Al cumplir los trece años ingresé en la escuela secundaria y en el
primer año tuve algunas experiencias askásicas, pero la primera con
verdadera relevancia ocurrió en la clase de historia.
Le dije a la profesora
que el friso que habían dibujado en el manual, representando a dos
hoplitas enfrentados y con una sóla polaina cada uno, era un error.
- Se combate usando ambas piernas -le dije- y desproteger una
equivale a dar un punto débil al enemigo, recuerdo que en una de las
batallas lo que hicimos fue...
Después de explicar durante un cuarto hora las razones por las
que habíamos ganado una batalla los hoplitas atenienses y espartanos
contra los persas que desembarcaron en Codoris para intentar por tierra
llegar a Kalámata, la profesora me pidió que todo aquello se lo diera por
escrito. Uno de mis compañeros me hizo una seña con el dedo en la
sien, como diciéndome "chalado". En ese momento me di cuenta que
estaba cometiendo una brutal anacronía.
Estuve hablando en modo personal, contando lo que había vivido y cómo "habíamos", "fuimos",
"hicimos", "luchamos"...
Comprendí que no estaba diciendo nada estudiado ni leído, sino
que se había tocado un tema en que mi memoria empezó a funcionar y
perdí la noción de la diferencia cronológica... ¡ 24 siglos !. Así que con las
experiencias de la infancia, me asusté porque pensaba que la profesora
me pedía un escrito para mandarme directamente al manicomio. Ella
hizo una breve exposición según el plan de estudio y terminó la clase
antes de sonar el timbre. En la tarde comencé a preparar el escrito, que
me ocupó casi hasta la madrugada y tuve que continuar en la tarde
siguiente, cuidando de hablar de modo impersonal (una prematura y
obligada aventura literaria de la que podía depender mi libertad y
"normalidad" o la reclusión en un hospital psiquiátrico).
En la clase
posterior entregué a la profesora el escrito de unas veinte páginas
mecanografiadas, y le dije con franqueza que si pensaba solicitar una
revisión médica, por favor no lo hiciera.
Con la misma sinceridad me dijo que lo había pensado por un
momento, pero la finalidad del pedido del escrito era otra. Durante las
próximas vacaciones se iría a Grecia a continuar unas investigaciones
iniciadas el año anterior y lo que yo había dicho en la clase era
demasiado interesante, exacto en lo que se sabe y completaría cosas
que se desconocían.
- No sé de dónde has sacado tanta información -me dijo- pero estoy
segura que no aparece nada de eso en los manuales ni en libros en
español. Has hablado como si estuvieras recordando todo y con una
naturalidad espantosa.
No creo en la reencarnación, pero he quedado
impresionada y tus compañeros también.
- Si, ya me tienen por loco. Pero mientras no se demuestre que lo
estoy....
- Eso es difícil, pero no digas más nada a nadie de esas cosas. Puede
que seas un mitómano y te estés montando una personalidad imaginaria,
pero habría que ser un genio para hacerlo como lo haces. Voy a
averiguar más cosas en Grecia y cuando vuelva hablaremos.
- Muy bien, profesora. A mí también me dan algo de pánico estas
cosas. No he leído nunca nada de los griegos, salvo las novelas de
Homero y algunos escritos famosos como los de Platón, etc.. Pero nada
sobre aquellas batallas, que aún recuerdo perfectamente. Además, fíjese
que he puesto un mapa con algunas cosas que recuerdo.
El mapa lo
calqué del manual pero he puesto sitios que no figuran. En este,
precisamente, podrá encontrar un friso enorme, parecido al de los hoplitas del manual, pero ahí están bien representados, con las dos
polainas y no con una. Uno tiene espada corta a la cintura, un tridente y
una red con anzuelos; el otro tiene una espada corta y escudo redondo y
muy pequeño.
