solicitado por Escipión, fue compartido en honores post-mortem por su hermano Marcelius, que cayó en el campo de batalla. Al leer aquellos párrafos casi estropeo el viejo libro con mis lágrimas. Guardé muchos años una fotocopia de aquella noticia que me llegó tan tardíamente, con la que me enteré de mi ascenso a General, aunque sólo podía servir para mi propio recuerdo. 

Curiosamente, mi primer nombre actual es Marcelo (que no uso) y en la vida inmediatamente anterior a ésta, me llamaba Mark. La raíz nominal, que significa "Hijo de Marte", me ha acompañado largamente, como se apreciará luego. En 2003, encontré a mi hermano y él ya sabe que le he reconocido. Aunque no tiene recuerdos askásicos, sus arquetipos, su Alma, siguen igual y actualmente, con gran valentía publica libros En la IIª Guerra Mundial, Wilhelm Strömeher fue un Amigo y Camarada muy allegado, que en un combate fue destruido por una granada. Su hijo lo era para mí como para él, y herido en el campo pude cuidarlo hasta su recuperación. En esta encarnación nos volvemos a encontrar, aunque a muchos kilómetros. Aquel recuerdo respecto a Cartago, también suficientemente comprobado como para no temer por mi salud mental, siempre y cuando el sufrimiento no me destruyera, fue seguido de otro mucho más doloroso aún, poco tiempo después. Cada vez iba siendo más crítica la cuestión y me preocupaba hallar un modo de evitar estas experiencias. Por un lado tenía más consciencia de la prolongación de la existencia más allá de la muerte del cuerpo físico, pero por otro lado temía a esos recuerdos que resultaban tan dolorosos. 

Una tarde, hallándome en compañía de mi madre, hermanos y mi novia, recibí la cédula de notificación militar que me ordenaba presentarme al mes siguiente en el Comando de Ejército correspondiente. Sentía una gran alegría, porque deseaba cumplir mis deberes patrióticos, además cierta vocación militar. Pero aquella emoción me produjo un recuerdo que me dejó desesperado. Casi perdí contacto con la realidad y tuve que encerrarme en mi dormitorio para resguardar la intimidad ante mi familia y la familia de mi novia que se hallaba presente. Tuve que hacer un gran esfuerzo para no caer en una especie de "túnel del tiempo" que me llevaba mentalmente hacia una calle bordeada de altos muros, en que alguien me daba una cédula notificándome de mi sentencia de muerte, mientras dos hombres me llevaban cogido de los brazos. Lo mismo ocurría a un grupo de compañeros, que serían ocho o diez. Sentía una desesperación terrible porque iban a matarnos y sabía perfectamente los motivos. 

La injusticia y la traición que se cometía con nosotros era lo verdaderamente terrible, no la muerte en si. Un militar que parecía ser el único contento con nuestro regreso, iba detrás mío y unos soldados intentaban apartarlo pero él resistía, llamándome Marcel y haciéndome preguntas casi con desesperación. Yo le decía que Armand era un traidor, que nos había enviado a Lisboa para luego hundir el barco mediante el cañoneo desde una goleta con falsa bandera. Asesinándonos de ese modo se perdían todos los documentos y se sacaba de encima a los que conocíamos su estrategia política. 
El barco fue averiado pero una borrasca nos alejó del agresor y tras varios días de navegación desesperada, mantenido a flote a duras penas, fuimos a parar, a un islote - quizá perteneciente a Las Azores -, donde pudimos sobrevivir sin mayores sobresaltos hasta que por fin nos recogió un buque que nos devolvió a Francia unos dos años después. El recibimiento resultó incomprensible, porque en vez de alegrías - aunque fuese cargada de hipocresía- concluyó con la inmediata orden de ejecución. Supuestamente, lo hacían por el bien de Francia, pero era una traición a quienes le servíamos fielmente. Otros compañeros lloraban amargamente pero yo gritaba indignado por la traición. Uno a uno nos ponían en una especie de guillotina, pequeña pero igualmente efectiva que la versión más conocida y caían las cabezas; creo que fui el último. 

Sentí la horrible sensación de verme separado del cuerpo por algunos minutos. Alguien me envolvió en un trapo y me metió en un canasto. Aquella sensación de sentir que se es sólo una cabeza, no era tan espantosa como la rabia y el odio por la traición que nos condenaba. Lo más fuerte había pasado, pero seguía sintiendo la rabia y el dolor de aquella infamia cometida por alguien a quien servía patrióticamente y como amigo. Como apenas lograba tomar consciencia de que lo que estaba viviendo era sólo una de aquellas pesadillas, me toqué el cuello y sentí algún alivio al encontrarme completo. Pero el llanto me ahogaba y escuchaba desde lejos que me llamaban. Era mi madre, que logró forzar el frágil pestillo de la puerta y entrar al cuarto. Conté a todos lo que me había ocurrido, porque precisaba desahogarme un poco pero el efecto fue inverso. Volví a caer en el recuerdo y empecé decir además, un montón de detalles, hasta que mi madre preguntó quién era Armand, al que yo tachaba de infame, traidor y cuantos insultos conocía. Le respondí que algún maldito político francés,pero en realidad había estudiado poco y nada de historia francesa, así que quedé por el momento sin saber quién podría ser ese personaje. 

Unos días después, mi madre, que no había vuelto a comentar ni preguntar nada, encontró por azar un dato en unos libros de mi padre. El tal Armand no era otro que el muy conocido Cardenal Richelieu, cuyo verdadero nombre -casi desconocido en Sudamérica- era Armand Jean du Plessis. Averiguar el resto de la trama y ubicar mi situación en ella me fue imposible. Parece que aquellas ejecuciones ordenadas por el gran traidor quedaron impunes y desconocidas en la historia, pero no en el Áskasis Planetario. Y menos en el mío personal, que hasta el día de hoy me duele. Se dice que la guillotina fue inventada por el Dr. Guillotín alrededor del 1760, pero la que yo probé existió casi un siglo antes y puedo dar fe de su eficacia. No creo que ese ¿médico? haya hecho mucha mejora. Recordar semejantes desgracias no era lo que podría esperarse de la memoria de otras encarnaciones, según unas pocas cosas que había conseguido leer al respecto, en revistas y libritos donde supuestamente todos los que recuerdan sus vidas anteriores fueron grandes maestros, príncipes, reinas y toda clase de personajes del "jetset" de la historia... Será que soy un pobre plebeyo, pero mientras tres de esos recuerdos me fueron agradables, los demás fueron un sufrimiento espantoso, unos más y otros menos, pero hubiera querido no tener ninguno, si no fuese porque finalmente me han servido (o he hecho que me sirvan) extrayendo lo mejor de entre lo peor de las experiencias, ocupando un tiempo precioso que hubiera preferido dedicar a mis experimentos con pirámides y otras investigaciones más actuales y materiales. 