La profesora tomó nota de estos últimos comentarios y dejamos
ahí el tema, del que no volvimos a hablar. Yo estaba seguro de lo que
recordaba, pero me atormentaba que la maestra no encontrara los datos
que le di o no encajaran en la historia conocida. Poco después, durante
las vacaciones me fui a pasar unos días a la casa de un Amigo donde
trabajaba con mis pirámides. En aquel campo, en contacto con las
piedras de un cerro ubicado en la misma propiedad, empecé a sentir una
sensación intangible, como si alguien me acechara. Me mantuve en
guardia pensando que me podía estar siguiendo un gato montés, aunque
normalmente no son peligrosos, a menos que me acerque demasiado a
un cubil donde haya crías muy jóvenes. Pero en vez de irme, seguí
subiendo entre las piedras y de pronto tuve la sensación de que algo me
atravesaba en el abdomen, causándome un dolor cada vez más fuerte.
Una lanza o una flecha me había perforado y caí al suelo; sentía como la
vida se me iba y repentinamente las ropas no eran las mismas. En vez
que mis pantalones azules y la camisa de rayas, era una especie de bata
de lana gruesa y tosca. Intenté entender lo que me estaba sucediendo y
un pájaro que había hecho su nido en la escarpa, casi donde cayó mi
cara, remontó vuelo.
Creo que perdí el conocimiento por un rato, pero al despertarme
no había allí ningún nido y mis ropas eran las propias, de pantalón y
camisa. Me toqué el costado izquierdo del abdomen esperando
encontrarme sangre, puesto que aún sentí dolor y la sensación de estar
mojado con ella. Incluso era fuerte el olor de la misma, pero no toqué
nada mojado. Me incorporé con dificultad y me di cuenta que había
corrido cierto riesgo, porque no disponía de más un metro entre esas
rocas, y hubiera podido rodar entre ellas unos cien metros. No tenía
ninguna herida y el dolor empezó a irse, desapareciendo unos minutos
más tarde.
La sensación de soledad me volvió a la normalidad pero
estaba muy asustado. Observé las piedras y comprendí que había un
parecido enorme entre éstas y aquellas, cuando me perseguían... Y todo
el resto del recuerdo se hizo patente, diáfano, como si hubiera ocurrido
hacía un rato. En ese momento recordé que me habían llamado por mi
nombre, pero era otro que no es el actual; yo huía en dirección a aquel
hombre que me llamaba. Me había quedado durante una batalla, tras la
línea enemiga y alguien me lanceó mientras intentaba llegar junto a mis
compañeros.
Me puse a llorar recordando que había dejado desesperados a
mis amigos, impotentes para salvarme y -aunque no lo sentí cuando me
desmayé- recordaba que mis últimas impresiones era el tropel de
enemigos pasando sobre mi cuerpo moribundo. El recuerdo empezó a
desvanecerse con todos sus dolores tras más de media hora en que el
desconsuelo era apenas calmado por mi mente objetiva, que me decía
que aquello no podía ser, que era una pesadilla y que estaba en la
estancia de los padres de mi Amigo Rubén, quizá a miles de kilómetros y
cientos de años de donde ocurrió aquello.
Pensaba que si aquello había
ocurrido realmente y yo estaba ahora aquí, seguramente estarían
también mis amigos y mis enemigos... Pero algo me inquietaba más que
eso: Que podía ser que yo estuviese loco, rematadamente paranoico,
esquizofrénico o algo así. No tenía mucho conocimiento de psicología,
pero con lo que había estudiado ya, sabía que la sensación de
persecución que había sentido, si la contara, sería causa de un
diagnóstico de complejo de persecución. Decidí callarme para siempre lo
sucedido y esperaba que no se repitieran aquellas experiencias, que si
bien habían sido simples las anteriores, podían convertirse en un
martirio.
No podía descartar que hubiese sido una pesadilla en estado de
vigilia, producto de alguna película, de una insolación o algo por el estilo.