El siguiente recuerdo se dio en principio con circunstancias más difusas, a partir de mis intentos por acabar con aquella especie de maldición que me tenía ya bastante preocupado. Finalmente descubrí que tratar de evitarlos podía ser peor que aguantarlos y asumirlos, para luego transmutarlos y/o superarlos. Entré al servicio militar con excelente ánimo. Las privaciones y "bailes" (movimientos forzados) de los gritones suboficiales no hacían más que estimular mi espíritu Guerrero. Mientras que la mayor parte de mis compañeros sufría como pobres desdichados, yo me sentía en plena forma, como si la vida espartana y extremadamente estoica del ámbito militar me llenara de vida. Como me había tocado hacer la milicia en el Grupo de Artillería de Montaña 8, de Uspallata, entre las montañas de Mendoza, ansiaba que terminara la primera etapa de instrucción para emprender las maniobras, en que mi Alma vibraría con los disparos de cañones. Aunque soy "pacífico" y amo la paz, entiendo que sólo la merece quien está preparado para defender matando o muriendo la Libertad, la Dignidad y la Lealtad, virtudes sin las cuales la paz es una vana quimera de esclavos. 

En un viaje por el camino a la Pampa del Leoncito, que hicimos para buscar unas cargas de leñas para las estufas y calderas del cuartel, comencé a tener una terrible sensación de que me caía y me moría de frío, pero conseguí refrenar el recuerdo que comenzaba a perfilarse en mi mente. Iba con otros cinco o seis compañeros en la caja de un camioncito Unimog, bajo un sol de justicia. Estábamos al principio del invierno, pero durante el día no bajaría la temperatura de 35 grados. Tras unos diez minutos de esfuerzos mentales conseguí evitar que el recuerdo aflorara y todo pareció quedar muy normal, ya que parecía que por fin había podido cerrar la puerta a los recuerdos askásicos. Pero mi ánimo no era el mismo y no sabía por qué me hallaba abatido, como con temor, con malos presagios y profunda tristeza. Al volver por el mismo camino, a la vista de las Bóvedas (construidas en 1774), se me mezclaban los sentimientos. Una exultante alegría al ver las Bóvedas, se me mezclaba con la más profunda tristeza, miedo incierto y sensación de frustración. De todos modos, hacía un esfuerzo sobrehumano para escapar de aquel marasmo psíquico, al que no quería dejar que se presentase en toda su brutal claridad como en las ocasiones anteriores. Pero los días se me hacían cada vez más largos, vacíos y lúgubres. Ya no tenía el mismo ímpetu Guerrero ni me entusiasmaba la proximidad de las maniobras de artillería. 

En vez que ello, sentía pánico, angustias que no podía comprender y la permanencia en el cuartel se me convirtió en una tortura. Lo peor era que en los días francos, en vez de disfrutar de esos permisos estando con mi novia y mi familia, la angustia se mantenía con un funesto presentimiento. En uno de los regresos al cuartel, perdí el conocimiento apenas bajé del autobús. Me recuperé unos minutos más tarde, cuando mis compañeros me llevaban a la enfermería. El médico dijo que sería por "puna" (falta de oxígeno), puesto que Uspallata se encuentra a 1725 metros s/n/mar (mil metros más que Mendoza). Pero yo me daba cuenta que algo dentro mío me bloqueaba y no era la falta de aire, a la que ya estaba muy bien acostumbrado. Durante los tres meses posteriores mi vida parecía no tener algún sentido y no me suicidaba porque tenía tampoco un motivo concreto para hacerlo. 

Pero tras unas gamberradas de unos suboficiales en complicidad con un oficial, estuve a punto de quitarme la vida, por cuestiones de honor. Me salvó providencialmente un pequeño poema que encontré en las letrinas, cuyo contenido reproduzco al final del libro. Aquello pasó, pero mi vida seguía siendo un martirio y me desmayaba cuando menos lo esperaba. Me dieron unos días de permiso para consultar a un médico en el Hospital Militar y éste diagnosticó posible falta de líquido raquídeo, quizá por mala alimentación. Le dije que no tenía quejas de la comida, porque si bien la del cuartel era una auténtica porquería, compraba todos los días leche y comida en la despensa civil. Me envió a practicar algunos exámenes y se determinó que no había carencias de líquido raquídeo ni atrofias cerebrales. Finalmente, superando el terror que me agobiaba -especialmente por orgullo, porque muchos compañeros y los cuadros militares creían que lo mío eran puras "mañas" para pedir la baja-, aumentado mi malestar con el temor a desmayarme en circunstancias peligrosas, como me ocurrió en el campo de mi Amigo Rubén, participé de la segunda maniobra, ya que durante la primera me hallaba en el hospital. Un subteniente con el que había entablado amistad desde mi ingreso a la Batería "B" de Artillería de Montaña, me dijo que podía quedarme de cuartelero durante las maniobras, para evitarme las exigencias que implicarían, pero le pedí que por favor no me hiciera tan humillante favor, y que en todo caso me dieran una mula con carga poco importante, por si me desmayaba en el camino. 

Me asignaron una enorme mula cargada con bolsones de sorgo, en vez que con piezas de cañón. Partimos del cuartel y sentía cierta envidia por mis compañeros que llevaban las piezas de cañón en las albardas de las vigorosas mulas y al pasar por las históricas Bóvedas nuevamente me invadió una emoción alegre y optimista, pero a unos veinte kilómetros hacia la montaña, volvió el terror. 
Tal era la fuerza de lo que sentía que me abandoné a lo que sucediera, lo cual no era otra cosa que enfrentarme con aquello que hacía meses venía evitando. Pero estaba dispuesto a enfrentarme con lo que ocurriera, porque había sospechado que quizá mi situación se debía a aquella experiencia cuyas puertas había cerrado. La caravana iba bastante laxa; el jefe de la Batería había dado orden de dejar que cada cual siguiera por el camino o por el amplio río seco de su margen izquierda, según la mula que condujera. Las más grandes y fuertes -como la mía- eran un tanto indómitas y se prefería mantenerlas en el camino, para que alguno de los camiones y los soldados de retén que iban en ellos auxiliara al conductor carguero en caso de estampida de algún animal. 

Comprendí que podía ocurrirme eso si me desmayaba o perdía noción de la realidad y mi mula se escaparía, pero así y todo, me metí al río seco y entre las altas chilcas que llenan de a manchones el cauce, hallé un bosquecillo cerrado, donde podía esconderme hasta que se me pasara lo que presentía a punto de ocurrir. Até los cabestros de la mula al tronco del arbolito más grande, me senté a unos pocos metros y traté de relajarme. Inmediatamente afluyeron a mi mente un montón de imágenes. Las visuales eran muy diferentes del lugar en que me hallaba, pero el entorno inmediato era similar. Estaba todo nevado y me estaba muriendo de frío (aunque en la realidad hacía un día espléndido). Iba sobre una mula pero me hallaba extenuado, con los oídos sangrando, las manos tiesas, de las que se me escapaban las riendas. Nevaba intensamente y veía al resto de la caravana avanzando más o menos con la misma penuria que yo. No eran demasiado diferentes las mulas y arneses, pero si las piezas de cañón y los uniformes. Algunos no teníamos ropas militares; las mías eran botas de potro, un pantalón, una camisa gruesa y un poncho de lana bastante raído. 

Los ojos se me cerraban y estaba muy tieso. En un momento no pude sujetar más las riendas y me caí de la montura. Ya en el suelo alguien vino a mi lado y me daba friegas en los brazos y las piernas, pero me estaba muriendo irremediablemente. Me vi salir del cuerpo y sentí la impotencia y frustración de no poder cumplir con mi General hasta lo último. Por un momento sentí el dolor de aquel hombre que me intentaba recuperar, sin poder lograrlo. Me vi unos instante más abandonado en la nieve y volví a la situación actual. Ya todo había pasado. Mi terror incomprensible, mis angustias, mis penas indescifrables que llevaban más de cinco meses torturando mi ánimo pasaron como por encanto. Aquella larguísima etapa de tristeza infinita sin causa verificable ni comprensible para mi, desapareció instantáneamente. El sol de mi Alma volvió a brillar con todo el esplendor de mi espíritu Guerrero. Me incorporé saltando como un resorte, como si toda la fuerza de la montaña estuviera en mi cuerpo, porque comprendí que aquella amargura de meses no era otra cosa que un trauma retenido. Si hubiera dejado fluir las sensaciones y recuerdos aquella primera vez, sobre la caja del camión, en lugar de reprimir el contacto askásico, sólo hubiese padecido aquellos pocos minutos o a lo sumo media hora. Pero la represión del recuerdo se transformó en pánico, como si fuera a enfrentarme otra vez con el cuerpo actual a aquella misma situación, en la que me congelé y desencarné durante el Cruce de Los Andes del General San Martín, en la columna del Gral. 

Las Heras, a quien recuerdo como un amigo de carácter duro y enérgico, a la vez que magnánimo, comprensivo y amable. A pesar de mis renovadas fuerzas y la clara comprensión de lo ocurrido, no podía evitar llorar, así que mientras me desahogaba a lágrima viva, un suboficial rezagado se acercaba montado a caballo. Para disimular hice como que me arreglaba la ropa y le dije que si no quería aguantar malos olores debía alejarse. Desaté a mi mula y continué llevando aquella mula rápidamente, uniéndome a la caravana en menos de una hora. Al llegar al sitio donde se armaría la primera la práctica de tiro, pedí al Sargento 1º que me devolviera el rol de combate que me correspondía según la primera lista de personal y con asombro por su parte, accedió a dejarme el puesto de primer sirviente de pieza, que requiere de mucha energía y exactitud en los movimientos. El Jefe de la Batería, viendo mis movimientos y participación a pleno entusiasmo en la maniobra me dijo al día siguiente que había notado en mi un cambio espectacular. - Pensé que no iba sobrevivir a esta maniobra. 

¿Tenía miedo de participar?. 
- Si, mi Teniente Primero, pero yo mismo no lo sabía y no por lo motivos que Usted pueda imaginar. - ¿Me los explica o son demasiado personales?.
 - Son muy personales y se los contaría igual, pero me tendría por rematadamente loco... 
- No se preocupe, -respondió- no le daré por loco. Si le apetece, cuénteme qué le ha estado sucediendo. Lleva meses hecho una piltrafa que se desmaya cada dos por tres, pero parece que se le ha pasado todo. 
Su conducta de ayer y hoy supera al estado de ánimo de toda la Batería junta. 
- Preferiría contárselo cuando volvamos al cuartel, mi Teniente Primero, a menos que me ordene hacerlo ahora mismo. 
- No, no le ordenaré eso. Sería faltarle el respeto, así que olvídelo. Si quiere, cuando volvamos... 
Una semana después, de regreso a la unidad militar, me llamó el Jefe para preguntarme si quería darle alguna explicación o prefería dejar el asunto olvidado. El Teniente Primero me inspiraba suficiente confianza así que le conté todo lo acontecido. Me creyó en cuanto mi vivencia, pero como es lógico, consideró que ciertamente estaría loco. 
- En todo caso -me dijo- es Usted un loco muy interesante. 
Lo que me ha contado nadie lo sabrá y su locura no parece ser peligrosa. Se ha comportado en las maniobras como el mejor de los soldados, así que no se preocupe. Puede contarme las cosas que quiera, que todo lo que me diga será guardado en mi más personal secreto. Unas semanas más tarde me mandó a llamar para confiarme unos recados un tanto especiales, trámites particulares en la ciudad de Mendoza. 

Como disponíamos unas tres o cuatro horas libres aquella tarde y yo no partiría hasta la mañana siguiente, me invitó un café en su despacho, nos pusimos a conversar sobre aquel asunto que le había confiado. A ver tras un armario un mueble donde había siete u ocho sables, floretes y espadas, le pregunté si practicaba esgrima o tenía eso como adorno. Me dijo que había ganado varios de los campeonatos de esgrima provinciales y el año anterior había salido segundo en un campeonato nacional del ejército. 
- ¿Practicaría un poco conmigo... ? 
- me atreví a sugerirle. 
- No duraría Usted ni tres segundos. 