De cualquier manera guardaría silencio y así lo hice hasta el día de hoy,
salvo a unas pocas personas que creí en condiciones de comprenderme
sin ponerme rótulos ni hacerme colocar una camisa de fuerza. Incluso
entre muchos espiritistas encontré una gran suspicacia, incredulidad
contradictoria con todo lo que proclaman y sostienen más como creencia
que como saber.
A poco de comenzar nuevamente las clases, tras los meses de
vacaciones, por razones políticas y de huelgas de profesores, casi no
había actividad escolar, así que me fui con unos compañeros al centro
de la ciudad para tomar un café en el sitio de los "novilleros". Tuve una
sensación que no podía definir, pero la incomodidad o incertidumbre de
no saber qué me pasaba, me ponía de mal humor.
Les dije a mis
amiguetes que me iba a casa, pero empecé a deambular por las calles
sin rumbo fijo. Seguía una especie de instinto pero con escasa
consciencia de lo que me ocurría. Pensaba que algo me estaba
preocupando demasiado, aunque no tenía motivos para ello, salvo las
malditas "matemáticas modernas" que finalmente fueron un fracaso
didáctico, porque nos cambiaban el sentido de las matemáticas hasta el
absurdo.
Pero me daba cuenta que eso no podía preocuparme tanto.
Finalmente me dirigí como un autómata a la calle de los cines y ante una
gran cartelera se produjo la crisis a la que mi Alma me estaba llevando.
La película "Spartaco" estaba de estreno. Corrí unos cuatrocientos
metros, hasta donde se encontraban aún mis compañeros, y pedí
prestadas unas monedas que me faltaban para completar la entrada al
cine. Volví y entré momentos antes de empezar la película. El comienzo
del filme fue poco impactante. Lo más fuerte parecía haber pasado, sin
embargo empecé a notar algunos graves errores en la escena.
Espartacus bajaba una montaña montado en un caballo que no era el
que yo conocía, llevando un precioso escudo muy bien hecho, cosa que
vi ridícula. Tampoco la espadita que llevaba estaba bien; había sido
desechado el mandoblón que... En fin, mil detalles incorrectos.
Me di cuenta que me estaba "haciendo mi propia película"... O
estaba recordando cosas. Toda la historia estaba tergiversada. El
Espartacus de la película era una farsa con la que se engaña a las
multitudes, con más o menos intencionalidad arquetípica.
En realidad el
gladiador no tenía nada contra los romanos en la historia real y muchas
veces fue ayudado por las tropas romanas, a fin de liberar esclavos
sometidos por los fenicios, hebreos y otros pueblos, así como los
caringios, que eran una horda de esclavistas remanente de los volkches,
aplastados por los romanos un siglo antes y los cartagineses (especie de
sucursal económica y política de Judea, dirigida en secreto por el
Sanedrín), también anulados por Roma durante las guerras Púnicas.
Se mezclan en los libros sobre Espartacus -que tras aquella
experiencia devoraba con avidez, porque hasta entonces me era
desconocido todo esto- una supuesta "esclavitud romana" con
levantamientos y rebeliones exageradas como sombra chinesca, cuando
en realidad fueron las mismas situaciones que se producen en las
cárceles modernas, donde los presos hacen motines para escapar o para
conseguir mejoras y reducciones de penas.
Los "esclavos" romanos eran delincuentes de todas partes del
Imperio, que en vez de ser mantenidos como a los actuales, se les ponía
a trabajar, gozando de salarios según sus talentos, así como se les daba
ocasión de reducción de penas si se enrolaban en los cuerpos de
gladiadores -ya para el circo, ya para el ejército- y Espartacus jamás fue
esclavo en Italia, sino en su Tracia natal, sometida por los caringios y
liberada por Roma. Luego de una fuga cayó en manos de los traficantes
hebreos, de los cuales también consiguió escapar dos años después.
Fue recogido casi muerto de hambre por una centuria al mando de Tito
Cosnia y llevado a Roma, donde recibió instrucción militar y pidió años después, bajo la gracia de audiencia por su destacada función como
gladiador, un pase al ejército con independencia de acción contra los
caringios, a los que debía la venganza por haber matado a su familia.