¿Ha practicado alguna vez?. 
- En esta vida no, salvo cuando era pequeño y nadie podía competir conmigo, caña en mano o con una espada que me hice con tablas... Su carcajada fue estrepitosa, mientras me decía que ahora sería al revés. Que aún con un florete de esgrima, intentar derrotarle a él, sería como siendo un niño con una caña en la mano. 
- No esté tan seguro, mi Teniente Primero. Tengo la sensación de que no le sería tan fácil... 
- Vamos, Ramiro, no me provoque, que luego no se va a aguantar los azotes que le daría en el culo. 
- Eso que dice es toda una provocación, mi Teniente Primero... 
-dije sonriendo maliciosamente. 
- De acuerdo... No lo voy a dejar con las ganas de probar, pero mañana tendrá que viajar de pie, porque no se va poder sentar. Salimos ambos con floretes, máscara y guantes, para hacer unos tiros de esgrima en la amplia galería del edificio. Algunos suboficiales ociosos se dispusieron a ver el espectáculo. Empezamos y le dejé hacer los primeros tiros, que pude parar como si nunca hubiese hecho otra cosa. Me sentía invencible con el florete y se lo dije, a lo que respondió riendo, que no me iba a durar mucho ese sentimiento. 

Los siguientes lances fueron más rápidos y técnicos, pero igual no alcanzó a tocarme. Cuando pude concentrarme en la acción, pasé al doble juego de defensa y ataque inesperado, tocándolo en una pierna y en el hombro, con diferencia de unos segundos. Ambos estábamos sorprendidos y aquello podía ser un deshonor ante los suboficiales u otro oficial presentes, que estaban extrañados de verme manipular la espada como un maestro. Como hablaban y nos distraían (pero en realidad para que nos dejaran hablar con soltura),ordenó a todo el personal desaparecer. En cinco segundos estábamos completamente solos y me preguntó dónde solía practicar. Le respondí que en ninguna parte, pero que seguramente, así como había sufrido por aquellos recuerdos askásicos, conservaba algunas cosas aprendidas, como el manejo de la espada. - Déjese de tonterías, Ramiro. Le estoy haciendo una pregunta formal. ¿Va al Club de Esgrima en Mendoza?. 
- No, mi Teniente Primero. Es la primera vez que tengo con estas manos una espada de verdad. - Se lo vuelvo a preguntar formalmente y es mejor que me diga la verdad. No se puede manejar así la espada sin años de aprendizaje y entrenamiento... 
- Se lo juro, mi Teniente Primero. No he practicado en esta vida en ningún club ni he tenido antes una espada de verdad en la mano. Seguimos unos diez minutos, en que volví a tocarle dos veces y ambos sudábamos a chorros. Pero yo estaba interiormente frío, tranquilo, como quien se ejercita en lo de siempre, un poco enseñando, un poco demostrando y un poco sorprendiendo a un alumno. 

El colmo llegó cuando mediante un gancho de remolino y media vuelta doble conseguí darle en su trasero y volver la espada al otro lado, obligándole a intentar esquivar un toque al pecho para lanzarme agachado por su flanco derecho y darle en el trasero nuevamente con el botón de la espada. - ¡Touché! -gritó entre indignado y asombrado- ¡Cómo es posible...! ¡ Ya basta, Ramiro, me ha vencido, es increíble!. ¡Eso no puede ser producto de habilidad innata, Usted practica esgrima desde niño!. 
- Le juro que no, mi Teniente Primero. Puede averiguarlo, tengo demasiado con el estudio, sirvo en el Cuerpo de Bomberos, canto por las noches en los cabarets de Mendoza, vendo ropa y otras mercaderías los fines de semana en los barrios alejados... Nunca he tenido ni tiempo ni interés en practicar esgrima. Fuimos a su despacho mientras me preguntaba por tercera vez dónde practicaba, advirtiéndome que si no le decía la verdad la cosa se pondría muy seria y me metería en un calabozo para pasar luego a un hospital psiquiátrico, sólo por no decirle la verdad y mentirle innecesariamente. - Bastará sólo un llamado telefónico -dijo- así que le doy la última oportunidad... 
 - Hágalo, mi Teniente Primero. 
-respondí tranquilamente
- Llame y averigüe. Verá que jamás he pisado un club de esgrima, salvo el regio restaurante de Gimnasia y Esgrima, donde uso muy bien el cuchillo y el tenedor, pero no las espadas. 
No tengo espadas en mi casa, no tengo ni siquiera un amigo o conocido que practique esgrima, aparte de Usted mismo. Tampoco he visto en directo jamás un campeonato o las prácticas de esgrima del club de Mendoza ni en ningún sitio... Hizo un llamado telefónico y pasó mi nombre y documento de identidad, preguntando qué información había sobre mi vida civil y si podía comprobarse que alguna vez haya practicado esgrima. Colgó y esperamos algo más de una hora, conversando diversas cuestiones sobre mis actividades civiles y sobre sus campeonatos de esgrima y tiro con pistola, de los que tenía varios trofeos y medallas, así como un impecable currículum militar. 

Por fin el teléfono sonó y escuchó atentamente un informe que le leyeron durante más de un cuarto de hora, intercalado con algunas preguntas específicas. La inteligencia militar tenía absolutamente todos los informes sobre mi persona, rutinas, actividades, suscripciones, cantidad aproximada de horas pasada en las bibliotecas, suma de horas de permanencia en el cuartel de Bomberos durante los cuatro últimos años y actividades realizadas, calificaciones de estudios regulares, notas y observaciones de mérito en el Panamerican Parapsichology Institute, sitios donde compraba mercadería al por mayor para vender los fines de semana en los barrios alejados de la ciudad, composición familiar y muchos otros detalles privados. 

El hecho de pertenecer a la E.C.B. como afiliado y a la Cruz Roja y un Cuerpo de Bomberos, obligaba a la policía a tener al día todos los expedientes personales, de los cuales la inteligencia militar averiguó inmediatamente, ampliando la información por lógica de contactos. 
Cuando colgó el teléfono, me dijo francamente que no sólo le había demostrado ser un excelente espadachín, sino también un verdadero reencarnado, a lo que respondí que él y toda la gente lo es, aunque muy pocos puedan recordarlo. Así que al regresar días después con los trámites y encargos efectuados con perfecta diligencia, me pidió que le comentara todo lo que quisiera sobre mis vidas anteriores, asegurándome que nada de lo que le dijese pasaría a información militar ni escrito alguno. Como estaba seguro de la ética de mi Jefe, no tuve inconvenientes en contarle más cosas en sucesivas reuniones y paseos que hacíamos por las montañas de Uspallata. Aunque estas charlas sólo fueron un par, para mi significó un gran alivio tener alguien confiable y objetivo a quien confiar mis intimidades espirituales. 

 El mes de Diciembre de 1978, Chile y Argentina estuvieron a punto de enfrentarse en la más absurda de las guerras fratricidas. Las movilizaciones, que afortunadamente no llegaron a la guerra declarada, terminaron cuatro meses después, pero hasta Agosto no obtendríamos la baja. Así que a finales de Marzo conseguí que me permitieran reemplazar al soldado que cuidaba las Bóvedas de Uspallata, que por razón de estudio conseguía licencia definitiva. Las pocas veces que las había visitado o cuando pasaba por el camino a San Alberto y las veía, mi Alma vibraba con profunda nostalgia y se mezclaban sentimientos de Amor, con hermosos presagios de futuro, que no podía comprender. 
El soldado que salía licenciado me explicó algunas cosas, como para guiar a los turistas y recibir de estos las habituales propinas, que empleaba enteramente en comprar materiales para hacer algunas refacciones en las Bóvedas. Les arreglé la cúspide a dos de ellas y reforcé la tercera, pues la lluvia y el abandono estaban erosionándolas. Mientras arreglaba las cúpulas de las Bóvedas recordé qué había hecho allí. Era militar, pero no recordaba la graduación. Sabía que era el jefe de ese destacamento, que las Bóvedas habían sido construidas poco antes de ser encomendado a esa guarnición y que estaba casado y mi mujer vivía allí conmigo. 

Tenía un sable con la inscripción de Guardia Real, que no encontré entre las piezas de museo que abundaban en las Bóvedas. Me senté sobre el tejado y me concentré en el recuerdo, esperando lo peor, como en las anteriores ocasiones, pero no sucedió nada desagradable. La memoria de mi esposa llegando con una pareja de aborígenes y un mozuelo de unos quince años, en una carreta tirada por cuatro caballos y llena de bultos, me produjo una alegría tremenda. Allí empecé a perder un poco el sentido de la realidad, pero no demasiado. Pude observar el paisaje, sólo diferente al actual en cuanto a la vegetación. Aquel día debió ser uno del año 1779, más o menos. Luego aparecieron unos aborígenes que llegaban con mulas y caballos cargados de bolsas con minerales y los llevaban a la fundición que se encontraba del otro lado del camino, a unos treinta metros. Me sentía arriba de un atalaya de madera (que hoy no existe) y bajaba sus escaleras impaciente por abrazar a mi esposa. 

El chico era mi sobrino y su padre salió del interior de la casa lateral al oír mi aviso de la llegada de la carreta. Allí el recuerdo empezó a desvanecerse e intenté por algunos minutos recobrar el contacto con los recuerdos, porque pasó un camión de mi unidad militar y me distraje, no pudiendo recobrar el estado de memoria askásica ese día, pero sí poco después, mientras barría las instalaciones. Recordé que un día había conseguido que mi cuñado, el ingeniero de caminos hermano de mi esposa, me trajera tablas duras para hacer grabados, ya que las blandas de álamo no servían para tal fin. Me trajo un corte de olivo en que dibujé y luego grabé con mucho cuidado durante semanas, nuestra carreta de cuatro ruedas, que era la que usábamos como transporte entre Uspallata y la ciudad de Mendoza, distante 95 Kms. Otros detalles me iban dando pautas de la época aproximada de aquellos recuerdos, como la ropa y algunos acontecimientos, pero me faltaban puntos de importancia para estar seguro de que aquello era realmente un recuerdo, así que fui al archivo histórico de Mendoza y me ocupé de informarme de algunos detalles, pero faltaban datos. Durante los días de permiso, que pasaba en el archivo histórico y en la Biblioteca San Martín, fui encontrando detalles que no estaban relacionados, pero en mi recuerdo empezaron a aparecer las perlas que faltaban. 

En un libro sobre la Mendoza Colonial encontré -con gran sobresalto- la reproducción del grabado que había hecho de la carreta, aparcada en un costado de las Bóvedas, con éstas de fondo. También recordé que había pintado muchos cuadros, usando aceite y pigmentos que me conseguían los aborígenes, pero uno tenía el mismo motivo de la carreta, sólo que a la orilla del arroyo que discurría a escasos metros de las Bóvedas. No conseguí averiguar el paradero de las obras, pero la confirmación me era suficiente. Al terminar el servicio militar, me casé y tuve tres años muy felices, hasta que surgió un tercero destruyendo el matrimonio, pero en ese lapso serví en el ejército, en un grupo científico especial dedicado a la investigación psicotrónica y de los supuestos contactos extraterrestres, componentes de un fenómeno social y político de extrema importancia y que por ello se halla sumido en terribles confusiones aún hoy en día. No hablaré de estos asuntos en este libro, porque siendo de enorme importancia no tienen relación directa con el tema que nos ocupa. El caso es que a poco de producirse mi separación me encontré en un estado emocional de extrema sensibilidad, por lo que empecé a tener una larga serie de recuerdos que darían lugar a escribir decenas de libros puramente casuísticos, pero relataré sólo uno y por ahora el último y más importante de toda esa serie que duró casi un año. 

Me encontraba en casa de mis padres leyendo una revista de comic, donde un personaje se llamaba Mark. El nombre me empezó a sonar, pero en un sentido muy personal. Inmediatamente apareció mi apellido con tanta claridad -Addlerrick- que casi pierdo completamente el contacto con la realidad objetiva. Me fui a mi cuarto y me recosté, porque intuí que podía producirse algún recuerdo doloroso. Más o menos lo fue, pero no tanto para ser traumático. Vi a una niña corriendo sobre un caballo desbocado y corrí tratando de frenarlo. No conseguí llegar a tiempo para interceptarlo y el caballo siguió enfilando hacia un estrecho puente de madera, en dirección a nuestra casa. Yo no sé cuál sería mi edad en ese momento, pero la niña tendría doce o trece años. El caballo pasó tan cerca del poste de cabecera del puente, que el estribo derecho lo tocó y la niña fue arrebatada con toda la montura, cayendo al un poco más atrás del puente por el revoleo que dio, mientras el caballo seguía solo su loca carrera. 

Corrí y traté de levantar a la niña, que estaba desmayada; en mi desesperación la llamaba por su nombre Sonja (Sonia). Ella no reaccionaba y tras desenredar sus piernas de la montura -la derecha estaba rota- la llevé en brazos hacia la casa, corriendo y algo enceguecido con mis lágrimas. Allí se desvaneció el recuerdo pero inmediatamente me vi en un despacho acomodando papeles. Un soldado me daba indicaciones y yo le decía que se quedara tranquilo. No hablábamos español, pero en el recuerdo yo sabía el sentido de lo que hablábamos. Finalmente el soldado me dio un sobre que abrí en su presencia y era una extensa nota con indicaciones y elogios, adjuntando un documento que sería un pasaporte o un salvoconducto. La nota tenía abajo una firma y un sello oficial. Le dije al soldado que me sentía sinceramente honrado y éste disculpó al remitente de no poder entregarme en acto público una medalla, que me entregó él mismo en ese instante. Las lágrimas me brotaron tanto en el recuerdo como en la realidad física y luego emprendí un viaje. 