Los pocos datos que la historia oficial asigna a Espartacus, son en
realidad los de Silecio de Capua, un asesino cuya historia fue recogida
por el hebreo Felipe Martio, nacido en Siria en 1512, cambiada por la de
Espartacus y divulgada en una serie de escritos sobre Roma en su
política sobre Judea. Aquel criminal Silecio de Capua, con unos cuantos
ajustes y nombre cambiado, quedó como el héroe ante una historia
viciada de falsedades.
Del verdadero Espartacus, que consiguió -con
algunas ayudas del Imperio- deshacer la mayor parte del tráfico de
esclavos en la provincias menos vigiladas por Roma, sólo quedó el
nombre mal usado. El que murió en Lucania en el 71 a. de C. fue Silecio
y no tenía con él a más de mil amotinados.
Es decir que las cifras de
100.000 hombres que alguna vez tuviera, o los 60.000 rebeldes que
murieran no son más que cuentos de pastores hebreos, sin ninguna
documentación válida.
El verdadero Espartacus tampoco llegó a tener más de cinco mil
soldados y muchos de ellos eran voluntarios romanos autorizados por
Lucio Cornelio Sila Félix.. Una parte eran soldados regulares y otros eran
oficiales con algún mérito, cuyo interés estaba en lograr la restauración
de territorios en manos de hordas esclavistas al norte de la actual Grecia
y la actual Serbia.
Espartacus murió en un combate en la Provincia de
Moecia, no muy lejos del lugar donde nació. Su muerte (en realidad la
mía, con otro cuerpo) fue a causa de un espadazo que casi le partió
desde el hombro a la cintura, y eso lo sufrí "en carne propia" mientras se
proyectaba la burda película que ya no veía.
Averiguar si todo eso había sido así realmente y confirmar la
mayor parte de los recuerdos que tuve mientras veía en la pantalla la
fantochada histórica de Kirk Douglas (muy buen actor y excelente
intención, pero históricamente irreal), me costó cientos de horas de
bibliotecas, consultas a historiadores, pedidos especiales a parientes en
Roma para que registren los archivos históricos y en especial los
antiguos partes militares, fuente fabulosa de datos auténticos.
Pero
finalmente sacar a la luz todo aquello implicaba problemas bastante
graves, como la imposibilidad mediática y el descrédito por hablar de
algo tan "loco" como recordar una vida anterior. En el propio entorno
familiar ya tuve los primeros encontronazos y en la escuela teníamos una
profesora suplente de la anterior, que aún no regresaba de Grecia.
Cuando le expuse lo descubierto en los documentos y libros, evitando de
hablar sobre mi experiencia, se le pusieron los pelos de punta y me trató de demente. La profesora titular -por suerte- apareció a mitad de año y lo
primero que hizo, antes de presentarse al colegio, fue llamarme por
teléfono a la secretaría, para pedirme que concurriera a su casa en
cuanto pudiera.
La sorpresa para mí fue muy grata en la tarde del mismo día,
porque justo pudo ella participar con un grupo de arqueólogos ingleses,
de unas excavaciones cuando fue a averiguar cosas a Kalámata. Había
podido confirmar que la población de Codoris, que no existía en ningún
mapa, existió, pero como Codornus, según unas inscripciones latinas en
una losa de una casa -posiblemente consistorial y posterior a los
acontecimientos que yo recordaba- pero lo mejor vino con unas fotos que
lamento no haber guardado: Hallaron a más de dos metros bajo tierra, en
lo que habría sido el sótano de un gimnasio, un friso exactamente como
lo recordaba y describí muchos meses antes, de algo más de tres metros
de largo por uno veinte de ancho, labrado en altorrelieve sobre mármol.
Tanto mi querida profesora como yo lloramos juntos. Se convenció de lo
que yo recordaba no eran locuras ni había podido saber mediante libro
alguno sobre aquellas cosas, que estuvieron más de dos milenios
sepultadas.