Después me hallaba en Argentina, en Buenos Aires, al frente de un almacén de ramos generales, al parecer llevando una vida completamente civil, luego de haber sido militar y diplomático. Recordé que había nacido entonces en Budapest, pero no sabía en qué época. Así que tenía una serie de datos, porque recordaba haber vivido muchos años en Buenos Aires, con mi esposa Tati y dos hijas, de las cuales sólo recordaba el nombre de una: Sonia. Al día siguiente estaba viajando a esa Capital para confirmar lo recordado. Un dolor me agobiaba y era el hecho de que mi circunstancial esposa me habían puesto al morir, en la tumba, un crucifijo de hierro con un cristo sangriento artísticamente elaborado con gotas de metal, cosa que mi religión de esa época 
- Cristiana Ortodoxa- no aceptaba en Hungría. En lo personal, jamás acepté el crucifijo sangriento y hoy ni siquiera ese instrumento de tortura representado en la cruz. Mientras hacía en el autobús los mil kilómetros que me separaban de mi destino, fui recordando más detalles y los anotaba con temblorosa mano, sabiendo que tenía estas alternativas: 

a) Podía estar cerca de confirmar mi encarnación inmediatamente anterior, 
b) Llevarme un chasco. 
c) Simplemente que no consiguiera dar con las señas adecuadas o 
d) Quizá lo peor: Sufrir el encuentro con mis seres queridos, a los que no podía presentarme como corresponde. La primera medida al llegar a Buenos Aires, fue conseguir hotel y allí mismo una guía de teléfonos y buscar por mi apellido. Tras un par de llamadas fallidas, presentándome como un viejo amigo del exdiplomático húngaro Mark Addlerrick, con quien deseaba recobrar contacto, un hombre me dijo que seguramente se trataría de su abuelo materno, pero había fallecido en 1959 (el mismo año en que yo nací, pero había un problema de fechas). 

Le pregunté si su madre se llamaba Sonia y me respondió que se llama Sofía, pero su tía sí se llama Sonia. El nombre de Sofía me estremeció y estuve a punto de gritar que esa es mi otra hija. Le pregunté a él su nombre. - Me llamo Gustavo Reten Addlerrick. Si desea, puede dejarme un teléfono y le pediré a mi padre o a mi madre que se pongan en contacto con Usted. - No hace falta, -respondí- porque aún no sé si me quedaré en este hotel, pero le agradecería que me de alguna seña de su tía Sonia, que ella seguramente sabe algunas cosas del pasado que me interesaría recordar... - Bueno, espere... Puede encontrarla en la guía telefónica, que no tengo una por aquí, por el apellido de su marido... (no puedo dar más datos porque estas personas viven aún y no quisiera afectarlas). Me dio los datos, nos despedimos, busqué ansiosamente el número en la guía y efectué con suerte la llamada. Al oír su voz, tan dulce y fina como siempre, afluyeron a mi mente infinidad de detalles. Me presenté como Alexander Spunkel, antiguo compañero de Mark Addlerrick (a quien realmente recuerdo con mucho cariño y falleció mucho antes que yo) y le dije que estaba escribiendo mis memorias. Me comentó que su padre había muerto en 1959 y me hizo algunas preguntas que respondí como pude, en base a algunos recuerdos accesorios. 

Pasada la primera extrañeza por su parte, me confirmó que su papá había muerto el dos de enero de ese año. Le dije que no sabía del fallecimiento y que no me concordaban los datos que tenía. Me aseguró que esa fecha era correcta y que podía visitar su tumba en el cementerio de La Chacarita, pero ella no recordaba el número. - ¿Recuerda Usted la fecha de nacimiento de Mark? -pregunté mientras me chorreaban las lágrimas. - Si, claro. Nació en Budapest el 12 de enero de 1892. ¿Ha sido Usted compañero de mi padre en el cuerpo diplomático? En esa pregunta de mi hija -la que engendré con otro cuerpo, pero que sigue siendo la hija de mi corazón- decenas de recuerdos quedaban confirmados. Tenía el impulso de decirle que era su padre quien le hablaba, que aunque tenía otro cuerpo ahora era yo mismo, que podía decirle cantidad de detalles probatorios, que sólo conocíamos en el seno familiar, anécdotas que se agolpaban en la mente y más recuerdos que me daba cuenta que podían ir saliendo por simple asociación en cuanto quisiera escucharme. 

Pero por otro lado me daba cuenta que semejante cosa podía confundirla, asustarla y terminar ambos muy dañados. Mientras su madre se había aferrado tenazmente a los dogmas religiosos de la religión católica romana, mis hijas estaban tan desconformes con esa iglesia y algunos de sus postulados, que se hallaron mucho mejor en la Iglesia Ortodoxa. No obstante, el tema de la reencarnación era algo que no podía tocar. Me debatía en esos segundos entre los impulsos emocionales y los dictados por mi mente objetiva. 
- ¿ Me oye, señor Alexander ? Creo que le oigo llorar... ¿Se siente bien?. 
- Si... Estoy bien. Perdone Usted, es que... Bueno, cosas de viejos y... Son tantos recuerdos... No quiero causarle molestias, ¿sabe?. - Nada de eso. Tengo maravillosos recuerdos de mi padre. Pero aunque a su edad seguramente se aferra al pasado, igual quizá le gustaría mirar hacia el porvenir... Si vive en Buenos Aires, podemos encontrarnos en el café de la Galería Arcor... Su nombre me suena, mi padre nos ha hablado de Usted, pero creía que había fallecido... 
- No... No hace falta que nos reunamos, por ahora. Un par de preguntas para aclarar algunas cosas y le prometo no molestarla más... 