Cuando empecé a contarle lo que había experimentado cinco
meses antes y las cosas que acababa de averiguar respecto a Espartaco
y Silecio de Capua, me pidió que esperase. Preparó un grabador y una
máquina de escribir estenográfica (que conocí en esa oportunidad).
Lo
escribió todo y no sé si habrá podido publicar algo al respecto. Ella
misma me advirtió que divulgar esas cosas es -además de difícil bastante
peligroso. Hay demasiados intereses en juego que se verían
afectados por las menores modificaciones en la "historia oficial".
No lo
comprendí en ese momento, pero no tardé mucho en entenderlo. Había
tenido mis primeros recuerdos askásicos comprobados científicamente,
mediante la investigación profunda de la historia en base a toda clase de
documentación, confirmando que mis recuerdos eran absolutamente
exactos y no meras ensoñaciones de un loco. Aún hoy, ante muchas
personas es imposible hablar estas cosas y salir "ileso" moralmente. Por
eso recién ahora, a mis casi cincuenta años, bajo el auspicio de estos
duros tiempos apocalípticos donde nada se esconde a quien quiera ver,
vengo a escribir estas cosas con intención de publicarlas. Para que
aquellos que como yo, hayan tenido o tengan experiencias askásicas,
puedan manejarse con cordura y objetividad, sin traumas y sin los
sufrimientos que he debido arrostrar por estas cuestiones. También he
repasado toda mi vida mediante técnicas de Dianética (sin relación
personal alguna con la religión de Cienciología que la auspicia y comercializa).
Esta disciplina desarrollada por Ronald Hubbard y un
numeroso equipo de investigadores, desde antes de la IIª Guerra
Mundial, es una maravilla que puede estudiar y desarrollar cualquier
persona mediante un par de años de estudio intensivo y sin tener que ir a
ningún colegio ni iglesia. Lo mejor que tiene en cuanto al tema de la
reencarnación, es que permite descubrir todas las causas ocultas de
muchos problemas psicológicos, recuerdos de infancia e incluso
prenatales, consiguiendo así descartar todas las posibilidades de que un
recuerdo askásico sea falso, o sea originado en la imaginación o en un
engrama. Así pues, casi todos mis recuerdos han pasado por los filtros
más exigentes y exactos.
IMPORTANTE: Jamás te expongas a una hipnosis regresiva por pura
curiosidad, y menos aún con “auxilio” de drogas. Ni siquiera con la
experta dirección de un chamán puro de la selva, se consigue algo válido
respecto a encarnaciones anteriores, a menos que exista algún trauma
muy especial que no es posible curar con todo el arsenal psicológico
actual. Un avance que tendrían que considerar los practicantes de
Dianética, es que no sólo es posible extraer recuerdos emocionales,
sónicos y visio (visuales) prenatales, sino también de vidas anteriores.
Se dará un caso probablemente entre muchos miles, pero los hay, como
el mío, que pude verificar muchas veces mediante el más estricto
cartesianismo, empezando por esta profesora, a la que omito nombrar
para evitarle problemas, y otras personas que han sabido escucharme y
analizar objetivamente, siempre recomendándome la prudencia que ha
sido necesaria hasta ahora.
Al comentar lo sucedido a algunas personas
en la Escuela Científica Basilio, donde aún concurría, tuve al menos la
comprensión necesaria porque entendían perfectamente lo que me
ocurría y me confirmaron que no estaba loco sino con recuerdos reales
de vidas anteriores. A pesar de ese apoyo que me aliviaba por una parte,
me metieron más miedo del que tenía, con sus advertencias de que
podía ser muy peligroso pero nadie sabía qué hacer para evitar esas
experiencias.
Ramiro de Granada
Impresionante! Me encantaría tener alguna experiencia similar. Creo q en sueños muy vividos he experimentado algo parecido. Pero no sé si es real.
ResponderEliminarMuxhaa gracias por compartirlo