¿Recuerda Usted un suceso en su niñez, como una caída de un caballo o algo así, cerca de un puente...? 
- Ah, no... No fui yo quien tuvo ese accidente. Quizá mi padre le haya contado que mi tía, que se llama igual que yo, se cayó de un caballo que él tenía ensillado para salir y mi tía lo montó y se desbocó... Eso fue cuando mi padre era muy joven. Siempre tuvo un gran sentimiento de culpa, porque mi tía se rompió una pierna... 
 - ¿Vive aún su tía?. - Si, claro, tiene 85 años, pero los lleva muy bien... Ella nació el primer día del siglo XX... Como mi padre la hizo operar de la pierna en Alemania, donde tenía ciertos privilegios... Seguro que Usted ya sabe todo eso... Pues quedó muy bien. - ¿Y su mamá vive aún?. - No, hace cinco años que falleció de un ataque al corazón. Murió muy tranquila... ¿Por qué no nos reunimos, señor Alexander?, Sería un placer ayudarle en sus escritos en todo lo referido a mi padre. Seguro que mi hermana Sofía también estará encantada de conocerle y recordará algunas cosas más que yo. Tengo muchas fotos de mi padre, por si le interesan...
- No, no... Creo que no será necesario, aunque me encantaría darle un abrazo... Con todo respeto, como a una hija. En cuanto a las fotos tampoco las preciso, recuerdo a su padre muy claramente... Perdone Usted esta molestia y dele mis respetos a su hermana y toda su familia. En fin, que su padre... Seguro que ha vuelto a nacer si es real lo de la reencarnación... 
- No creo en esas cosas, señor Alexander, pero tampoco se sabe mucho al respecto. 
De todos modos mi padre ha de estar en buenas relaciones con Dios. No era muy religioso pero creía en Dios y obró -que yo sepa- siempre bien. 
¿Qué cree Usted, que le conoció en otros ámbitos?. 
- Le aseguro que puede sentirse orgullosa de su padre. 
El sintió siempre por su familia un Amor infinito, y en especial por Usted... Pero no se lo diga a su hermana, que se pondría injustamente celosa. Las ha querido a ambas por igual, pero por Usted tenía más afinidad... Creo que incluso su mamá alguna vez se puso muy celosa... - ¡Ay, si...! ¿Cómo sabe eso?. Bueno, mi padre se lo habrá contado... Eran tonterías de mamá. Ella era muy dominadora y celosa con todo el mundo. La verdad es que nunca se llevó demasiado bien con mi padre, especialmente por el tema religioso... La conversación duró unos minutos más, pero fui distendiéndola para calmarme, porque a cada momento tenía que controlar el impulso de decirle toda la verdad. Me despedí agradeciéndole y prometiendo que la llamaría si precisaba aclarar alguna cuestión más del pasado. 

Una vez que colgué pude llorar cuanto me dio la gana hasta que el camarero me llamó a la puerta, avisando que tenía mesa preparada para la cena. Al día siguiente fui al cementerio y solicité el registro general con motivo de investigaciones históricas familiares. El empleado me miró con alguna desconfianza, me hizo algunas preguntas y me vi obligado a dejarle mi documento de identidad. Me hizo pasar a un cuarto donde me ubicó en los registros por años y en menos de cinco minutos hallé mis referencias. La tumba de Mark Addlerrick estaba a sólo un mes de caducar. Para conservarla habría que pagar unos impuestos, pero no tenía interés alguno en que mis despojos materiales fueran conservados, sino todo lo contrario. Como estábamos en los últimos días de Octubre y habían de hacer varios arreglos en el cementerio para el primero de Noviembre, había sectores inhabilitados al público, así que muy poca gente transitaba. El empleado me permitió de todos modos acceder al sector que me interesaba, el cual se hallaba completamente desierto. Un cuarto de hora después estaba ante mi tumba, tal como la recordaba. 

Lógicamente, la había visto en Astral durante el sepelio, y recordaba perfectamente el crucifijo cuya colocación, en contra de mi expresa voluntad, me había causado un gran dolor y a la vez algo de odio. Caminé alrededor asegurándome de que nadie me viera y arranqué como pude el detestado crucifijo, dándome cuenta que estaba haciendo un ritual mágico de primera magnitud. Aunque nunca me sentí esclavo de ese arquetipo psicológico tan morboso, sentí un alivio espiritual imposible de describir en cuanto pude extraerlo junto con una pesada masa de cemento. Lo dejé a un costado y tapé el agujero con tierra y un pedazo del hormigón que logré desprender de la base del crucifijo. Sin dejar de observar los alrededores busqué un sitio donde esconderlo y hallé a treinta metros un pequeño mausoleo cuya puerta cedió al empujón. Allí lo dejé y volví a mi tumba, para asegurarme que no quedaban rastros de mi proceder. Vagué durante el resto del día por la ciudad, sin darme cuenta que tenía hambre. Intenté ubicarme en la localidad donde había tenido mi almacén de ramos generales y tras un par de horas en "bondi" (autobús), encontré el sitio. 

El comercio aún existe, con mejor edificio y con el mismo nombre. No quise saber más porque corría el riesgo de no poder con mis emociones. Al volver al hotel llamé de nuevo a mi hija para decirle que "mi amigo Mark" me había encargado alguna vez que no se guardaran sus restos mortales. - Me lo dijo a mí -le dije a Sonia- porque su esposa seguramente no sería fiel a sus pretensiones. Ya sabe... Por esas cuestiones de la religión... - Justamente estamos por ir a renovar por diez años el impuesto de la tumba... -me dijo- Pero mi hermana me ha sugerido que lo olvidemos y respetemos el deseo de mi padre, de quemar el cuerpo y desparramar sus cenizas al viento. - Si realmente ama la memoria de su padre, sería bueno que se olviden y que la municipalidad elimine esa tumba y los restos que queden. Se lo digo porque comparto el modo de pensar que él tenía. Imagínese que le viese desde donde estuviera... ¿No sería lo mejor respetar su testamento?. Porque lo dejó testamentado así, por escrito... ¿Verdad?... 
- Si... Pero mi madre era muy arraigada... Señor Alexander... ¿Cómo sabe Usted tantas cosas de mi familia?... ¿Cómo habla tan bien castellano...? Usted estaba asignado al cuerpo diplomático alemán y... - Bueno... Su padre y yo... Somos... Bueno... Éramos... Muy amigos... No se imagina cuánto. Más que hermanos... Pero ya está todo dicho, Sonia... ¡Ay, Sonia!, no sabe Usted cuánto la quiere su padre... 
- Si... Igual le hemos querido todos los que le conocimos... Y aduciendo que debía marcharme, luchando brutalmente para reprimir mis impulsos, nos despedimos, para no volver a comunicarnos hasta hoy. Aunque siempre me ha quedado el profundo dolor de no poder decirle que el Alma de su padre ocupa un nuevo cuerpo, no he perdido la esperanza de hacerlo algún día. Pero mientras los dogmas religiosos bloqueen las mentes de la humanidad, no podrá ésta comprender la realidad de la existencia del Alma, de sus mecanismos de evolución y sus riesgos de involución. Visité a unos parientes durante el día siguiente y volví a mi ciudad. Por un lado tenía la satisfacción de haber vuelto a escuchar la voz de mi hija y de haberme quitado del psiquismo los treinta kilos del símbolo de la Tortura a Cristo. 

Por otro lado sentía la angustia de saber que mis hijas no podían conocer la nueva personalidad de su padre. En realidad, la misma persona y personalidad ocupando un nuevo cuerpo. También sentía cierta satisfacción dando por hecho que mi hija haría respetar mi voluntad testamentada. El nombre de Mark Addlerrick sería borrado del "Libro de la Muerte" en el cementerio de La Chacarita. Y algo más, que por el peso de las emociones no valoré en ese instante: La confirmación más contundente, clara y definitiva de que mis recuerdos askásicos son correctos, que bien pueden diferenciarse de las onirias, delirios y ensoñaciones, que algunas veces las he tenido -como todo el mundo- y temía que pudieran confundirse. Pero no, la claridad y correlatividad del recuerdo askásico cuando es real, es tan impecable y completo como recordar lo que hice hace un rato, o más claramente, como si se volviera a vivir. Y ahí reside un gran problema -y peligro- para las mentes que no puedan soportar la carga emocional de los recuerdos. Después de aquellas comprobaciones no he dejado de efectuar cuantas he podido cada vez que he tenido un recuerdo, porque a la mente objetiva siempre hay que darle lo suyo, es decir la conformidad necesaria para mantener un grado de consciencia clara que nos ponga a resguardo de cualquier tipo de delirio. 

Mientras más sutiles y difíciles de materializar en pruebas sean las cosas que tratamos, más objetivos debemos ser, más científicos, metódicos y escépticos debemos ponernos al analizar los hechos interiores y las vivencias, los recuerdos y toda su larga estela de impresiones. Muchas cosas pueden comprobarse como he hecho casi siempre, mediante un estudio histórico en base a los datos recordados, pero siempre que pueda descartarse el haber tenido un conocimiento previo de esas situaciones mediante lectura, películas, etc.. También me ocurrió que habiendo recordado años antes a un grupo de personas junto a las cuales fui quemado en la hoguera pública, les encontré a tres de los más importantes. No tenía elementos de comprobación objetiva, pero una de las personas me dijo que tenía recuerdos askásicos y me describió con absoluta exactitud lo mismo que recordaba yo, comprendiendo así nuestro mutuo lazo karmático. 

Un niño de unos doce años intentaba rescatarnos, impedir nuestra muerte, pero los soldados lo arrestaron y se lo llevaron para que no moleste. No se hallaba en aquel grupo argentino. Lo encontré hace tres años en España y la afinidad que surgió fue impresionante, porque le reconocí tras unos minutos de conversación. Al referirle mi recuerdo, en vez de tomarme por un chalado vibró de pie a cabeza y se puso a llorar, en lo que no pude menos que acompañarle, puesto que me refirió partes de sus recuerdos de nuestra relación maestro-discípulo, con una precisión de detalles tan clara como mis recuerdos. Para finalizar este capítulo de casuística personal, referiré lo ocurrido casi veinte años después, cuando me encontraba durmiendo. Mi esposa me despertó de madrugada y me preguntó si había sido pintor en otra vida, entonces le dije que si, pues siempre me gustó la pintura y aunque nunca fui famoso por ellas, las vendía muchas veces, no como una extra económica, sino como simple necesidad de expresarme por medio de las Bellas Artes, en especial de dibujos, pinturas y grabados. Pero volví a dormirme y al despertar unas horas después seguimos la conversación. Entonces, rompiendo una barrera que tenía respecto a contarle mis recuerdos (a pesar de vivir tan mágicamente como nuestro encuentro en Alicante) le dije que habíamos sido esposos antes, comentándole que justamente había pintado, cuando vivíamos en las Bóvedas de Uspallata, unas décadas antes al 1800, un carruaje al que también había grabado y luego lo encontré en un libro del Archivo Histórico. 

Ella quedó muy sorprendida, porque su experiencia en la madrugada fue que se despertó porque tenía una visión (que no un sueño, sino en estado de media vigilia o estado "alfa") de un carro tirado por cuatro caballos, al que se acercaba en consciencia pero ella se retiró sobresaltada, sintiendo que se encontraría con "alguien conocido" y que tendría una experiencia muy fuerte de la que quiso rehuir. Oyó su voz interior en ese momento, que le decía: "Y te enamoraste de un pintor"... Le pedí que me describiera el carruaje, y su descripción no podía ser más exacta y precisa. Hubiera tenido un recuerdo askásico en toda regla si en vez de retirarse o alejarse en consciencia de la visión, se hubiese internado en ella fríamente, como espectadora sin importarle lo que viera. 

Creo que no me alcanzarían años para relatar la inmensa cantidad de recuerdo que tuve, siendo que jamás hice nada por acceder a ellos y - como ya he narrado- con espantosos sufrimientos la mayoría y no menos espantoso fue intentar reprimirlo cuando apareció aquel, durante el servicio militar. Sólo tengo un recuerdo de mis últimos momentos de vida que no fue traumático en nada, a pesar de lo trágico. Me encontraba en un barco, siendo un bebé de meses y me arrojaron al mar. Recuerdo la caída como algo confuso, luego el frío, el ahogo y un instante de desesperación, pero después un sopor agradable y una sensación de libertad, viéndome fuera de los pañales que me tenían como prisionero en traje de momia. Eso duró unos momentos, pero más largos estos que la sensación de ahogo que fue muy corta. Después, una sensación de plenitud que me duró por largos minutos cuando recuperé la consciencia objetiva. 

En fin, que he presentado abiertamente mis intimidades psíquicas y espirituales a pesar del riesgo del descrédito en otras cuestiones (comerciales y sociales) porque no se puede vivir reprimiendo las verdades que se saben y sienten sin el riesgo de perderse a uno mismo. A muchos Lectores mi situación les resultará afín y les ayudará a comprender sus experiencias, a otros les ayudará en el futuro si no pueden Trascender y evitar la muerte, como seguramente habrá charlatanes que harán de este material y/o lo que aprendan de él, las adulteraciones necesarias a sus intereses absurdos y espurios. Pero no podemos callar la verdad de la razón por la que nacemos, por el riesgo implícito de que se inventen mentiras y rollos pseudoesotéricos o místicos con ella.

Ramiro de Granada

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